𝐒𝐞𝐢𝐬

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Terminó el día de clases. ¡Gracias a Dios!

Salí hacia mi casillero, deje todos mis libros en él hasta solo quedarme con lo que necesito para estudiar.

Meto mi mochila con los libros al casillero porque no planeo cargar todo eso mientras Ares practica.

Salgo en busca del salón de Ares.

El salón A siempre está haciendo tonterías o algo, pero ellos son los favoritos... increíbles.

Entré al salón hasta el lugar de Ares. El maestro no hacía nada, todos gritaban, hablaban, estaban en sus teléfonos, otros dormían o se tiraban cosas.

—Me sorprende que nadie se esté drogando. —dije con el ceño fruncido mirando alrededor—, Oh, no. Hablé muy pronto. —dije para mi misma mientras veía a un chico ponerse unas pastillas en la boca.

—¿Que haces? ¿No tienes clases? —Ares me sacó de mi trance.

—La campana sonó hace 10 minutos. No me sorprende que no la escucharan. —dije mientras miraba el lugar y luego me giré a verlo.

—Oh, bueno. Andando. —quitó su mochila del respaldar de la silla y salió del salón conmigo.

Llegamos a su locker sin decir una sola palabra.

—¿Te ayudó ese café? —preguntó mientras metía y sacaba libros de su casillero.

—Sí. Gracias, otra vez. —me cruce de brazos mientras me recostaba en los casilleros.

—¿Has ido a algún doctor? Si no has encontrado alguno bueno, te puedo presentar al doctor de mi abuelo. Ese señor es muy bueno, ha cuidado del abuelo desde siempre y está demasiado bien. —intercalaba su mirada entre mis ojos y lo que hacía en su casillero.

—¿Para que necesito un doctor? —fruncí el ceño levemente mientras miraba los casilleros del otro lado del pasillo.

—¿para que te haga un chequeo general? Digo, no lo sé. —dijo con sarcasmo.

—Jaja. —reí falsamente.

—Lo digo enserio.

—No necesito otro doctor. Un doctor me hizo un chequeo general hace tiempo, me dijo que continuara tomando esas pastillas y eso hago. —me encogí de hombros.

—Dudo que lo hagas cuando pareces un esqueleto, tus ojeras son peores que las de un muerto y te mantienes en pie a base de café, bebidas energéticas y demás.

—Lo hago, solo no en el horario que debería. Le pediré a la señora de la casa que ordene mi habitación y luego yo ordenaré mis pastillas en uno de esos envases que ocupa mi abuela para sus pastillas, eso que traen los días de la semana.

—Bueno, espero que de verdad hagas eso. Por cierto, si necesitas comprar algunas pastillas faltantes, solo dime e iré a comprártelas.

Sonreí levemente. —Gracias, idiota.

—Cuando quieras. —cerró su casillero—. Vamos.

Ambos caminamos hasta el campo sin decir nada.

Con Ares no somos grandes parlanchines entre nosotros y no, no es incómodo. Hablamos cuando queremos hablar y callamos cuando no sabemos que decir.

Cuento mis pasos hasta llegar al campo.

—Si te sientes mal, me dices y nos vamos enseguida. —dijo Ares mientras se quitaba la camisa hasta quedar en camisola.

—Ve a entrenar y ya. —rodé los ojos.

𝐂𝐫𝐞𝐨... 𝐜𝐫𝐞𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐭𝐞 𝐚𝐦𝐨 Where stories live. Discover now