𝐭𝐫𝐞𝐢𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐮𝐧𝐨

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Un corazón puro.

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Sentía como recupera conciencia, mareada y confundida, mi cuerpo se movía, pero no a mi voluntad. Intentaba de retomar respiración, y entender porque estaba a ciegas. Mi vista estaba oscurecida por una tela oscura, no podía ver bien, tenía mucho miedo y no podía hacer nada para que no fuera así. Mi respiración estaba agitada, no me removía, alguien me sostenía en sus hombros, a lo que permanecí boca abajo. Mis manos estaban atadas, y escuchaba gruesas respiraciones, hacia frío. Mi cuerpo se deslizó, hasta que toco suelo, mis descalzos pies se helaron. Podía escuchar pasos, sentir a alguien delante de mi, y como se movía, podía sentirlo. Removía mi cabeza, pero no veía nada, así que intente de mantener la calma para soportar cualquier cosa que pasaría, pero mi respiración se estaba entrecortando. Me hicieron doblarme, me arrodillé, intenté de que mi bata pudiera tapar mis rodillas, pero aún así, me raspe. Escuchaba voces masculinas, pero no las conocía. Todo era desconocido, mi corazón quería salirse por mi boca, solo quería ver donde estaba, quería ver un rostro conocido que me calmara. Empecé a perder respiración, así que me mantuve cabizbaja, calmándome a mi misma.

-¿Tienen todo?-escuché una voz masculina, mientras que podía escuchar a una mujer intentando de hablar, pero algo tapaba su boca.-Quítaselo, serán sus últimas palabras.-ordenó, a lo que me resbalaron aquella tela de los ojos, y pude observar dónde estaba.

-¡Amaya!-alce la mirada, observando a mi mamá, tenia la mancha de sangre en su bata, pero de seguro la herida se evaporó por su poder.-¡Mi amor!-me gritaba, ella estaba amarrada a unas cadenas, cada brazo estirado, y colocada en un estrado alto.

-¡Mamá!-mis ojos se humedecieron, tenia mucho miedo, y no entendía porque ella estaba así.-¡Mamá!-lloraba con temor, ante tenerme amarrada.

-No, no llores, por favor.-me pedía, mientras que continué haciéndolo.-Todo va estar bien, mamá ya no puede huir, ya no puedo protegerte. ¡Perdóname!-me gritaba, y mi corazón palpitaba muy rápido.-No tienen que hacer esto, por favor, ¡puede ser alguien más!-les gritaba ella.

-Mía, por favor. No hagas esto más difícil.-una gruesa voz, llamo mi atención.-El gobierno Marleyano ha decidido expiar tus pecados, con tu muerte, pasando tu poder a tu hija, para que ella enmendé tus errores.-hablaba un hombre, se veía político, y muy firme en su postura, no lo conocía, pero detrás suyo estaba aquel capitán reconocible por las fuerzas Marleyanas.-Se convertirá en una guerrera, y formará parte de las fuerzas de nuestra nación. Es la única manera de expiar tu sangre del pecado, y que puedan ser libres pese a ser Eldianos.-continuaba diciendo.-Magath se encargará de sus habilidades y desarrollos mentales, será una guerrera que luchará por los derechos de su sangre Eldiana.-continuaba diciendo.

-¡Ustedes son unos malditos imbéciles!-gritaba ella, removiéndose con fuerza, pero las cadenas se los prohibían.-¡Utilizan a inocentes niños para sus misiones suicidas! ¡Ya se robaron la genuina alma de mi hija mayor, no pueden hacerme esto! ¡Violan sus derechos!-continuaba gritando.

-¡Mía, basta!-pidió aquel hombre.-Tus acciones incompetentes fueron los que nos llevaron hasta aquí. Huiste, te escondiste. Secuestraste a tu hija sin autorización de su padre, sin contar que no puedes controlar un poder titánico sin nuestro consentimiento. Tú violaste los derechos que tu familia tenía.-detallaba él, mirándola.-Mía, eras una de las mejores guerreras, y me apena realmente tener que volver a empezar con tus hijas.-él estaba cabizbajo, mientras que el otro hombre, ni siquiera la miraba desde que la vio.

-¡No! ¡Magath, no permitan que le hagan lo mismo que a Pieck! ¡Por favor!-le pedía ella a él, pero él estaba cabizbajo, ni siquiera la podía ver a los ojos.-¡Son unos monstruos! ¡Son mis hijas!-decía, y yo temblaba, viendo como sacaron una jeringuilla y se la pasaron al capitán, este me miró y me atemorice.-No merecen este sufrimiento... -decía, rendida.

𝐏𝐀𝐈𝐍── 𝐄𝐫𝐞𝐧 𝐉𝐚𝐞𝐠𝐞𝐫 Where stories live. Discover now