Noches de Agrabah [Akaza x Rengoku]

Noche I: La perla que perdió su brillo

Notas:

Precaución: esta es una versión diferente, algo más oscura y madura del clásico animado. Este relato no es apto para menores de 16 años. Muchos elementos me los inventé desde cero, mientras que otras cosas les recordarán la clásica película infantil sin duda.

No sé que estoy haciendo. Mis dedos se movieron solos mientras escribía este primer capítulo.

Gracias a Huddie y a Sachiko por apoyar la idea y el borrador de este relato.

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Noche I

Las calles polvorientas de los barrios comunes de Agrabah eran un sitio peligroso, sobre todo por las noches, pues sus callejones laberínticos podrían llevarte a rincones indeseados y a las garras de criminales dispuestos a rebanarte la garganta si no recibían algo de valor a cambio de tu vida; no obstante, cada día era más difícil tener al menos las monedas necesarias en los bolsillos para vivir.

La Ciudad de Agrabah, cercana al río Jordán, gracias al cual la Ciudad disfrutaba de comercio, cosechas y pesca, otrora fue una urbe próspera la cual sus pobladores se sentían orgullosos de habitar. No obstante, desde que la esposa del actual sultán había fallecido, una serie de desgracias azotaron al reino que antes era conocido por brillar como una inmaculada perla bajo los rayos del inclemente sol en medio del desierto.

La amada esposa del sultán falleció a causa de una enfermedad incurable cuando su segundo hijo apenas había cumplido un año de nacido. El nombre de ella era Ruka, una belleza de cabello negro y ojos del color de los rubiés. El gobernante viudo dedicó un año entero de luto a su mujer. Fue durante ese tiempo cuando un nuevo visir fue nombrado dentro de la corte, su nombre: Muzan, el hombre demonio como era conocido entre la aristocracia y el pueblo. Desde entonces, todo se volvió amargo para los habitantes de Agrabah.

Tras el año de luto, el sultán Shinjuro sólo supo hacer dos cosas: encerrarse en su harén y beber licor pese a las prohibiciones religiosas respecto al alcohol. Muzan tomó el control político y económico de la Ciudad junto al General del ejército real: un hombre sombrío pero dolorosamente leal al visir llamado Kokushibo.

Los años prósperos terminaron, guerras fronterizas arrebataron la vida de los hombres jóvenes, incrementó la pobreza, la miseria y, casi como una analogía cruel, las calles de color blanco y las fachadas de las casas del reino perdieron su brillo color perla y se tornaron de color marrón pardo, en contraste con las opulentas torres del Palacio hechas de mármol y oro.

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En las calles oscuras de Agrabah existía un rey de las sombras: Douma. Aquel era un rubio tremendamente atractivo y retorcidamente carismático. Sus ojos tenían el extravagante color del arco iris, razón por la cual sus padres lo consideraron un semidiós al nacer. Idea que no abandonaba del todo al psicópata rubio quien gracias a su sangre fría, su habilidad para cumplir misiones asesinas con perfección y su carencia de miedo, se transformó rápidamente de pandillero común al rey de la mafia del desierto.

Nadie podía rebanar gargantas, robar bolsillos, extorsionar comerciantes, ejercer la prostitución, traficar alcohol y opio, sin que Douma lo supiera y aprobara. Por supuesto, una tarea tan extensa no podía realizarse solo y por ello el malévolo rubio contaba con muchos agentes para mantener su red criminal y de extorsión, pero había uno que él prefería por sobre los demás: Akaza.