17. Padre e hijo

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Aproximadamente dos años atrás, Billy Batson se había encontrado en un vagón de metro, encerrado en el cuerpo de un adulto (un adulto metahumano), y vestido con un ajustado traje rojo y una capa blanca que eran de todo menos discretos, a juzgar por la forma en que le miraban el resto de los pasajeros.

Aquella había sido una de las situaciones más surrealistas de su vida, pero ni se acercaba a cómo se sentía de surrealista su situación actual: sentado en una terraza, en una de esas concurridas cafeterías fashion del centro de Philly, frente a un sonriente desconocido que al parecer era su padre.

Durante la semana que había transcurrido desde la aparición de este, Billy había estado meditando mucho sobre sus palabras y también sobre lo que le había dicho Víctor. Tal vez, solo tal vez, le convenía conocer a su padre biológico; de modo que acabó accediendo al deseo del señor Batson de tomar un café para charlar, los dos solos.

Víctor y Rosa se habían ofrecido a acompañarle, lo mismo que Freddy y Mary, pero él no quiso. Sabía que se sentirían tensos ante la potencial amenaza que suponía el señor Batson para la estructura familiar, y acabarían contagiándole su nerviosismo.

Ya estaba bastante nervioso él solito.

-Yo quiero un café solo y... la tarta de moka tiene buena pinta -pidió CC Batson, cuando la camarera se acercó para tomarles nota.

La mujer apuntó el pedido en su cuadernillo:

-¿Y su hijo?

-Un Dr. Pepper, gracias. -Billy se sintió descorazonado por parecerse tanto a aquel hombre que cualquiera era capaz de identificarle como su hijo.

-¿Solo eso? ¿No quieres nada de comer? -ofreció solícitamente el señor Batson, pero él negó con la cabeza. Sentía el estómago cerrado y cero apetito.

Mientras les traían el pedido, su padre intentó sacar conversación con preguntas sobre la vida de Billy, pero él no colaboraba mucho y apenas contestaba con monosílabos, como cuando estaba con aquellas familias de acogida a las que no quería ni le querían. Sí, le faltaban dos años para graduarse. No, todavía no había decidido a qué universidad quería ir: estaba considerando opciones. Sí, los estudios le iban bien. No, no tenía novia aún (esa fue la pregunta que más le incomodó: con el caos en que se había convertido su vida, no quería ni pensar en Belle Sinclair).

Batson padre no se dio por vencido ante el poco éxito de sus esfuerzos:

-Había pensado que, tras la merienda, podríamos ir al zoo.

-¿Al zoo? -repitió Billy extrañado.

-Sí, era tu lugar especial cuando eras pequeño. ¿No te acuerdas? Cuando vivía con vosotros, te llevábamos allí todos los fines de semana, te encantaba. Sobre todo, el recinto de los grandes felinos: estabas obsesionado con los tigres.

Un rápido recuerdo pasó por la memoria de Billy: poco antes de que se perdiera en aquella feria, le pidió a su madre que ganase para él un tigre de peluche en aquel puesto de dardos. Por desgracia, ella solo pudo conseguirle una pequeña brújula.

Ojalá hubiera sido la única cosa en que ella le decepcionó.

-...¡Madre mía, cómo te gustaban esos bichos! -siguió rememorando su padre, ajeno a sus pensamientos- Tu madre ya estaba harta de ir todos los fines de semana a verlos, pero tú no te cansabas. Tenías un favorito, lo llamabas "Tony algo" o "no sé qué Tony" (*). Incluso te inventaste que era tu amigo imaginario, que vestía de traje y hablaba contigo como una persona. ¡Tenías mucha imaginación!

Billy no contestó. Tenía los ojos fijos en la gente que pasaba junto a la terraza, sin verlos realmente. Buscaba, en lo más profundo de sus recuerdos, el menor retazo de cualquier cosa parecida a lo que aludía su padre. Parecía que sí, que por un momento veía algo... pero al segundo siguiente se le escurría de entre los dedos. La memoria es traicionera.

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