6. Los restos de la contienda

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-Georgia-

Ir una mañana de sábado de excursión con tu padre, al cual no has visto en dos años, es genial. Tener que levantarte temprano porque quiere salir a las siete de la mañana para evitar a los domingueros, ya no es tan genial.

Y enterarme de que ni siquiera íbamos a poder estar a solas porque se traía también a su ayudante Clarence, empeoró aún más la cosa.

Yo me había ilusionado con poder estar a solas con él cuando mamá prohibió ir a Belle, ya que, con el tema de las clases, había empezado a descuidar sus prácticas de piano. Al principio, Belle protestó un poco, aunque después admitió que había agradecido no tener que madrugar en fin de semana. Papá habría podido obligar a mamá, como siempre, mencionando el asunto del dinero que ahora controlaba él; pero extrañamente no lo hizo. Tal vez no le interesaba tanto que Belle fuera.

Papá llevaba toda la semana prometiéndome una salida muy especial. Pero aquella mañana dio instrucciones a Clarence para dirigir el coche a la zona del Cementerio de Laurel Hill, y acabamos aparcando junto a un amplio solar vacío situado en Comissioner Street.

Al apearnos del coche, me quedé mirando aquella explanada desierta, donde solo había arbustos, maleza y basura. No, definitivamente no era lo que había pensado.

Creía que iríamos a algún sitio guay, como Longwood Gardens o el parque Wissahickon murmuré. Pese a intentarlo, fui incapaz de disimular la decepción en mi voz. O a buscar setas, como hacíamos cuando éramos pequeñas, en aquel bosque de Potomac junto a la casa del abuelo.

Ten paciencia, Georgia. Venimos a buscar, sí, pero algo infinitamente más valioso que setas dijo papá.

Volví a mirar en derredor, preguntándome qué podría haber que fuera valioso en medio de toda aquella porquería.

Ahora entendía por qué papá no había insistido en que viniera Belle: seguramente pensaba que era demasiado delicada para traerla a un sitio tan inmundo. Yo no me consideraba muy escrupulosa, pero por si acaso, me hice el propósito de vigilar por dónde pisaba. No me habría extrañado encontrarme jeringuillas de drogadictos.

Todo daba la impresión de llevar años abandonado. La única señal del paso humano por aquel lugar, además de la basura, eran restos de pequeñas casetas de madera acá y allá, comidos por las malas hierbas; como si mucho tiempo atrás hubiera habido algún tipo de mercadillo o feria.

Aparte de las chicharras y del canto matutino de los pájaros, del sonido lejano que hacían mi padre y Clarence deambulando cada uno por su lado, y del ruido de mis tenis al pisar el terreno pedregoso, no se oía nada más. Aunque todo estaba en perfecta calma, yo no me sentía nada calmada, al contrario. Estábamos al aire libre, pero sentía el ambiente opresivo e irrespirable. Al principio pensé que se debía a las ruinas y la apestosa basura, pero se trataba de algo mucho más sutil e intangible, que no podía identificar.

Cerré los ojos, intentando localizar qué me ponía tan nerviosa, pero fue peor. Si me concentraba mucho, la sangre se agolpaba en mis oídos en forma de un rumor sordo, como de rugidos o gemidos lejanos... o aullidos de rabia.

Abrí los ojos y vi a mi padre sonriendo hacia mí.

Tú también lo sientes, ¿verdad?

Love and war (Shazam!)Where stories live. Discover now