2. Papá vuelve a casa

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-Belle-

Supongo que todas las niñas (y no tan niñas) tienen una princesa Disney favorita, una con la que se identifican más que con las otras. Aunque mi nombre es resultado del gusto de mi madre por La bella y la bestia cuando ella era adolescente, la mía era, sin dudarlo, Rapunzel.

Y no por el pelo, el cual, aunque tenía el mismo color del de ella, no conseguía que me creciera hasta más allá de la mitad de la espalda. Me identificaba con Rapunzel porque, al igual que ella, había pasado los dos últimos años de mi vida anhelando el mundo exterior, sin poder salir de nuestra torre de marfil.

Bueno... tal vez eso suene un poco exagerado. Mamá nos llevaba a la iglesia los domingos, y los días de buen tiempo podíamos salir al jardín a pasear o hacer ejercicio. Y en verano, incluso, podíamos tomar el sol o nadar en la piscina que había en la parte trasera de nuestra gran mansión. No era que estuviésemos realmente encerradas.

Pero no podíamos ir a ningún sitio con gente, y mucho menos con gente de nuestra edad.

Desde hacía dos años, los mismos que llevaba papá en la cárcel, mamá nos había apartado de cualquier posibilidad de vida social. Nos había sacado del internado y nos mantenía en casa estudiando con tutores privados. No nos dejaba ir al cine o al centro comercial (teníamos una sala de cine en casa, y hacíamos todas nuestras compras online), y ni siquiera nos dejaba tener cuentas en redes sociales. Todo para protegernos, decía, para evitar cualquier exposición o habladurías.

Al principio de aquello, yo todavía me las arreglaba para hablar por Skype con Lucy, mi mejor amiga en el internado. Pero mamá descubrió que un periodista había contactado con sus padres, y les estaba pagando por darles información sobre la familia del "supervillano de Filadelfia".

Como era de esperar, me obligó a cortar cualquier contacto con Lucy, cosa a la que no me opuse. En aquel momento, yo también me sentía bastante dolida por lo que consideré una traición.

Pero desde entonces, ni mi hermana ni yo volvimos a hablar con nadie del exterior. Mamá nos repetía mil veces que no confiásemos en nadie, ni siquiera haciéndonos perfiles falsos en las redes sociales.

Para mí, quedarnos en casa fue como enterrarme en vida. En el internado, tampoco es que yo fuera la reina de la popularidad, pero sí tenía amigas, y me gustaba estar con ellas, reírnos de tonterías, chismear o comentar los últimos avances de nuestras series favoritas.

En casa, solo tenía a mamá, quien solía tener sus días perfectamente planificados y centrados en sí misma (Pilates, hacer compras online, sus tratamientos de belleza, sus salidas con amigas); y a Georgia, cuya rutina de estudio pocas veces coincidía con la mía, y no digamos ya sus aficiones.

Georgia y yo éramos mellizas, pero no podríamos haber sido más distintas si lo hubiésemos intentado a propósito.

A mí me gustaba estar con gente, a ella la soledad.

A mí me gustaban la literatura, el arte y la música; ella era un genio en ciencias.

Yo era soñadora y romántica, y ella era mucho más pragmática, cínica incluso.

Yo era diplomática y odiaba los conflictos, mientras que Georgia siempre decía lo que pensaba, y el tacto no era su fuerte, por decirlo de alguna forma suave.

No, Georgia y yo pocas veces coincidíamos en algo, y nuestras posturas ante aquel confinamiento forzado e indefinido no eran la excepción. No es que Georgia fuera feliz con aquel arreglo, pero parecía satisfecha cuando la dejaban a su aire. Yo, en cambio, sentía que me moría. ¿Se puede sentir uno asfixiado en una gran mansión, con un montón de espacio y todos los lujos a tu disposición? Yo puedo confirmar que se puede.

Love and war (Shazam!)Where stories live. Discover now