CAPÍTULO 19: Que les jodan

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Corro lo más rápido que puedo ignorando el chico que grita mi nombre a pocos metros de mí. Mi respiración es agitada por los acontecimientos que acaban de suceder y tengo una extraña presión en mi pecho que no me deja respirar.


No es la primera vez que mato a alguien, de hecho, ya no sé ni cuantas veces lo he hecho en los últimos meses. Sin embargo, mi cuerpo reacciona como si esta fuera realmente la primera vez. Mis manos tiemblan sin parar, tengo la vista borrosa por culpa de las lágrimas que me cubren los ojos y la razón.

Pero, aunque sé que no es la primera vez, sí que es la única en la que he estado consciente mientras lo hacía. En el pasado, estaba bajo el efecto de las drogas, bajo la presión del estadio o poseída por un poder extraño en mi interior que no me permitía pensar en condiciones. Sin embargo, esta vez era consciente. Muy consciente.

Antes de que mis manos formaran esa larga estaca, mi cabeza ya sabía el resultado. Le veía en el suelo sin ni siquiera haber disparado. Su muerte estaba presente en mi mente, en mi corazón, en mis venas que estaban inundadas por la frustración de ser completamente inútil.

La idea de no volver a ver el color café, de retornar a mi antiguo estado en el que no padecía de un insomnio permanente por culpa de su mirada, me carcomía por dentro. Así que, con el último destello de luz procedente de los rayos, alcé la mirada para ver al hombre que ya sabía que yacería en el suelo unos segundos más tarde.

Pude observar sus ojos llenos de euforia durante unas milésimas y, por un momento, deseé tener otro motivo que no fuera únicamente salvarle. Las yemas de mis dedos se congelaron rápidamente a medida que una estaca larga y fuerte crecía entre ellas. No dudé ni un segundo en lanzarla, directa hacia él, con la ayuda de la brisa que formé con la otra mano, que reforzó el impacto.

Su cuerpo cayó al instante, como si nunca hubiera vivido. Sus ojos blancos dejaron de parecer irrompibles y, de sus oscuros labios, salió un último aliento que no supe comprender.

Bajo las escaleras de dos en dos sin molestarme en mirar hacia atrás, ya que sé que él ha desaparecido entre los gritos. De repente, una increíble sensación de nostalgia se apodera de mí haciéndome recordar esos ojos cristalinos que me miraron con tanta intensidad hace solo unas horas.

Sin saber por qué, me encuentro en la planta de hombres, corriendo hacia su celda en busca de esa mirada translúcida, esos brazos fuertes y ese olor característico.

Las lágrimas que corren por mis mejillas se congelan al llegar al suelo formando un pequeño rastro de diamantes de hielo a mis espaldas. El deseo de su presencia y de su apoyo hace que mi corazón empiece a latir de nuevo, sobre todo cuando reconozco esa celda a la que tantas veces he ido.

Todavía recuerdo como me llevó en brazos hasta ella el día que fui herida, reconfortándome como nadie lo había hecho desde que llegué a Bialya. La puerta está entre abierta invitándome a pasar, lo que hace que mi pequeño corazón vuelva a tener un vuelco de esperanza.

No obstante, esta no tarda en desaparecer tan rápido como ha surgido.

Al adentrarme en la habitación a oscuras, empiezo a reconocer las formas del cuerpo de Mason sobre la cama, desnudo. Mi corazón podría haberse acelerado y, si no me encontrara en otras circunstancias, ya estaría roja como un tomate. No obstante, el cuerpo desnudo de una chica bajo de él hace que cualquier sentimiento que podría estar teniendo se congele.

Niego con la cabeza durante unos instantes, deseando que todo esto sea una ilusión, otra de mis tantas pesadillas en las que, al despertar, lo único que queda de ellas es el hielo y las quemaduras provenientes de mis manos. Sin embargo, todo se confirma cuando empiezo a oír los gemidos de una mujer que, poco a poco, se coordinan para pronunciar un único nombre.

Mason.

Mi cuerpo se paraliza por completo. Su piel pálida y sus delicados dedos la acarician suavemente a medida que esos labios rosados que una vez me besaron, ahora le recorren el cuello. Ese pelo azabache que tantas veces he acariciado, está entre los delgados dedos de esa mujer con uñas largas y piel suave.

Un nudo se ha formado en mi estómago y me impide formar algún sonido, ni siquiera sé si estoy respirando o parpadeando en estos momentos, ya que lo único que puedo sentir son los latidos de mi corazón que van tan rápido que podría darme un ataque al corazón.

La cama en la que se encuentran es la misma en la que estuve yo, desnuda, mientras Lakay me curaba la herida de bala; y en la que me tumbé junto a Mason semanas después. Los recuerdos de sus palabras dulces, sus caricias, sus besos, sus miradas cómplices... quedan cubiertos por esta gran bola de mierda; por la imagen de Mason follándose a otra.

No me había dado cuenta hasta ahora de que estaba llorando silenciosamente, dejando caer lágrimas solitarias al suelo, en el que se ha formado una gran capa de hielo que rodea esa cama. Por fin, después de minutos presenciando lo que, sin duda, se va a convertir en una de mis peores pesadillas, reúno el valor necesario para salir de aquí.

El olor de Mason inunda la habitación y, aunque hace unos minutos era lo único que necesitaba para estar mejor, para olvidar lo que acabo de hacer en el baño de la planta superior, ahora solamente me da asco.

Sin embargo, cuando retrocedo unos pasos para poder huir y olvidar lo que acabo de presenciar, choco contra una de las literas de la habitación causando un chirrido que sobresalta a los presentes. De repente, Mason alza la mirada, encontrando esos ojos cristalinos con los míos una última vez. La confusión recorre su rostro a medida que se da cuenta de lo que está pasando y, cuando por fin lo hace, una expresión rota confronta la mía que está cubierta de lágrimas y con miles de interrogantes a su alrededor.

Esa mirada es el impulso que necesito para apretar los puños y salir corriendo de ahí. Espero oír mi nombre entre sus gritos una última vez, espero que me confronte usando su natural velocidad, espero que me coja del brazo y me dé la vuelta bruscamente para poder explicarme que todo esto ha sido un gran y mierdoso malentendido.

Pero, cada vez que miro hacia atrás, descubro que el pasillo está vacío, no hay gritos, ni agarres, ni explicaciones.

Nada.

Sé que, aunque hubiera intentado aclarar lo sucedido, no le habría escuchado y, mucho menos, perdonado. Pero, esperaba que luchase. Que no se rindiera sin haber empezado a luchar. Que me hiciera creer que yo soy tan importante para él como me ha hecho sentir durante los últimos meses.

Pero, una vez más comprendo que, cuando se trata de Mason, siempre es silencio.

Subo las escaleras sin disimular las lágrimas ni los sollozos. De hecho, doy golpes a todo lo que se cruza en mi camino intentando desquitarme de la ira que se ha ido apoderando de mí al ver que no venía en mi busca.

Por fin, llego a la planta alta de la cárcel, sumergida en una belleza que, hace unos días, no hubiera tardado en hacerme sonreír. No obstante, al verla, lo único que puedo llegar a sentir es como mi corazón se congela y mis venas quedan sometidas a las llamas.

Es precioso, una gran ventana se extiende sobre la pared mostrando el enorme patio de Bialya limitado por un gran muro de color gris que parece no tener fin.

Todo parece ser perfecto. Sí, parece, porque en mi mente no paran de repetirse las mismas palabras que han conseguido reconfortame horas antes y no he sabido contestar.

"Te quiero"

No obstante, acompañando esas palabras se encuentra la imagen de Mason con esa chica, con una versión mejorada de mí. Una versión que no le dará dolores de cabeza por el resto de su vida, que no se descontrola por tonterías, que no amenaza con matarlo cada vez que tiene un problema, que no tiene conflictos para expresar sus sentimientos, que no tiene unos malditos poderes asquerosos que la convierten en un monstruo.

Los miles de memorias que hemos vivido juntos revolotean por mi mente recordándome lo mierda que soy por dejarle escapar, por no hacer lo que me pedía desde el primer momento, por no contestarle cuando me ha dicho que me quería si siempre han sido las palabras que más he deseado escuchar.

El corazón se me rompe en pedazos al darme cuenta de que ya nunca volveremos a ser lo que éramos. Que los tiempos en los que reíamos, nos besábamos, hablábamos de cualquier tontería... han acabado. ¿Tan fácil ha sido para él dejarme escapar? ¿Eliminarme de su vida como si fuera una simple imagen que no vale la pena recordar?

Es entonces cuando me doy cuenta de que él no me quería, no a Isabella Wilder. Él quería la idea que se había hecho de mí; esa chica inocente, graciosa y llorica que le pide ayuda cuando está en apuros y a la que él salva constantemente. Esa chica a la que curó cuando fue disparada, a la que ayudó. Sin embargo, esa idea parece haber quedado bloqueada en su mente, sin permitirle ver con claridad la chica en la que me he convertido.

Estoy completamente sola rodeada de estacas de hielo que no paran de crecer en dirección a la puerta. Puedo oír los truenos que resuenan contra los muros del patio y ver los rayos que iluminan el horizonte a través de la ventana.

Me acerco a esta lentamente sin evitar volver a llorar desconsoladamente al recordar mi primera sensación al verla. Cierro los puños con fuerza mientras sollozo y, sin saber por qué, los alzo y le doy un golpe.

De pronto, una ola de viento aparece detrás de mí rompiendo la ventana y haciéndola añicos que caen como si de lluvia se tratase al patio. Asomo la cabeza observando como cada pequeño trozo de cristal cae sobre la hierba mojada creando un brillo especial que los diferencia de las piedras corrientes.

Las lágrimas resbalan por mis mejillas y se camuflan con la fría lluvia de la tormenta, que empeora por momentos. Los rayos penetran cerca de los árboles que están a punto de ser arrancados por las fuertes olas de viento que corren a su alrededor. Los truenos se oyen cada vez más fuertes y las nubes consiguen cubrir el cielo sin dejar ninguna estrella a la vista.

En otras circunstancias, la lluvia conseguiría calmarme, pero hay algo en esta que solamente consigue alterarme más.

Por un momento, todas las cosas que me han pasado desde que me topé con esos soldados en la tienda de espejos me pasan por la cabeza. Es entonces cuando me doy cuenta de que todo ha sido mayoritariamente malo: el secuestro de Hugo, la muerte de tantas personas inocentes a mis manos, la tortura de Mason, la muerte de Dunna... El rostro de Mason vuelve a penetrar en mi cabeza, pero esta vez sus ojos están sumergidos en el miedo, como si nunca hubiera llegado a conocerme.

De repente, las palabras de mi madre vuelven a aparecer entre mis recuerdos: "¡Tú no eres mi hija!". A pesar de que sacudo la cabeza con fuerza para ahuyentar esos pensamientos, su voz es cada vez más fuerte. De pronto vuelvo a estar encerrada en ese pequeño cuarto, oyendo sus gritos, sus golpes, los platos rompiéndose, las risas de mis hermanas... Retrocedo unos pasos asustada intentando desvanecerme, pero antes de que pueda reaccionar, pierdo el equilibrio y me caigo por la ventana que he roto minutos antes.

El viento choca con mi cuerpo con fuerza mientras ahogo un grito de socorro que sé que no va a servir de nada. El corazón me está a punto de salir del pecho y no puedo respirar.

A pocos centímetros de tocar el suelo, una ola de viento mucho más fuerte que la anterior me recoge evitando que muera por el impacto. Todo en mi cuerpo parece haberse detenido, el corazón ya no late como antes y mi respiración se ha cortado por completo. Poco a poco, planeo hasta llegar al suelo donde aterrizo con suavidad.

Cuando mis pies rozan el suelo, rompo a llorar y me arrodillo en la hierba mojada llena de cristales que se clavan en mis rodillas. Me coloco una mano en el pecho para comprobar que mi corazón sigue latiendo y palpo cada centímetro de mi cuerpo para asegurarme que no se ha disuelto en la caída.

- ¡Isa! - grita Scott mientras corre bajo la lluvia hacia mi dirección.

Alzo la cabeza y me doy cuenta de toda la gente que me observa desde la puerta del patio o desde las ventanas cuchicheando asombrados por lo que acabo de hacer.

- ¿Estás bien? - pregunta cogiéndome la cara y mirándome a los ojos.

Entonces, rompo a llorar otra vez y me tapo los ojos con las manos, pero él se adelanta lanzándose sobre mí y envolviéndome entre sus brazos.

- ¿Qué coño te han hecho, Isa? - murmura como si se lo preguntara a sí mismo.

- Yo... Lo siento. - sollozo abrazándolo con fuerza, aunque ya hace más de diez minutos que estamos así.

- Como vuelvas a pedirme perdón te juro que te lanzo por esa ventana yo mismo. - susurra acariciándome la mejilla con el pulgar. - Levanta, vamos a la enfermería a curarte esas heridas. - propone señalando los cristales que se me han clavado en las piernas.

Apoyo mi peso en sus hombros y caminamos lentamente hacia la puerta del patio llena de curiosos que nos observan estupefactos.

- ¡¿Qué miráis?! - grita una voz que no tardo en reconocer.

Junto a mí, se encuentra Lewis que me observa con el ceño fruncido mientras que aprieta las manos con fuerza a los costados de su cadera haciendo que sus nudillos se vuelvan de color blanco.

- ¡Esto no es un puto espectáculo! - grita todavía más fuerte.

De repente, su cabeza se gira hacia atrás y, sin darme tiempo a reaccionar, avanza hasta un par de chicos que cuchicheaban y les da un puñetazo a cada uno.

- La próxima vez que digáis algo de ella os arranco la lengua, imbéciles.

- Lewis, si no paras de meterte en problemas conseguirás que te maten. - susurra Scott poniendo los ojos en blanco.

- Que lo intenten.

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LOS SECRETOS DE BIALYA #1Where stories live. Discover now