LOS SECRETOS DE BIALYA #1

CAPÍTULO 1: Inmersa en la rutina

Un sonido ensordecedor me despierta, intento volver a dormirme, pero no lo consigo, odio los lunes. Levantarme de la cama me supone un gran esfuerzo, oigo a mi madre de fondo preparándose el café y a mi padre gritando a mis hermanas para que se despierten. Asomo la cabeza al pasillo y, al ver que no hay moros en la costa, voy directa al baño intentando no hacer mucho ruido y pongo el pestillo para evitar que mis molestas hermanas me interrumpan. 

Mi reflejo en el espejo es el mismo que el de siempre: tengo el pelo alborotado después de una noche movidita, pero la tonalidad rojiza no se ha ido. Cada vez está más largo, ahora ya me llega hasta la cintura, pero no tengo suficiente valor para cortármelo. Tengo unas pronunciadas ojeras que probablemente simbolizan mi falta de sueño, porque quedarse hasta las tantas de la noche despierta leyendo no es que sea muy bueno. Sin embargo, las ojeras no disimulan mis grandes ojos verdes. Me repaso el cuerpo con la mirada y pongo una cara de aprobación, no está mal. No soy ni tan alta, ni tan delgada como me gustaría. Pero estoy segura de que en algún momento descubriré alguno de mis encantos, o eso espero. 

- Isa! ¡Qué no me oyes! - De repente unos golpes me devuelven a la realidad donde tengo las dos hermanas más insoportables de la Tierra. Resoplo y empiezo a peinarme lentamente para ponerlas histéricas. En diez minutos me dispongo a salir y me voy corriendo a mi habitación. Me pongo unos vaqueros acampanados y una camiseta blanca ajustada. Salgo pitando de casa fingiendo que me importa llegar tarde al instituto y empiezo mi trayecto en la dirección opuesta a mi destino.

El banco del parque está cubierto por una fina escarcha de hielo, al igual que las hojas de los árboles que me rodean. Abro el libro que no conseguí terminar ayer y empiezo a sumergirme en la historia que consigue apartarme de mi aburrida rutina. No llevo ni una hora leyendo cuando un extraño sonido llama mi atención. Junto a mí, se encuentra un pequeño periquito de color azul que me mira expectante. Sin embargo, el hecho de que estemos en pleno invierno levanta mis sospechas, ¿desde cuándo los pájaros no migran cuando empieza el invierno?

Aunque no era mi principal opción, termino llegando al instituto, tarde. Me voy directa a clase de biología. No consigo concentrarme en las explicaciones de mi profesor así que prefiero pasarme la hora dibujando en mi libreta. Al terminar voy a los baños abandonados situados en la parte de atrás del colegio y me encuentro con mi mejor amigo, sentado en el borde de los grifos comiendo gominolas.

- Isa, si sigues llegando tarde se me acabaran los familiares que asesinar para cubrirte.  - Me dice lanzándome una golosina que aterriza en mi pelo que cada vez está más alborotado. - ¿Cuándo fue la última vez que te presentaste en historia? - 

- Lo siento... pero no me trago el rollo de que sabiendo nuestra historia evitaremos errores en el futuro. - digo mientras me subo a la encimera junto a él. - Si ya se ha demostrado que el ser humano es el único animal suficientemente estúpido como para tropezar dos veces con la misma piedra. - 

- Guárdate tus reflexiones filosóficas para el examen de mañana, Aristóteles. -

- No creo que me pase... dile a la profesora que mi prima se ha puesto enferma o algo. - suelto mientras recojo mis cosas precipitadamente al oír el timbre que indica el final del descanso. 

- ¡Esa escusa la usé hace dos semanas! - grita tirándome otra golosina que consigo atrapar con la mano. 

- La gente se pone enferma muchas veces, estamos en invierno. - contesto con una sonrisa inocente antes de guiñarle el ojo y desaparecer por la puerta de atrás. 

El resto de las clases pasan tan lentas como la primera y no puedo evitar desconcentrarme y pensar en todas mis habilidades y su origen. A mitades de la clase de lengua llaman a la puerta  y mis peores pesadillas se hacen realidad cuando se asoma la directora junto a mis padres, que parecen más enfadados que de costumbre, y mira que eso es difícil.