CAPÍTULO 9: Olor a margaritas

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Después de correr un buen rato llegamos a una sala maloliente y completamente vacía. Las paredes están llenas de suciedad que resbala hasta llegar al suelo, en el centro de este, se encuentra un gran hueco tapado por una placa de metal que debe pesar unos 50 kilos mínimo. El terrible olor de la basura entra por mis orificios nasales y no puedo disimular la cara de asco. El pensamiento de que este apestoso aire vaya a entrar en mis pulmones pasando por todo el interior de mi cuerpo me provoca arcadas. 

- ¿Este es tu gran plan? Qué gracioso. - exclamo enfadada antes de girarme para salir por la puerta y dejar atrás las asquerosidades que se deben encontrar bajo el agujero. 

- No es tan horrible, ya te acostumbrarás. ¿Quieres ir a la sala de reuniones o no? - pregunta levantando la tapa de metal con una sola mano y dejando que un olor todavía peor entre en la habitación para matarnos a ambos del asco. - Las damas primero. - sugiere imitando a un caballero de la edad media mientras tiene una sonrisa burlona estampada en la cara.

- Entonces entra. - 

Bajamos por unas escaleras llenas de suciedad que no parecen demasiado estables, pero Scott no para hasta llegar abajo y, por lo tanto, yo tampoco. Cuando llegamos, Scott se lanza a la pequeña montaña de basura que se ha acumulado en una esquina para buscar no sé qué. 

Dentro de pocos segundos vuelve a salir cubierto de una substancia viscosa con una especie de linterna antigua en la mano. Miles de preguntas pasan por mi cabeza, pero justo después de que pronuncie media palabra, me tapa la boca con la mano dejándome los labios llenos de esa maravillosa sustancia que huele a rosas. 

No decimos nada en todo el camino. Lo único que se escucha, son los pasos de la gente que camina pocos metros por encima de nosotros, aunque también he podido escuchar pequeños chillidos seguramente provenientes de las bonitas ratas que pasan junto a mis pies. 

Finalmente, llegamos a lo que parece ser nuestra salida. Cuando Scott consigue apartar la placa de metal, subimos cuidadosamente por las últimas escaleras resbaladizas y llegamos a una habitación no tan sucia como la otra, pero igual de asquerosa. De repente, Scott abre la puerta y, en pocos segundos, vuelve a entrar con los cadáveres de dos guardias en el hombro. Los lanza al suelo bruscamente y empieza a quitarles la ropa. 

- ¡Se puede saber qué has hecho! 

- Necesitamos pasar desapercibidos. 

- ¿Qué? ¿Por qué? - 

- Bueno, si yo fuera un guardia y viera a dos personas vestidas con monos azules y llenas de mierda pensaría: ¡Guau, mira qué chulos esos disfraces, los voy a comprar para Halloween! 

- Tiene sentido, porque nadie se dará cuenta de que olemos a mierda. - contesto poniendo los ojos en blanco.

- ¿Tienes un plan mejor? - 

- Bueno, ahora ya los has matado.  

- Vamos, que no lo tienes ¿no? - suelta con una sonrisa petulante que me pone de los nervios. - Pues a callar. 

Por suerte, los trajes son muy elásticos y se adaptan perfectamente a cualquier tipo de cuerpo, aunque me siento increíblemente vulnerable llevando ropa tan apretada. Sin dudarlo, empiezo a tirar de la tela para ver si se ensancha un poco, pero es imposible. 

- ¿Qué haces? ¿Comprobar la calidad del material? - pregunta enarcando una ceja.

- No, imbécil. Solo que no me gusta que sea tan apretado. 

- ¿Por? Te queda bien. Te hace un buen culo. 

- ¿Qué dices? ¡Cállate! - grito roja como un tomate provocando que él suelte una risotada. - ¡No me mires así, pervertido! 

LOS SECRETOS DE BIALYA #1Where stories live. Discover now