9. sir dab

52 7 0
                                    

Mundos de luces de neón contra sus párpados. El sentimiento de una palma cálida sobre la suya, algo seca, la suya un poco sudorosa. El tenue crujido de las máquinas a su alrededor, los altos y estridentes gritos de pasajeros a bordo de una atracción popular. Todo era brillante y caótico. Adonde miraba, había algo nuevo, brillando en armonía. Miró hacia abajo y allí estaba la mano sobre la suya, guiándole hacia la pérdida de la cordura, hacia el cúmulo de ruido y luz y felicidad. Era abrumador, pero todo lo que tenía que hacer era seguir el tirón de aquella mano, apretar su palma y centrarse en ella. Seguiría aquel tirón a cualquier sitio.

La verdad es que Keith estaba pasándoselo bien en la feria.

Lance insistía en montarse en cualquier atracción que encontraban, lo que a Keith le parecía bien porque, después de El Zipper, nada podía ser peor. Y, para su sorpresa, se lo estaba pasando bien. Eso no quiere decir que creía que se lo iba a pasar mal, claro que no, pero no sabía muy bien qué esperar.

Pero Lance era interesante. Mantenía a Keith alerta, arrancando trozos de algodón de azúcar de la bolsa que habían comprado y tomando turnos para depositar aquella bendición azucarada en sus bocas, lanzándose a los brazos de Keith de ilusión después de haberle hecho probar el Martillo de Fuerza y que Keith consiguiera hacer sonar la campana, ganando un hipopótamo de peluche que le encantaba en secreto, besando la nariz de Keith cuando se chocó contra un espejo de la Casa de los Espejos...

Fue solo cuando los vendedores empezaron a avisar de su cierre cuando Keith se dio cuenta de que habían pasado casi tres horas. Se había vuelto hacia Lance, quien estaba holgazaneando detrás de él en el césped cerca de la noria, terminando con lo que quedaba de algodón de azúcar y lamiendo los restos de sus largos dedos. Keith intentó no quedarse embobado.

—Deberíamos de irnos si no queremos meternos en un atasco de camino a casa —dijo Keith a regañadientes.

Lance frunció el ceño.

—¿Ya? Pero si acabamos de llegar.

Keith se rio en voz baja mientras ayudaba a Lance a levantarse del césped.

—No controlas muy bien el tiempo, tío.

Lance sacó la lengua maduramente (estaba azul del algodón de azúcar).

—Perdón por pasármelo bien. —Keith solo pudo poner los ojos en blanco.

Los dos se camuflaron en el barullo de feriantes mientras todos volvían a sus coches, Lance agarrado al jersey de Keith para evitar ser llevado por la corriente de cuerpos en movimiento a su alrededor. Cuando llegaron adonde estaba la moto de Keith, ya habían pasado casi veinte minutos desde que la feria había cerrado. Lance bostezó, echándole un vistazo a su teléfono.

—Se está haciendo tarde, señor Kogane. ¿Llegaré a casa antes de mi toque de queda?

Keith le puso un casco a Lance y se abrochó el suyo.

—Móntate y ya veremos —contestó sin inmutarse.

—Qué guay eres —se burló Lance, y luego frunció el ceño—, pero ¿dónde irá Sir Dab? —Estaba verdaderamente preocupado por la seguridad del osito de peluche que estaba abrazando.

¿Sir Dab?

—Sir Dab tiene mucha dignidad y no tolerará calumnias hacia su nombre, muchas gracias —respondió Lance con voz gangosa y la cabeza en alto.

Suspirando, Keith cogió el oso y lo metió en el compartimento del asiento, asegurándose de que todas las gigantes extremidades del oso estaban dentro antes de cerrar el asiento e invitar a Lance a sentarse. Aún no estaba acostumbrado al sentimiento de los brazos de Lance abrazándole, pero en el buen sentido. Mientras se abrían paso lentamente por el aparcamiento, Lance descansó su cabeza encasquetada en el hombro de Keith, apoyando las palmas contra los (casi) abdominales de Keith.

BEAT DROP. klanceWhere stories live. Discover now