Capítulo 34.

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De nuevo, las miradas indiscretas y molestas, algunas bolas de papel o golpes en mi hombro mientras caminaba por los pasillos, se hicieron presentes.

Intenté no prestarles atención, pero hacían lo posible para que me desatara. Logré pasar la mañana sin ningún contratiempo, a excepción de mi inminente soledad.

Había marcado más de veces de las contadas al número de James. Ni una sola vez respondió mis llamadas ni mensajes. Realmente no quería hablar conmigo.

Sentía su ausencia más que nunca. Su presencia, su compañía ya era algo tan natural, así que estos días sin escuchar sus conversaciones sin sentido, me tenían tan vacío.

A la hora del almuerzo, me acerqué a paso lento hacia la cafetería. Realmente no quería ir a donde hubiera muchos alumnos, pero tenía un hambre voraz. Compré algo rápido bajo las miras acusadoras de las cocineras y fui hacia la mesa que solía compartir con James. Pero algo llamó mi atención.

Vi a unas mesas de distancia a mi mejor amigo, sentado solo. Y me observó sin ninguna expresión en su rostro. Di unos pasos en su dirección, pero de manera inmediata, él negó y se levantó de un salto. Dejándome parado en medio de toda la cafetería, junto con la charola. Ese es un amargo trago que pasar.

Cabizbajo, caminé de nuevo hasta la primera mesa y comencé a comer sin ganas. Esto apesta, y no lo digo por este sándwich de jamón algo verdoso con pinta de hace varios días. Si no por lo que ahora se había convertido mi vida.

Era un desastre que yo mismo había construido.

De pronto, los murmullos en la cafetería se volvieron tan incesantes que me vi obligado a salir de mis ensoñaciones y dirigir mi vista hacia lo que los hacía hablar.

Y vaya mierda. El desastre continuaba.

Nunca pensé que vería esto. Estoy seguro de que nadie lo creería. Habían marcado desde hace tiempo que no regresarían, y verlos entrar con la cabeza en alto, no estaba nunca entre mis pensamientos más locos.

―¿Qué...? ―la voz muy apenas y salió de mi garganta.

Es que no lo podía creer.

Eran ellos. Como siempre los llame, el grupito maravilla, en la cafetería, en la hora del almuerzo y viéndose muy seguros.

De inmediato, las miradas de los alumnos pasaban de ellos a mí, pero yo no podía reaccionar. ¡Despierta, Wesley, hazlo!

Dejé el sándwich apestoso en la mesa y me puse de pie con lentitud. Eso debió llamar la atención de varios, porque a la par, voltearon a verme. Claro, excepto Drew.

Ramsés y Violeta compartían una misma mirada, desprecio puro, pero noté algo peculiar. Se tomaban de la mano en apoyo mutuo.

Caroline, en cambio, su expresión entristeció y esbozó una mueca.

Lutzia... mi rubia tamaño de elfo, me dio una mirada rápida sin mucha expresión en su rostro, pero de inmediato la retiró. Como si no soportara mirarme.

La peliblanca y la rubia, caminaban a los lados de Drew. Quien a pesar de todo, caminaba con calma, su barbilla no bajo en ningún momento y se ayudaba con su bastón. Comprendí en ese momento su postura, cuando lo has perdido todo, que más da un golpe más.

Me acerqué con calma, realmente tembloroso hacia ellos, bajo el escrutinio de los demás, pero era la primera vez que los veía desde ese día y verlos hacia todo más real y horrible, recordaba todo con claridad.

Pero antes de que estuviera junto a ellos, unos aplausos demasiado sarcásticos sonaron por toda la cafetería, logrando que me frenara. Dirigí mi vista hacia el responsable y quien más iba a ser, si no que David. Quien ya sonreía burlón desde su lugar, aunque ya se había puesto de pie.

El club de los InadaptadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora