Capítulo 33.

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Lunes por la mañana, caminé de manera férrea por el pasillo de la universidad, bajo el escrutinio y miradas adversas de los alumnos.

Todos sabían que había pasado, o al menos tenían su versión de los hechos.

Pero nadie quería escuchar la mía.

Las risitas a mi alrededor no eran suficientes. Por cada alumno que pasaba, recibía un golpe en mi hombro o cuerpo, empujándome. No entendí sus reacciones, creí que a todo el mundo les desagradan los chicos, no me espere que tuvieran esta ligera demostración de apoyo ante lo que pasó el sábado. Ni mucho menos que el que fuera a recibir acoso fuera yo.

Realmente no es bonito estar del otro lado de la situación, ¿verdad?

Sus miradas de molestia, disgusto, como si fuera la jodida peste por cada pasillo que caminaba en solitario, no pasaba en desapercibido para mí y estaba seguro de que para nadie.

Después de quedarme en los brazos de mi madre por no sé cuanto tiempo, nos dirigimos a casa. Con temor le pregunté si mi padre sabía de esto, a lo que ella negó. Ella fue la que contestó la llamada esa noche y por algo instintivo, no le comentó nada. Sabía el temperamento de él, y sabía que yo no saldría bien de eso. Claro que no me salve de tener que contarle absolutamente todo lo que ha pasado desde ese día que regrese a la universidad sin un brazo. Con una vida miserable pero nueva. Y que al final, no termino siendo tan miserable.

A decir verdad, me agradaba y gustaba mucho el rumbo que había tomado en las últimas semanas, era fácil acostumbrarse al hecho tener amigos y perderlos de un día para el otro, se sentía de la mierda. Me sentía vacío, confundido y muy dolido. Los extrañaba, la extrañaba y lo extrañaba.

Prometió no contarle nada, hasta que el director dictaminara y encontrara al responsable. Sabía que no me creía del todo, pero no me juzgo en ese momento. Entendió que las personas cambian, pero eso no siempre significa el resarcimiento de todo lo que ha pasado.

Que las personas cambien, no cambia el dolor que ya causaron.

Moví mi cabeza, deshaciéndome de esos pensamientos que torturaban mi mente. Maquinaba una y otra vez lo que tendría que hacer para explicarles la verdad, pero me quedaba claro que aun así me odiarían por solo planearlo.

A la hora de salida, después de muchas burlas, bolitas de papeles que me tiraban y algunos insultos por la mierda de persona que ellos me creían. Y era. Me dirigí hacia el salón donde me sentía bien, con las únicas personas que me hacían sentir normal y completo.

Toqué la puerta color café oscuro con temor y suavidad. Mi mano temblaba y sentía una bola colocarse en mi garganta, no permitiéndome pasar saliva. Armándome de un valor que en ese momento no tenía, abrí la puerta sin esperar una invitación, para encontrarme el salón completamente vacío.

No dejándome engañar, me acerqué hasta el librero que daba hacia la entrada de aquel cuarto que antes había sido del conserje. En cuanto pude entrar al pequeño pasillo espere encontrar música, pero solo había un silencio sepulcral. Entreabrí la puerta para entrar a ese pequeño lugar de ellos y mi boca se abrió de par en par.

Estaba completamente destrozada. Hojas rotas en cada rincón de la habitación, las sillas volteadas y el escritorio tirado, parecía que había pasado un huracán.

Y sí que lo había hecho. Un huracán llamado ira.

Mis hombros se cayeron aún más si era posible y mis ojos se anegaron ante lo que veía. Todo esto era mi culpa, yo los lleve actuar de este modo. Jalé mi cabello con desesperación.

Salí de esa habitación sintiéndome ahogar. Tenía que encontrarlos en cuanto antes, porque cada segundo que pasaba, presentía que la puerta del perdón se cerraba con candado sin intención de abrirse.

El club de los InadaptadosWhere stories live. Discover now