Capítulo 29: Club de lectura, una mala idea.

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Atticus.

Los nervios, así como la ansiedad, crecen en mi mientras camino en dirección a la pequeña biblioteca del centro de rehabilitación.

Mi estómago esta revuelto y me arrepiento de haber desayunado hoy.

La conversación que tuve con Belle hace días, me hicieron reconsiderar la idea de participar en los clubes de este lugar. Ya que, además de ser una manera productiva en la que puedo pasar el tiempo mientras ella no está conmigo, también puedo—y por mucho que no me guste la idea—, socializar un poco con alguien más que Jimin, Belle y ocasionalmente Jina.

Puesto que, al parecer y según la psicóloga, socializar es una buena manera de trabajar con este problema que padezco. Distraerme puede ayudarme a mejorar poco a poco.

Sin poder evitarlo, me detengo frente a la vieja puerta de madera, las ganas de vomitar aumentando en mí, así como también el vértigo. Mis manos se hacen puños en los bolsillos de mi chaqueta, mientras mi cuerpo tiembla ligeramente.

Yo...

No creo que pueda hacer esto.

Joder, todo esto es más fácil cuando estoy con Belle. Ella me calma.

— ¡Atti! — Jimin me mira con sorpresa, parado frente a mí, como si hubiese estado a punto de salir.

Quiero vomitar.

— Jimin... — murmuro.

Sus ojos brillan preocupados, sin embargo, una sonrisa se dibuja en su rostro, mientras me mira con alegría. — ¡Qué bueno que viniste! — dice, haciéndose a un lado para dejarme pasar. — Estaba a punto de irme, porque son todos aburridos, pero como ahora estás aquí, mejor me quedo. — comenzó a hablar, colocando una mano en mi hombro y empujándome suavemente hacía adentro.

Su tacto me relaja un poco, y en el fondo, me siento agradecido de tener una cara conocida aquí. Me siento aliviado de tener a Jimin conmigo, porque, puede ser molesto y hablador, pero es alguien a quien frecuento bastante. Es mi amigo.

— Cállate un poco, tonto. — suelto. — Me mareas.

Él se ríe, pasando un brazo por mis hombros, teniendo que pararse casi de puntitas para hacerlo, al ser más bajo que yo.

— Mentira. Tú amas mi voz. — aseguró.

La biblioteca es solo un salón pequeño, con piso de madera que cruje y que tiene una alfombra felpuda, de color rojo en el centro. Tiene, además, un par de ventanas grandes con unas mesas junto a ellas, que tienen dos sillas cada una. Hay dos muebles color caoba grandes, repletos de libros y pegados a la pared, que es de un color blanco, y que se encuentra adornada con cuadros, pancartas coloridas y dibujos de papel. Una de las paredes de la habitación, es una pizarra gigante, donde se encuentran dibujos hechos con tiza, además de tener palabras y grafitis.

Y junto a la alfombra de centro, se encuentra unos sillones viejos, de color rojos, con distintos cojines. También hay cojines regados por el suelo, un par de maceteros con plantas junto a la ventana y en una esquina del lugar. Y hay personas.

Cuatro personas en total.

Dos chicas exactamente iguales, vestidas exactamente iguales, pero con distintos colores de cabello, fucsia y morado, jugando Uno en una de las mesas.

Una chica rubia de anteojos, demasiado delgada como para ser real, recostada de estómago sobre la alfombra, leyendo un libro con las mejillas rojas y expresión viciosa. Se veía como el prototipo de chica mimada típico.

Y un chico de pelo naranja chillón, con un overol de mezclilla y camiseta naranja, zapatillas blancas y con audífonos puestos, dibujando con tiza de colores en la pared-pizarra.

Una dulce adicción (#1 GEMELOS EVERETT)Where stories live. Discover now