Entonces, para sorpresa de Teobaldo, Mercucio se colocó a horcadas sobre él. Su brillante y marfileña piel iluminada por la luna que entraba por la ventana.

—Es la bruja que, cuando las mozas yacen boca arriba —dijo, provocando a Teobaldo con sus movimientos—, las oprime y les enseña a concebir y a ser mujeres de peso. Es la que...

Teobaldo lo tomó del cuello y lo acercó para besarlo nuevamente. Mercucio respondió con obediencia, siguiendo el juego de labios, lenguas y dientes que el Capuleto imponía.

—¿De dónde sacas todas esas fantasías? —preguntó Teobaldo, cuando Mercucio sus labios se cansaron y sus pulmones les exigieron aire.

—De sueños —contestó con una sonrisa misteriosa—, que son hijos de un cerebro ocioso y nacen de la vana fantasía, tan pobre de sustancia como el aire y más variable que el viento, que tan pronto galantea al pecho helado del norte como, lleno de ira, se aleja resoplando y se vuelve hacia el sur, que gotea de rocío.

—Eres un charlatán —lo acusó Teobaldo, negando con la cabeza como si quisiera espantar las locas ideas que decía Mercucio—. Un soñador que morirá soñando su fantasía. Evades la realidad...

—¡Ah, la realidad! —vociferó este, bajándose de Teobaldo y la cama hecho una furia—. La aburrida realidad es la que me matará, Teobaldo. Esta realidad donde somos unas piezas de un juego de ajedrez, un caballo y un alfil con suerte, esperando ser utilizados para darle más poder a nuestras familias poderosas. Esta realidad deberemos destruirnos el uno hacia al otro para ganar.

Teobaldo, mitad culpable y mitad furioso, fue tras Mercucio, quien ya había comenzado a vestirse mientras hablaba.

—No podemos cambiar eso —le dijo Teobaldo, intentando usar aquel tono de dulce regaño que solía usar la nodriza de Julieta cuando ellos eran pequeños, y tomó al esquivo Mercucio de los hombros para que no se le escapara—. Cuando el sol salga volveré con los Capuleto y tú volverás con los Montesco y este sueño se habrá esfumado.

—Prométeme que no dejarás morir este sueño. Prométeme que este no es el final. Prométeme que no me olvidarás —respondió repentinamente Mercucio, entre sus brazos y se vio tan vulnerable y frágil en sus brazos que a Teobaldo se le rompió el corazón.

Teobaldo se lo prometió.


***


Julieta encontraba el comportamiento de su primo cada vez más extraño. Lo había visto salir a hurtadillas por las noches y había escuchado a su padre comentar que su sobrino al fin estaba disfrutando de la vida como un hombre, aunque ella no estaba segura de a qué se refería.

Era verdad que Julieta lo veía más contento. Pero también solía encontrarlo entrenando solo, con aquel semblante que ponía cuando luchaba consigo mismo. Otras veces lo descubrió con la mirada perdida y una expresión indescifrable.

Julieta se preguntó si su primo estaba enamorado. Y también se preguntó si todos los Capuleto estaban destinados a sufrir por amor. Esperaba que no fuera así, al menos no para su querido Teo. Aunque ella ya era un caso perdido.

Sus encuentros furtivos con Romeo habían durado todo el verano. Pero cada vez se hacía más difícil verlo.

Solo faltaba una semana para su cumpleaños número dieciséis y su madre estaba enloqueciéndola con los preparativos. Sería el último cumpleaños de Julieta como una doncella y, posiblemente, el último que realizaría en la mansión Capuleto; para el siguiente año, Julieta celebraría su cumpleaños en su propia mansión como la Condesa Della Scala. Y con aquellas emociones a flor de piel, la señora Capuleto planeaba tirar la casa por la ventana.

Mercucio amó a TeobaldoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ