Capítulo XV

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Teobaldo no entendía cómo las cosas lo habían llevado a dónde estaba ahora. Hasta Mercucio Della Scala. Pero hacía tiempo que aquello ya no le importaba.

Aunque se decía a sí mismo que había defendido a Mercucio de sus estúpidos primos por el bien de la familia, por honor; no muy en el fondo sabía que lo había hecho porque no soportaba la idea de que otros hirieran a Mercucio. No quería que nadie lo tocara. Quería ser el único que viera sus puntos débiles. Lo quería solo para sí.

Ahora los estaba dirigiendo por los callejones de una ciudad durmiente y Mercucio lo seguía con la misma obediencia con la que Eurídice siguió a Orfeo por el Inframundo. Aunque ellos estaban tomando el camino de entrada. Teobaldo sabía que, en el momento en que tomó la mano de Mercucio, comenzó a caminar hacia el Infierno. Y nada de eso le importaba.

Tras andar un poco más en la oscuridad, entraron a uno de los pocos lugares que encontrarían abiertos a esas horas de la noche: una pequeña iglesia al borde del abandono. La oscura nave era apenas un salón alargado con viejas bancas de maderas gastadas por los feligreses, con pequeñas ventanas y apenas poseía un crucifijo, una figura de la Virgen María y un sencillo oleo de David y Jonatán, que sacó una sonrisa irónica en Mercucio. La única fuente de luz era un vitral, desde donde la luna dibujaba etéreos colores sobre el altar.

—Siéntate, buscaré agua y telas —ordenó Teobaldo.

—Dime que no robarás agua bendita —exclamó Mercucio, mirándolo con sorpresa.

—¿Acaso la Divina Providencia no está para ello? —preguntó Teobaldo y Mercucio casi podía jurar que era la primera vez que lo oía decir una broma.

Teobaldo se persignó antes de buscar a tientas lo que necesitaba y se prometió que el próximo domingo devolvería lo gastado con su diezmo. Mientras tanto, Mercucio había estado encendiendo las pocas velas que se encontraban debajo del crucifijo para darle un poco más de lumbre al lugar. Teobaldo, habiendo encontrado lo que necesitaba, se quedó un momento contemplando la oscura figura de Mercucio iluminada por las velas. Su rostro vuelto hacia la figura del Señor, siendo un reflejo de este. El mismo cabello largo y ondulado, la misma expresión de dulce resignación en su rostro. Entonces Mercucio se volvió hacia Teobaldo con una sonrisa y la máscara del bufón había vuelto a dominar su semblante.

En ese momento, más que nunca, el joven Capuleto deseo ver a Mercucio en absoluta desnudez. Ver su piel marfileña, sus ángulos y sombras, el pulso de sus venas tamborileando en su cuello. Y también quería ver más allá de su carne, ver su vulnerabilidad y sus secretos. Ver quién era cuando estaba solo en la oscuridad. Al verdadero Mercucio Della Scala. Quería desnudarlo en cuerpo y alma. Y ser el único. Una parte de sí, la que a duras penas mantenía la cordura en presencia de Mercucio, sabía que aquel era un sentimiento posesivo que se arrastraba dentro de él y lo enloquecería, un veneno al que había dejado anidar en su interior por años. Pero no le importaba.

Había decidido rendirse a todo, ante Mercucio. La serpiente había anidado dentro de él, aún antes de haber probado la dulzura de la fruta. Y ahora ansiaba más. Sin embargo, sabía que todavía no era el momento. Sabía que debía ser paciente. Así que tomó a Mercucio del brazo y lo dirigió hacia los bancos.

—Quítate el jubón y arremángate la camisa —le ordenó con practicidad y le obligó a sentarse en una de las bancas.

—Siempre tan mandón —rezongó Mercucio, pero le obedeció y se quedó en silencio mientras Teobaldo limpiaba y vendaba la herida de su brazo. Era un corte largo, pero poco profundo.

Esta vez, fue el turno de Mercucio de convertirse en espectador y, sin disimulo, fijó la vista en Teobaldo. A la luz de las velas el Capuleto se había convertido en pura sombra y oro, la figura de un ángel caído. Sus serios ojos fijos en su trabajo, sus manos firmes pero gentiles contra su piel y su cabeza inclinada lo suficientemente cerca como para que, si Mercucio se inclinara, pudiera besar su cabello liso.

Mercucio amó a TeobaldoWhere stories live. Discover now