Capítulo XVI

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Curio había tenido razón, se dijo Benvolio. El verano estaba siendo particularmente cruel con la pobre Verona. Aunque apenas despuntaba el día, Febo calentaba los adoquines de la plaza y hacía humedecer la frente de los veroneses que se agolpaban bajo las sombras de los edificios. Muchos, sin importar su estatus, se detenían en la fuente de la doncella para saciar su sed y refrescar sus rostros.

Benvolio casi podía como la sangre le hervía dentro de las venas y la mente se le atontaba, perdiendo dominio de sí mismo. Por eso, cuando entró a la plaza y se encontró a Abraham y Baltazar, dos jóvenes empleados de su tío, a punto de comenzar una pelea con dos muchachos Capuleto -pura prepondera juvenil y espadas brillando a la luz del sol- se metió en medio sin pensarlo dos veces.

—¡Separaos, tontos! Envainar sus armas. No saben lo que están haciendo —les gritó a tiempo que detenía un mandoble de uno de los Capuleto con su propia mano.

Pero los jóvenes en Verona nunca fueron los más obedientes. Los Capuleto apenas habían amagado con retroceder ante él, sorprendidos de su aparición. Pero cuando vieron que él no desenvainaría, el muchacho se soltó de su agarre y arremetieron contra los siervos, que apenas podían defenderse con unas viejas espadas cortas.

Furioso ante su villanía, Benvolio al fin desnudó su propia espada y la cruzó contra las de los Capuleto. Aquellos muchachitos apenas si eran oponentes para un espadachín como él. El sonido alertó a todos a su alrededor. Atrayendo a más contrincantes a la trifulca.

El primero en aparecer fue Teobaldo, quien no sabía con quién estaba más furioso, si con sus estúpidos primos que no podían dejar de meterse en problemas o contra aquel Montesco que no tendría piedad contra ello.

—¿Conque desenvainas contra unos niños? —rugió, apuntando con su espada al Montesco que tenía delante—. Vuélvete, Benvolio, y afronta a un oponente de tu tamaño.

—Estoy poniendo paz. Envaina tu espada o ven con ella a intenta detenerlos —exclamó Benvolio, en medio de los jóvenes espadachines; deteniendo un peligroso mandoble de Gramio.

—¿Y armado hablas de paz? —se rio Teobaldo—. Solo sandeces y mentiras salen de tu boca, Montesco. ¡Vamos, cobarde!

Sus espadas chocaron y temblaron una contra otra, centellando bajo el sol impasible. Hubo un tiempo en el que Benvolio le había tenido terror a Teobaldo Capuleto. Cuando aún era un niño pequeño y débil convertido en el blanco favorito de las bravuconerías de los Capuleto; en ese entonces había sido Mercucio quien siempre salía en su defensa. Pero ahora igualaba a Teobaldo en tamaño, fuerza y habilidad. Y al fin había llegado el día en que podría enfrentarse al monstruo de su infancia.

Pero, de pronto unos brazos lo jalaron, aprensándolo y alejándolo de su oponente. Tarde, Benvolio descubrió que la guardia del Príncipe había llegado para detenerlo. Se removió, intentando librarse de sus opresores, pero estos lo sujetaron con más fuerza y, un momento después, lo obligaron a arrodillarse.

Sin poder hacer otra cosa, miró a su alrededor y vio que más guardias también habían doblegado a Abraham y Baltazar y a los tres primos Capuleto.

La gente se había reunido formando un círculo a su alrededor. Benvolio vio en sus rostros el hastío y el miedo. Sabía que Verona estaba harta de los Montesco y Capuleto. Un momento después, se hizo presente el Príncipe junto a Paris y más de sus guardias. La gente se abrió para darle paso y este caminó hasta ponerse en medio de ellos. Se habían convertido en un espectáculo a conocído y el Príncipe demandó la atención de todos.

—¡Súbditos rebeldes, enemigos de la paz, que profanáis el acero con sangre ciudadana! —gritó, aunque no hubiera hecho falta. El más absoluto silencio había caído sobre la plaza—. ¡Vosotros, hombres, bestias, que apagáis el ardor de vuestra cólera la sangre de sus venas! Por una palabra de nada perturban la quietud de nuestras calles. No lo toleraré más. Escuchen la decisión de vuestro Príncipe. ¡Si causáis otro disturbio, vuestra vida será el precio!

Mercucio amó a TeobaldoOnde histórias criam vida. Descubra agora