Capítulo XIII

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Julieta descubrió que escaparse con la ayuda de su nodriza hacía las cosas muchísimo más fáciles. Claro que le costó conseguir dicha ayuda.

Luego de que su nodriza descubriera la furtiva relación que había comenzado con el heredero Montesco, Julieta tuvo que soportar ser regañada sin parar, entre rezos e insultos al sino cruel. Y luego tuvo que llorarle por horas para que Angelica aceptara, por fin y sin otra opción, convertirse en su cómplice y fuera en persona a acordar el día y la hora de su revancha.

Angelica no podía creerlo. Su niña, su querida niña, había caído presa del más temible embrujo. Se había enamorado.

Por eso, cuando Angelica encontró a Romeo en la Piazza, al día siguiente de que Julieta recibiera su carta, no pudo evitar poner mal gesto ante la panda de jovenzuelos revoltosos que ahí se encontraban apostados contra una fuente bajo el inclemente sol del mediodía.

—Es que soy el culmen —escuchó clamar a quien reconoció como el ahijado del Príncipe de Verona.

—¿De la cortesía? —le respondió otro. Un muchachito bajo con una mata de cabello castaño y los colores de los Montesco. A su lado, el tercer joven con los mismos colores azules, pero en proporciones mayores sonreía ante las bufonadas de sus compinches.

—Exacto —respondió Mercucio Della Scala, pavoneándose.

—No —respondió su interlocutor con una sonrisa pícara—, eres el colmo. El colmo de la petulancia.

—Querrás decir de la pestilencia. Cuando Mercucio se pone esos perfumes franceses no hay quien lo soporte —agregó el tercero llevándose la mano a la nariz antes de recibir un golpe de Mercucio.

Ante tal escena, Angelica tomó aire y caminó hacia esos rufianes con su abanico cubriendo parte de su rostro.

—¡Ah, pero que abanico más bello tiene, mi señora! —exclamó el joven Della Scala. Sacándole una sonrisa a la nodriza—. Hay veces que el telón es más elegante que la obra que oculta —siguió este con una sonrisa pícara.

Angelina hizo un esfuerzo para no ruborizarse y mantener la compostura ante tal afrenta.

—Buenos días señores —les saludó de mala gana—. ¿Puede alguno decirme dónde puedo encontrar al joven Romeo?

—Eso será difícil —respondió quien parecía ser el menor—. Me han dicho que es un ente escurridizo. Difícil de encontrar.

—Suele esconderse en lugares oscuros para llorar de pena —agregó el otro Montesco, ganándose un segundo golpe, esta vez de parte de su primo—. Pero, siéntase afortunada, mi señora, de ser de las pocas personas que han podido ver tal criatura a plena luz del día.

—Si sois vos, señor, deseo hablar un momento con usted... Confidencialmente —enfatizó con una mirada desdeñosa hacia los demás—. Tengo un mensaje que darle por parte de mi señora

—¿Una mujer mandándole mensajes a Romeo? —le susurró Benvolio a Mercucio, sorprendido.

—Que tiemble Rosalina. Al fin se ha presentado una rival por el corazón de Romeo —exclamó Mercucio.

—¿Te refieres a la vieja o a su misteriosa señora? —quiso saber Benvolio, entre curioso y divertido.

Romeo, adivinando finalmente de parte de quién iba aquella mujer, se apresuró a despachar a sus maleducados amigos.

—¿No tienen nada mejor que hacer ustedes dos? —les preguntó.

—Oh, mi adorable Romeo, sabes que no —respondió Mercucio con condescendencia.

Mercucio amó a TeobaldoWhere stories live. Discover now