Capítulo 4, La historia de Moisés

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   Capítulo dedicado a mi madre, la luz de mis ojos, la princesa de mi historia, aquella que me regaló todo, gracias mamá, te amo.

   Al día siguiente Azul despertó muy emocionada, cepilló sus dientes, cogió su uniforme, limpió sus zapatos, estaba ansiosa de ir a la escuela, buscar a su maestra y tocar aquel piano de nuevo, llegó a la cocina para desayunar, el olor de la tocineta y los huevos revueltos era delicioso, la señora Smith preparaba el desayuno de su esposo quien estaba listo para ir a trabajar.

La afanada mujer giró para servir los platos, se sorprendió y sonrió al ver a Azul despierta, la observó con detenimiento, recorrió la mirada desde sus pies hasta su cabello que estaba perfectamente arreglados, se acercó para darle un beso en la mejilla; finalmente le dijo.

—Azul... ¿a dónde pensás ir hoy tan elegante con tu uniforme?

Inocentemente la pequeña respondió —A la escuela.

Su madre tomó un tiempo para reír con su hija —Hoy es sábado, no iremos a la escuela, debe gustarte mucho asistir a clases —afirmó en un tono cariñoso.

—No iremos a la escuela hoy ¿Por qué? 

—¿Porque es sábado Azul, sabes que los sábados no vamos a la escuela?

A regañadientes fue a su habitación se quitó el uniforme, se metió a la cama sin dejar de murmurar, renegando del día sábado, debajo de las mantas cuestionaba.

—¿Por qué debe existir el sábado? Los niños deberían ir a la escuela todos los días. Es injusto. Cinco días a la semana no es suficiente para estudiar.

—¡Haz silencio, mocosa! Quiero dormir un rato más, —chilló su hermana mayor quien dormía a su lado.

A pesar de que Azul pasó toda la mañana diciendo que odiaba los sábados, eran los días en los que ella y Lisy paseaban, jugaban o iban a algún lugar a divertirse, esa vez el señor y la señora Smith llevaron a sus pequeñas a comer helado en la tienda de la esquina cerca de la casa. Azul y Lisy amaban esa heladería; tenía un gran tobogán y una gran piscina de pelotas coloridas, a  primera instancia Azul siempre le tenía miedo, luego de un rato no quería salir de allí.

* *

    Todos los domingos eran sagrados para la familia Smith y todos en casa debían asistir a la iglesia. El día siguiente ese domingo en la misa, Lisy estaba aburridísima, por ello, sin que, sus padres se dieran cuenta, se escabulló por las bancas de la iglesia. La señora Smith al percatarse de la ausencia de Lisy, escudriñó a su alrededor para encontrarla... hasta que escuchó una vocecita.

—¡Hola mamá! ¡Mírame! Yuju aquí arriba ¡mamaaá! —Lisy estaba en el segundo piso de la casa cural sacando su mano por una pequeña rendija que dejaba ver un poco hacia adentro. La señora Smith no podía creer lo que Lisy estaba haciendo.

 El señor Smith confundido preguntó —¿Es esa Lisy? —Miró a su alrededor—, ¿Dónde está Lisy? —La señora Smith furiosa no contestó.

Miranda se echó a reír al ver a su hermanita allí arriba. Todos en la iglesia levantaron la vista hacía donde se podía observar su pequeña mano saludando.

El sacerdote pausó un momento, sin embargo continúo con la misa casi inmediatamente. Un seminarista que estaba dentro de la casa cural tomó a Lisy de la mano y la llevó abajo. La señora Smith salió a recibir a la jovencita de manos de aquel chico. Avergonzada se disculpó varias veces.

En casa la señora Smith más calmada habló con Lisy.

—No podés entrar en la casa cural e interrumpir la misa de ese modo. El padre podría castigarte y ponerte a barrer toda la iglesia ¿te gustaría eso?, —preguntó, Lisy permanecía callada, de ese modo, la señora Smith continuó—. Además el padre podría pensar que sos una chiquilla desobediente y te llevaría con el hombre malo del que habla siempre, y ese señor te encerraría toda la vida en un cuarto oscuro. Tenés que pórtate bien para que eso no pase ¿de acuerdo? —Lisy solo asintió con la cabeza.

La introvertida vida de AzulWhere stories live. Discover now