Svetlana

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12/02/2000

Narra Rusia

Estaba en mi escritorio, en la oficina que antes era de papá y había pasado a ser mía, era extraño, me gustaba tener su oficina, me hacía sentir acompañado de alguna manera, como si todavía lo tuviera ahí para apoyarme, además para mí era un honor ocupar el que alguna vez fue su puesto. Pero al mismo tiempo sentía feo estar ahí y saber que nunca volvería a verlo cruzar esa puerta o cuando yo mismo entraba y no lo veía sentado en su escritorio ahogado en papeleo sentía un hueco en el estómago.

Me estaba tomando un café mientras leía algunas propuestas para cambiar algunas leyes y anexar unas cuantas más. De repente alguien tocó mi puerta.

—Pase.—Respondí.

Escuché que la puerta se abrió y se cerró, no levanté la vista, después escuché algunos pasos que se acercaban y sentí que alguien se sentó frente a mí.

—Buenos días, señor.—Me saludó una voz femenina muy cordial.

Odiaba que me dijeran señor, tenía 24 y no estaba casado, eso no era muy aseñorado de mi parte.

—¿Qué necesitas?.—Pregunté dándole una mordida a mi galleta y escuché que jaló aire con nerviosismo.

—Mi nombre es Svetlana Gromova y quiero ser presidenta.

Trató de demostrar seguridad en sus palabras pero cualquiera podría notar el ligero temblor que se escuchaba en su voz, cualquiera vería el movimiento de su pie golpeando el suelo en repetidas ocasiones y cualquiera se daría cuenta de que había cambiado su posición en la silla cien veces desde que se había sentado ahí. No necesitaba voltear a verla para ver todo aquello, se movía tanto que podía ver de reojo lo que hacía.

—Todos queremos cosas.—Le respondí tajante y desinteresado.

—Señor, sé que suena loco o incluso un poco tonto pero vengo con la mejor de las intenciones, mire, si usted tiene tiempo le agradecería que leyera mis propuestas, están en estos papeles que...—Antes de que pudiera terminar su frase la interrumpí.

—Ya tenemos un presidente.—Bajé mis papeles ya irritado por su insistencia y levanté la mirada para señalarle hacia la derecha, donde se encontraba la pared que separaba mi oficina de la de Vladimir.

La ví por primera vez, era una mujer de tez blanca, su cabello largo castaño con luces rubias estaba atado en una coleta alta, sobre sus sus grandes ojos verdes había sombras de color café y delineador, sus labios de tamaño promedio estaban cubiertos de un tono también café pero al mismo tiempo se veía rosado, no estoy seguro de cómo describirlo. Era muy delgada y sus largas piernas se cruzaban mientras estaba sentada.

—Bueno... Sí, pero quizá en las siguientes elecciones yo podría postularme, sólo quisiera su ayuda, que me asesore.

—No soy el asesor ni en entrenador personal de todos los que quieren entrar a la política, hay gente que se encarga de eso, mi trabajo contigo empezaría después de que tengas el puesto, si es que te lo ganas.

—Eso lo sé, señor, pero bueno... Usted es el representante, usted es Rusia, quiero que vayamos de la mano—Se inclinó hacia adelante tomando mi mano izquierda que estaba sobre mi escritorio para ilustrar sus palabras—Yo quiero llevarlo por el mejor camino.

Miré sus ojos. Se veían confiables y honestos, la luz que se reflejaba en ellos les daba tanta vida. Me recordaban a las auroras boreales que había visto alguna vez en Islandia, eran bellísimas y transmitían tanta paz, de esas cosas que te hacen recordar cuál es el sentido de la vida.

Anorexia (Rusmex)Where stories live. Discover now