Capítulo 10

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Olimpia

Olimpia se desperto por la mañana al los rayos del intenso sol de Egipto tocando la piel de su rostro, bañando sus mejillas de un intenso calor y llenando su piel de vida, pero tambien lo hizo al sentir un fuerte movimiento de sus hombros porqué al parecer a Christian y su madre, la reina, les gusta levantar a la gente de una horrible manera.

— Por favor despierta Olimpia, tenemos que irnos ahora — Dijo Christian mientras trata de despertarla — El mercado esta a punto de abrir, la ciudad se llenará de turistas y no quiero que me vean dormido en la calle

Olimpia abrió sus ojos parpadeando varías veces por el intenso sol, pero adaptando su vista para poder ver la imagen de ese hombre frente a ella de forma más clara.

— ¿No quieres que te vean cómo un pordiosero? —

Ese ingles frunció su boca con disgusto y la fulminó con la mirada mientras la toma de la mano para ayudarla a ponerse en pie.

— Soy el hijo de un rey, tengo una imagen que cuidar — Ese hombre la miro de soslayo con cierto disgusto — Soy novio de una hermosa mujer, lo último que quiero es perderla y que crean que vine de viaje romántico contigo, que quede claro qué solo lo hice para ayudar a tu inteligente madre, no por ti —

Olimpia al momento se sintió herida ¿Entonces a que vino? Pero reclamarle sus palabras, sería dejarle paso al dolor, así que con astucia y sin que nadie la viera,  robó una chaqueta de uno de los puestos del mercadillo y camino calle abajo sin esperarlo.

De todos modos, ella siempre asusta a los hombres, tiene un carácter tan fuerte y una obsesión por la historia, que ningún hombre la quiere.

¿Y si está maldita?

Quizá ella esta destinada a ser una arqueóloga rica, con gatos, pero con miles de recuerdos por sus viajes.

De todos modos el amor es solo para sufrir, y lo sabe porque la historia no miente, Romeo y Julieta, los grandes reyes y sus decepciones amorosas, Julio Cesar, Cleopatra y Marco Antonio...

La historia le ha demostrado que el amor solo lleva a la muerte y ella quiere vivir.

Por un momento se escondió por los pasillos del mercadillo, entre los turistas y el griterío de los  vendedores árabes que ofrecen baratijas egipcias, pero una fuerte mano la detuvo del brazo y la obligo a detenerse. 

— Para que si sigues caminando así, te perderé de vista —

Olimpia se alejo unos pasos y se cruzo de brazo.

— Necesitó regresar al hotel por mis cosas, si quieres tu puedes regresar a Londres y ver a tu novia, ¿Estoy bien, lo entiendes? Ya vete  — Dijo fingiendo una sonrisa horrible y pasándose las manos por el cabello —  Necesitó mi dinero y mis cosas y tú necesitas ver si a tú novia no se le cayó una uña, ya vete, corre, lárgate miedoso

Christian la tomó del brazo de nuevo y la escondió en un pequeño puesto de figurillas de Cleopatra y Nefertiti, con el olor del incienso bañando el lugar y con un árabe creyendo que me comprarán algo.

— ¿Estas loca? ¡Dios, si te deje sola iras camino a la muerte! — Dijo tomándola de los hombros con fuerza — No puedes regresar, seria una muerte segura —

— ¿Y mi ropa? — Preguntó de inmediato — No puedo estar en pijama y robando cosas del mercadillo, si voy a la cárcel en Egipto, mis padres me matarán —

— Yo te compro lo que necesites

— ¿Y mi dinero? —

Christian la miró a los ojos, con ese tono azul tan intenso que caracteriza a los hombres de su familia, con su piel dorada a causada de las largas horas bajo el sol y con ciertos mechones de cabello rubio rebelde tocando su frente, lleva la camisa desabrochada, diferente al hombre de perfecto traje que siempre sale en televisión, luce estresado, y pendiente a cualquier cosa, cómo ahora, que la mira con esa intensidad que la pone nerviosa.

Erase Una Vez Alejandría Where stories live. Discover now