135| Sexo por teléfono.

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— Está bien, dile a Camille que te de uno y luego te lavas los dientes y vas a la cama.

— ¿A tu cama? — demanda en un tono demasiado dulce.

— Sí, a mi cama.

Feliz por mi respuesta, me da un beso en la mejilla y corre hacia Sebastian. Les veo entrelazar las manos mientras ella le reclama por venderla. Sebastian sonríe y ambos se marchan en busca de Camille.

De nuevo de pie, sola en mi antiguo laboratorio, pienso acerca del futuro de Ámber. Debo darle una vida. Un buen hogar. En cuanto acabe esta guerra, deberé encontrar la manera de crear una estabilidad para ella. Un padre. Y el único que se me ocurre es Sebastian.

Alex no la soportaría.

Alejo ese pensamiento de mi mente y me dejo caer en una silla. Con los dedos retocando en el reposabrazos dejo a mi mente volar hacia el loco pensamiento de Alex sosteniendo a nuestro hijo mientras Ámber, en el suelo y dando pequeños saltitos mientras estira sus brazos hacia Alex le ruega ver al bebé.

Agacho la cabeza y sonrío momentáneamente. Cuando alzo la vista por culpa del dolor en mi pecho, mis ojos viajan hasta la estantería de las dosis de Lyross.

Recuerdo haberle puesto ese nombre por las palabras en inglés "memory loss", no era muy ingeniosa en cuanto a nombres se refería, pero así nadie sabía lo que me estaba inyectando.

Muerdo los labios, me siento tentada a probarlo de nuevo en mi sistema. Las ganas de volver a tener la sensación de paz en mi cuerpo es tentadora. Pero no lo hago. Esa niña asustadiza ha quedado atrás, debo soportar el dolor. No puedo abandonar a Ámber de nuevo, puede que Camille esté viva, pero sigo sin confiar en ella para cuidar de Ámber.

Estiro los brazos hacia arriba. Luzbel fue a entregarle la cura a Aleksey en cuanto la tuve lista. Dudo sobre la eficacia, porque la cantidad de veneno era bastante concentrada en su sistema. Un microbio incapaz de ser detectado por el sistema inmunológico de la persona. Tétrico. Aunque debo reconocer que se trata de una maravillosa creación. Aquel que lo hiciera debe estar orgulloso. Se acerca mucho a mi sueño de asesinar sin ser detectada.

MI mente viaja a las botellas de vino del despacho de Luzbel. Ámber pasará algunas horas molestando a Camille, así que tengo tiempo de tomar una copa antes de que aparezca diciendo que es hora de dormir.

Esta noche, tras días de arduo trabajo, merezco dormir en los brazos del alcohol.

Necesito un lugar tranquilo en el que perderme, así que me aventuro al exterior del círculo, a través de las llanuras rocosas hasta un acantilado de piedra acabado a orillas del mar. He traído conmigo una de las botellas más grandes que he podido encontrar ante la extensa colección de Luzbel.

El lugar luce igual a esos paisajes anunciados en las revistas. Un lugar paradisíaco, solitario en medio de la nada, con la única compañía de uno mismo. Tomo mi tiempo para buscar un lugar cómodo, me decido por sentarme cerca del borde del acantilado. Con los pies colgando en el agua, doy un sorbo a mi botella.

Mantengo el teléfono, el único medio por el que podría contactar a Alex, en mi mano. Presionado con más fuerza de la que debería.

Detrás de mí, un ruido de rocas crujiendo entre sí, me obliga a sonreír.

— Hunter, sal de ahí... — murmuro.

Él, saca la cabeza de detrás de un matorral seco y sonríe — no te he seguido — se excusa.

Lleva días echándome miradas dudosas, estoy segura de que esperaba una oportunidad para hablar conmigo.

— ¿Quieres?

Sumisa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora