004- Realidad

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El la luz del sol entro por la ventana dándole en el rostro a la reina de Gales, ella se se despertó desorientada, no sabiendo dónde se encontraba, la falta de alimento por casi un día completo le hizo más difícil el poder juntar sus pensamientos para descubrir en qué lugar se encontraba.

- ¡Gracias a los dioses que despertó!

La voz resonó en su cabeza, y volteo a su costado para ver quién era la persona que se alegraba tanto por su despertar, vio a la mujer mayor acercarse a ella, y poner una mano sobre su frente, el contacto le incomodó un poco al no reconocerla, pero no sentía las fuerzas como para alejarse de ella.

- Tiene un poco de fiebre querida, pero no creo que sea grave, de todas maneras le haré saber al rey.

Esa simple palabra le hizo recobrar un poco de su conciencia, era consciente que solo estaba ahí por simple capricho del Rey, sin embargo saberlo no le impidió sentir decepción al no tenerla a un lado suyo, y aunque no lo dijera en voz alta, muy dentro suyo quería creer que ella significaba algo más para el rey que una simple muestra de sumisión por parte de Corona, pero al no verla a su lado en un momento de enfermedad, y más cuando se sentía tan vulnerable, solo pudo derramar un par de lágrimas mientras se volvía a recostar.

Sintió un sabor amargo en su boca, para después sentir como un líquido le impedía respirar, abrió los ojos de golpe, para después golpear su pecho buscando aire, en su desesperación vio a un hombre a un lado suyo con un botella de vidrio a la altura de su rostro.

El sabor se rehusó a dejar su boca, pero el poder respirar le hizo sentir un poco mejor.

- Sugiero tome un par de botellas más, solo para reforzar sus defensas.

Pero era claro que no le hablaba a ella, vio a un costado y afortunadamente se sentía mejor que cuando despertó por primera vez, y pudo reconocer a Sana aun lado de su cama escuchando atentamente al hombre.

Cuando el hombre abandonó la habitación y solo quedaron ambas mujeres, Sana vio el desconcierto en el rostro de su ahora reina.

- Ese era el doctor real, te dió a tomar aceite de bacalao, es bueno para mantenerte fuerte.

Jennie seguía sintiendo el sabor desagradable, pero no era una niña como para estar quejándose sobre el sabor de una medicina.

- Pero dijo que no hay nada de que preocuparse, ¿Tienes hambre? Que digo, seguramente estás más hambrienta que un lobo.

Y el sonido del estómago de Jennie fue la única respuesta que necesito Sana para poner una charola en las piernas de la rubia, en ella había un par de panes, pescado ahumado, un pedazo de carne de res con especias, pero lo que llamo más la atención de la reina fue una taza con un líquido café en el, su olfato le hizo saber que era chocolate, sin esperar nada tomo la taza y le dió un par de sorbos.

Durante su comida Jennie, vio a Sana salir un par de veces y regresar solo para verla.

- ¿Sucede algo? - Lejos de hacer la pregunta para romper la tensión en el aire, Jennie la hizo por curiosidad.

- Este Rey testarudo, trae a casa a una hermosa princesa y la deja sola para estar encerrada en su despacho.

Jennie dudaba que hubiera otra persona con el valor de hablar de esa manera sobre el rey de Gales, su corazón latió con mayor fuerza, con cierto temor que esas palabras llegarán a los oídos del rey y llegará a tomar acciones en contra de la mujer que tenía enfrente suyo.

Pero hubo un solo momento en el que el rostro de la mujer se vio sumido en una completa pena, pero Jennie dudaba que fuera hacia ella.

- De todas maneras, debes descansar para que te recuperes completamente. - Jennie sintió como era arropada como cuando era pequeña. - Pero supongo que debes estar aburrida de estar acostada.

Y sucedió algo que sorprendió mucho a la reina, en sus piernas fueron puestos varios libros. A ella le encantaba leer, pero el catálogo al que tenía acceso en Corona era sumamente limitado, solo dándole acceso a lo que una doncella podía leer, y si quería leer algo diferente debía robarlo de la biblioteca real, por lo que los libros que fueron puestos en sus piernas fueron una grata sorpresa, solo leyendo los títulos de los libros le hizo esbozar una gran sonrisa.

Títulos de grandes pensadores, como Nietzsche, Marx, y Smith, obras de arte como lo eran las copias de los manuscritos, de Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci.

Jennie se perdió en los libros, aunque la filosofía le llamó la atención como aquel juguete prohibido al que apenas podía poner sus manos encima, el arte era su debilidad, y no pudo resistir el poner sus manos sobre aquellos ejemplares en los que estaban los trazos de los artistas más grandes de la historia.

Con el pasar de las horas, no pudo dejar que aquellas páginas dejaran de cambiar, ella no podía entender cómo era posible que alguien pensara en todo lo que estaba en aquellas páginas, como era que podían plasmar su manera de ver el mundo, y hacerle a la demás gente ver al mundo de aquella forma, pero no por nada eran llamados genios.

- Niña Jennie, ¿sigue leyendo?

Jennie alzó la mirada viendo nuevamente a Sana, y aunque para ella solo había pasado un momento desde que la ama de llaves la había dejado sola, la obscuridad del paisaje que se veía desde la ventana le dijo que en realidad había estado leyendo bastante tiempo.

- Si, solo... - A Jennie le faltaron las palabras.

- Oh... no lo decía acusándola, me alegro que la elección del rey fuera de su agrado.

La reina vio los libros, una extraña sensación nació en su estómago al descubrir ese pequeño detalle.

- Si, son muy entretenidos.

- ¿Desea cenar?

- Solo una taza de chocolate por favor.

Sana salió de la habitación, y muy a su pesar Jennie acomodo los libros en el buró de la cama, no se perdonaría si los libros llegarían a sufrir un accidente por su descuido.

Sana no tardó en regresar con una tetera sobre una charola, Jennie espero a que le fuera servido, y vio nuevamente esa mirada en el rostro de la ama de llaves, y su curiosidad le hizo preguntar.

- ¿Sucede algo?

Como respuesta recibió un suspiro cansado. - Está niña, noches y días en su escritorio, no la entiendo.

- ¿El rey Lalisa?

- Y luego ese estúpido sobrenombre, por el amor de los dioses, es una señorita. - Y cuando Jennie pensó que Sana iba a continuar, pareció darse cuenta de con quien se encontraba. - Perdóneme, pero rara vez viene a su dormitorio, y me preocupa su salud.

Jennie se sorprendió, fueron muchas revelaciones en tan poco tiempo.

Ella nunca pensó que hubiera alguien que se preocupara de esa manera o con aquella intensidad sobre el Rey Lalisa, desde que la vio llegar al castillo de Corona, se veía tan imponente que no le pareció una persona que necesitará la preocupación de alguien, sobre todo por qué no creyó que esa persona que mató a casi todo su reino, mereciera la preocupación de una mujer como lo era Sana. El pensamiento le hizo recordar el día anterior, y para quitar esos pensamientos de su cabeza, quiso saber quién era el que la había encontrado.

- Sobre ayer.

- Si que nos preocupaste.

- Lo siento, pero ¿quien fue el que me encontró?

Sana parecía seriamente conmocionada, y en su rostro se reflejaba como debatía en decirle o no.

- Por favor, necesito agradecerle.

Sana suspiro derrotada.

- Fue mi rey, niña, cuando una de las sirvientas la vio salir corriendo del castillo, alertó al rey, pero... juro nunca lo había visto de aquella forma, salió corriendo de su despacho hacia los establos, tomo al primer caballo que encontró y salió a su búsqueda.... fue hasta al anochecer que regresó con usted en brazos.

El Rey. | Jenlisa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora