124 | Una sonrisa

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— ¿Cómo conoció a Camille?

— Mi hijo murió a manos de la ruleta — explica, girándose y apoyándose en su mesa para mirarme.

No lo dice, pero la posibilidad de que alguno de nosotros lo matara es muy alta.

— Lo siento — susurro.

— Mi hijo menor está aquí — explica — después de que su hermano muriera, lo llevaron para asesinarlo. El día que iban a matarlo, una joven escapó de su jaula, empezó una revuelta y la vida de mi hijo fue salvada.

Sonrío mientras una lágrima cae por mi mejilla — ya veo.

— Sé mejor que nadie lo que significa la pérdida de un hijo. Intenta no centrarte en lo que hubiera pasado si no hubiera muerto. No te enfoques en una posibilidad que no existe. Eres joven, tendrás hijos algún día.

— Somos únicos en este mundo.

— Mantener algo como esto tu sola puede ser difícil, te aconsejo que busques apoyo emocional, sobretodo si buscabas tener al bebé.

— No lo estaba esperando — admito — pero... ahora que no está — llevo la mano a mi pecho, al punta exacto donde siento que me están agujereando con tal de no dejarme sentir nada — de alguna forma, duele.

Ambos suspiramos — lo siento, no merecías un dolor como ese contigo, y... gracias por salvar a mi hijo.

— Gracias por atenderme.

El médico, cuyo nombre no le he preguntado, me deja sola en la habitación para que me vista. Observo a mi alrededor, parece una clínica de verdad. Hasta las paredes han sido cubiertas de cemento, alisadas y pintadas de blanco.

Me visto con un conjunto de color negro y unas zapatillas del mismo color. No se me ve nada mal, él hombre incluso pensó en mi comodidad. Dejo la bata sobre la camilla y compruebo la nueva compresa que me puse tras la revisión. Casi no hay sangre en ella.

No quería un hijo. No quiero un hijo. Muerdo mis labios con fuerza hasta el punto de sentir la sangre en mi boca. Solo entonces me detengo.

Respiro. Solo tengo que salir fuera y pretender que no existió jamás. Es fácil. Debo ponerme una máscara como siempre hago. Puedo hacerlo.

Tras tomar unos guantes de cuero negros que el médico ha dejado para mí y ponérmelos, aparto el cabello de mi cara y me obligo a sonreír antes de salir del consultorio.

Sebastian está parado frente a mí con una expresión de preocupación en su rostro.

— Ya está — le explico a Bastian, debo aclarar mi garganta para seguir hablando — es... un problema con mi periodo — miento — a veces el dolor es insoportable.

— Debe ser por... la...  — la voz de Sebastian se apaga.

— La tortura — acabo por él — sí, debe ser eso.

Sin querer seguir esta conversación, sigo caminando sin rumbo alguno. El estómago pega leves pinchazos a los que no  tomo atención. Necesito seguir con mi vida.

Caminando por los altos pasillos de piedra llego hacia lo que parece ser la sala de entrenamiento, Camille está allí, fingiendo una lucha de espadas con su hermana. Nuestros ojos se encuentran en un instante.

— ¡Mamá! — chilla Ámber, soltando su espada de madera y corriendo en mi dirección.

Tengo que acuclillarme en el suelo para tomarla en brazos. Presiono mis dientes los unos con los otros y cierro un segundo los ojos tras el dolor por el esfuerzo. Le sonrío a Ámber cuando se esconde en mi pecho, enredando sus brazos alrededor de mi cuello.

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