112| Catorce millones en la ciudad del amor

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Con un simple asentimiento de cabeza nos dirige a través del pasillo. Creí que solo estaríamos acompañados por Edmond y Bjorn, me temo que estaba equivocada.

En la entrada del comedor, dos asistentes vestidos de frac separan las puertas y nos dejan acceso al interior del lujoso lugar. Observo a mi alrededor, la mayoría de los asientos parecen haber sido ya ocupados. Algunos se entretienen hablando, otros esperan con tranquilidad a que el espectáculo comience.

Desconozco qué clase de diversión podríamos encontrar aquí, solo he venido para no pensar en esa mujer o en la prueba de embarazo no válida de esta mañana.

El salón posee una gran lámpara de cristal en el techo que ilumina la mayoría del ambiente, aunque es ayudada por antiguos candelabros de plata situados en cada mesa. La cuvertería de porcelana que adorna las mesas junto a manteles cuyos bordados deben ser a mano, saca un suspiro a más de uno. El suelo enmoquetado con una enorme alfombra de color rojo facilita el opacar los ruidos de los maîtres en sus innumerables caminos hacia la cocina y de nuevo hacia la mesa que atienden. Las paredes llevan tonos blancos mezclados en dibujos sin una forma específica con relieves en dorado simulando el oro.

— ¿De verdad esto es un lugar para recaudar fondos? — demando en dirección a Alex.

— Si quieres atraer a los billonarios de todo el mundo, debes darles algo por lo que venir — explica.

Mi atención viaja hacia unas escaleras con barandillas brillantes de cristal que dirigen a la segunda planta del salón, allí solo hay unos cuantos palcos que rodean el escenario. Subo con cuidado, sujetándome del brazo de Alex. Alice tampoco sabe cómo reaccionar ante esta opulencia.

He estado en lugares lujosos antes, pero sin duda este se lleva el premio a extravagancia.

Una vez arriba, el pasillo se divide en dos direcciones, seguimos al hombre que nos ha traído hasta aquí. Cabe destacar que cada puerta tiene dos hombres de seguridad, excepto en la que nos detenemos, donde hay dos más, por si acaso.

— Está todo listo, señor— explica uno de los guardias.

Son demasiadas caras nuevas como para acordarme de todos. Alex ha traído a más gente. Aunque después de lo de ayer, no me extraña.

— Primero las damas — ofrece, tras aclararse la garganta y hacer un ademán de su mano.

Asiento, doy los primeros pasos al interior, las paredes han sido recubiertas con unos tonos negros que contrastan con las cortinas rojas, impidiendo que desde abajo se nos pueda ver. El lugar es amplio, con un diván pegado a la derecha, una mesa con cuatro sillas y otros cuatro cómodas butacas de cuero pegadas al balcón.

— Vaya... — susurro.

— ¿Te gusta? — pregunta.

Asiento.

Me acerco hacia las cortinas y las abro para observar el escenario y la planta baja.

— Será una subasta — explica Alex a mi lado.

Ambos tenemos nuestras manos en la barandilla de metal y él posa la suya sobre la mía en una caricia suave.

— ¿Qué van a subastar?

— Joyas de la corona francesa en su mayoría.

Abro mis ojos.

— ¿Jo...yas de la corona? — demando.

Cuando era niña estaba obsesionada con los diamantes, rubíes y esmeraldas que adornaban esas antiguas coronas. Fantaseaba un día convertirme en una reina para poder llevar una. Antes de la ruleta, claro.

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