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Paige:

Rompo el beso y hago un movimiento de caderas, robándole un jadeo a Max. Estoy encima de él, sobre su coche y quizás no es el lugar perfecto para tener sexo.

O en mi caso, perder la virginidad. Pero cuando hay el deseo que ha acumulado mi cuerpo... siento que solo quiero hacerlo y ya.

Tomo su rostro entre mis manos e intento besarlo, pero él me frena.

—Espera, no.

Respira agitado y con los labios rojos, me mira el rostro.

—¿Qué pasa?

—No aquí. —Niega. —No en un estacionamiento.

—¿Importa mucho el lugar?. —Inquiero.

—Me importa mucho que tú lo disfrutes y te sientas cómoda, no dejarnos llevar por el morbo.

—Eres un caballero. —Pronuncio bajando de su regazo y sentándome sobre el asiento a su lado. —Aunque a veces lo eres demasiado.

Me acomodo y él se vuelve hacia mí. Sus ojos me examinan.

Niega. —¿Hasta dónde has llegado con tu ex?

El calor sube a mis mejillas.

—Paige...

—Sí, lo soy. —Respondo sus dudas. —Soy virgen, Max.

—Con más razón.

—La virginidad es solo un tabú. —O así lo utilizan. —Por favor no lo tomes igual que los demás, y yo quiero hacerlo.

Sus ojos me observan detenidamente. —Yo también.

Apenas escucho su contestación, la que me ha soltado en un murmuro, pero lo he oído perfectamente.

—¿Vuelvo a subir encima de ti o...?

Se ríe y me roba un beso, pero cuando intento ir más allá, el me vuelve a frenar.

—Aquí no.

Coloco un mechon detrás de mi oreja. —¿Quieres hacerlo romancito o cómo?

—¿Te gusta lo romántico?

Sonrio. —Si viene de ti, sí.

Max me examina. —Dame unos días.

Alzo las cejas.

—La noche del recital...—Me pide, sus ojos denotan emoción. —Déjame hacerlo un día inolvidable para ti, Paige.






(***)





Llego a casa y subo las escaleras directo a la habitación de mamá, paso por el dormitorio del pequeño demonio y entreabro la puerta. Jeremy está dormido con la luz de su lámpara encendida y sus almohadas en forma de mando de videojuegos sobre el suelo, así como las sabanas lo han descubierto.

Me acerco al borde de la cama, así como recojo las almohadas, me pongo de pie y las coloco a su lado, le cubro con las sabanas y apago la lámpara antes de salir de la habitación.

Cierro la puerta y me dirijo a la habitación de mamá. Doy un par de golpes.

—¿Quién es?

—¡Por favor díganme que están vestidos!

No cuelgues los guantesWo Geschichten leben. Entdecke jetzt