•ᏀᕼᝪᔑᎢ ᝪᖴ Ꭹᝪᑌ•

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Yeh ShuHua

¿Quién dice que un corazón roto no mata? No sólo está comprobado científicamente que tanta tristeza en el alma puede llevar a la muerte, sino que el suicidio es una fácil manera de hacer desaparecer todo mal de forma definitiva.

No todos son tan fuertes como para soportar una traición, un rechazo o una humillación.

Y eso exactamente fue lo que le sucedió a mi hermana melliza.

Siempre tenía una sonrisa brillante en el rostro, y a pesar de que no estábamos juntas en la misma clase y ella tuvo que repetir año por una enfermedad que la tuvo ingresada en el hospital por casi un año, yo no fui capaz de ver todo lo que le sucedía.

No supe ver a través de esas falsas sonrisas cómo se burlaban de ella por haber repetido un año (aún si esa no fue nunca su intención), cómo la humillaban por ser tan simpática, siempre sacar buenas calificaciones y tener una imaginación prodigiosa.

Tampoco vi, sino hasta después, cuando ya era tarde, la apuesta que hizo un grupito de jóvenes para que uno de ellos la enamorara (aprovechando que sabían que a ella le gustaba) y la usara para luego desecharla.

Para la época, ella había sabido ocultarlo muy bien todo, mas su desánimo no llegó a pasar desparecido ni para mis padres, ni para mí, aún más, cuando preguntamos qué ocurría y se limitaba a decir que la escuela y los exámenes la tenían más estresada que de costumbre.

Mi hermana estaba perdida y no pude ayudarla.

Fue una madrugada, luego de que hubíesemos hecho una pijamada los cuatro al cabo de tantos años, en la que mi melliza decidió despedirse y al siguiente amanecer nos encontramos con una carta suya donde explicaba todos su motivos y a un lado estaba su cuerpo, muerto sobre la cama. Había ingerido casi todo el frasco de somnífieros junto a una copa de whiskey.

Siempre fue muy enfermiza, lo que significaba que su cuerpo era débil, así que sabía que aquella mezcla le daría una muerte segura.

Quizás los océanos no representen nada al lado de todo lo que mis padres y yo hemos llorado desde hace ya casi cuatro años.

Mis progenitores se mudaron de hogar con tal de aminorar el dolor, pero yo no.

Las lágrimas ruedan por mis mejillas como de costumbre y cuando pretendo dejar que pase otro día donde no hago más que torturarme a mí misma, una idea se me pasa por la cabeza y sonrío por primera vez en estos años.

Corro a la cocina y tomo un mechero y un par de cajas y papeles de la basura para llevarlas al patio y ubicarlas para que estuvieran listos para la fogata.

Entro de vuelta a la casa y observo detalladamente todo a mi alrededor.

Allí en la meseta sigue la taza en la que ella solía beber su leche cada mañana, y en la mesa, está su libreta de anotaciones.

Tomo dichos objetos y sigo con mi exploración.

Al entrar al baño y abrir el espejo, veo ese lapiz labial rojo que cuando cumplimos quince tanto le pidió a nuestros padres y que sólo se lo llegaron a comprar a nuestros diecisiete. Ella solía decir que ese lapiz labial era nuestra fuente de sensualidad, y que por nada del mundo me deshiciera de él hasta que se gastase por completo.

Por supuesto que también está su cepillo dental, el cual tomo junto al lipstick y lo meto en una bolsa de plástico que me he encontrado por ahí y donde están el resto de los artículos.

Así sigo por el resto de la casa hasta que llego a su habitación.

Dejo la bolsa de lado y rebusco dentro de su armario hasta encontrar la camisa de Led Zeppelin que siempre le gustó. Dicha camisa la dejo sobre la cama junto al labial y voy a su escritorio y librero. De allí sólo tomo los libros que siempre me interesaron y ella prometió prestármelos, y sus agendas, donde escribía acerca de sus historias y personajes. Esas cosas también las dejo sobre la cama.

Me quedo mirando dichas agendas y sonrío nostálgica. Tal vez se deba al hecho de que éramos mellizas y compartíamos gustos para la mayoría de las cosas, pero el sueño de ser escritoras era el mismo, y yo también tengo mis agendas y uno que otro borrador que desde su muerte jamás me he animado a continuar.

Sin embargo, estoy dispuesta a continuar, sí. Los míos y los de ella, por supuesto.

Ubico los objetos sobre la cama y busco una caja en el ático para meterlos.

En otra bolsa ubico toda su ropa, al menos las que sirve para donación y hago lo mismo con los zapatos, los cuales envuelvo por pares y los voy metiendo en una caja mediana donde quepan todos.

Los libros restantes también los meto en una caja, de modo que ahora el cuarto está prácticamente vacío.

Como nada más me interesa y tampoco sirve de donación, lo que sobra en las gavetas y demás, lo meto en la bolsa que traigo desde un inicio y salgo del cuarto.

Río al recordar la forma en que ella y yo solíamos bailar juntas de aquí para allá, volviendo locos a nuestros padres e imaginarnos volvíendolo a hacer no me hace daño como pensaba, sino que me hace sonreír aún más, pues es obvio que nuestros momentos juntas fueron felices, del primero...al último.

Aún con mi sonrisa, llego al patio y saco la jarra de la bolsa, enciendo los papeles y cartones con el mechero, y allí mismo echo el resto del contenido de la bolsa.

Todo se está quemando y/o derritiendo, y sólo queda la jarra en mis manos, la cual lanzo contra uno de los árboles y se deshace en milles de pedazos.

Cansada por tanto ajetreo, me dejo caer al suelo en lo que veo la llama avivarse y todo dentro de ella desparecer.

Entonces sonrío y miro al cielo, que recibe mi vista con la imagen de un precioso atardecer.

-Te dejo ir, hermanita. A partir de hoy, prometo vivir por las dos.

♬ᎢᗯᗴᑎᎢᎩ ᔑᝪᑎᏀᔑ♫✓Where stories live. Discover now