Capítulo 13: Jaula Abierta

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- Eh, Clarya, hemos llegado a puerto- Susurró Daimen en mi oreja. Me giré en la cama, su cama, que me había agenciado disimuladamente desde que había “muerto”, dejándole apenas un pequeño hueco, porque al parecer me iba pegando a él una vez me dormía, y me tapé con la sábana. Él rió.- Sigo a tu lado.

- Lo sé.- Me quejé, hundiendo la cabeza bajo la almohada.- Intento ignorarte.

Me empujó de la cama mientras musitaba lo desagradecida que era. Sonreí de medio lado mientras me levantaba y salía de debajo de las sábanas, mirándole a sus ojos grises. Se detuvo, fingiendo un mohín pero con los labios curvados hacia arriba, intentando parecer serio. Me puse de rodillas, quedando a la altura de sus ojos, mirándole fijamente, hasta que ambos comenzamos a reírnos.

Sinceramente, si hace un par de meses me hubieran dicho de estar así con Daimen, les habría creído unos estúpidos ignorantes. Sin embargo, algo había cambiado.

- Pareces diferente de hace dos meses.- Comenté.

- Hace dos meses no estábamos en tierra de Nadie.

Sonreí levemente mientras me levantaba e iba ante el espejo. Daimen había comentado que parecía muy narcisista al mirarme a un espejo tantas veces. No entendía que era la única vez en toda la mañana que podía ver mi reflejo, que para mí no existían las ventanas, ni las sombras, ni los reflejos en las cucharas. Me miré con ilusión y luego volví frente a él.

- ¿Me dejarás escapar?

- Creí que no querías llegar a Aiceva, sino continuar camino.- Dijo.

- Bueno, tampoco me desagrada, y aquí al menos seré libre.- Comenté con cierto aire de indiferencia. Daimen apretó los labios y se giró.- ¿Daimen?

- Supongo que te interesará ir a la entrada en media hora.- Dijo, quitándose la camisa para ir al baño. Le observé algo sonrojada antes de apartar la mirada y comenzar a pronunciar el hechizo de invisibilidad.

No era difícil salir de un cuarto cuando sabías que nadie estaría vigilando. Hacía tiempo que nadie pensaba que a su lado podía haber una bruja. Únicamente lo había descubierto Surina, y se lo conté a Luke. Mi hermano no había salido casi de su cuarto desde entonces, pero sabía que no podía decírselo. Abrí la puerta del cuarto de Daimen y comencé a pasear sin rumbo por los pasillos, sin saber si ir hacia Surina y Luke o simplemente pasear.

No me había decidido cuando vi que un soldado que paseaba frente a mi era avasallado por otro que llegaba jadeante.

- ¡Eh! ¿Qué ocurre? ¿Nos atacan?- Preguntó, intentando que el compañero se relajara.

- Peor aún, recoge tus cosas y ve a la entrada.

Fruncí el ceño, pero no podía hacer nada más aparte de escuchar, una de las desventajas de ser un fantasma. Corrí hacia la entrada procurando no tropezar con nadie. Sin embargo mucha gente estaba saliendo del dirigible, y otras entraban, y las maletas se amontonaban en los pasillos, dificultando la llegada al punto en el que Daimen me había comentado que estuviera.

Cuando llegué, había un grupo de soldados alrededor de dos figuras. No me sería fácil acercarme al centro, por lo que me subí a una mesa para ver mejor.

Como esperaba, era Daimen quien discutía con Munch, el cual, como ya era costumbre, parecía muy frustrado. La verdad es que desde mi muerte había perdido su autoridad, e incluso su porte era menos digno. Había caído muy bajo, y hasta él lo reconocía.

Pero, fuera lo que fuera lo que estaba diciendo Daimen, le estaba tocando la moral.

- ¿Cómo que bajemos del Lhanda, Capitán?- Preguntó, intentando imponer. Daimen le miró con desagrado.

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora