Prologo: persiguiendo a un fantasma

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El despertador del cuarto del capitán me despejó antes que a éste. Rápidamente me tiré del sofá en el que dormía mientras musitaba con velocidad el hechizo de invisibilidad. Ya se estaba volviendo una costumbre, como respirar. Al poco mi reflejo no aparecía en el espejo, ni tampoco vi mi sombra, aquello, últimamente, me causaba gran satisfacción, ver que todavía tenía fuerzas por la mañana para realizar hechizos que me mantendrían con vida.

Él escuchó el golpe de mis piernas en el suelo, se incorporó sobresaltado, pero no vio ni escuchó nada más que me delatase. Yo estaba aguantando la respiración, apretadas mis manos en el borde de madera de la cama, lo suficientemente cerca como para reaccionar rápido a cualquier amago de movimiento por su parte y lo bastante lejos como para que no sintiera mi presencia.

Apenas veía sus ojos, ocultos tras su melena castaña con aquellos toques rojizos, pero, a juzgar por su sonrisa, sus iris grises debían de estar buscándome en la sala. No era capaz de verme, por muchos esfuerzos que hiciera por localizarme, siempre acababa desistiendo, le era imposible.

- ¿no tienes miedo de que un día me levante sediento, o con ganas de ir al baño, y te vea?- Preguntó al aire. Yo me mantuve callada, conteniendo la respiración. Sonrió y se apartó el cabello del rostro.- ¿Y si revuelvo la habitación entera? No podrás ocultarte eternamente, ¿por qué lo haces más difícil?

Se incorporó y caminó tanteando alrededor, como si la luz estuviera apagada. Me oculté rápidamente bajo la cama, apenas moviendo el edredón que colgaba a un lado de la misma. Desde ahí apenas podía ver sus pies y manos tanteando la nada. Me permití sonreír, tumbada boca abajo en el polvoriento suelo del camarote del capitán.

Al cabo de un rato se cansó de buscarme y se irguió.

- ¿Podrías al menos hacer alguna clase de ruido para comprobar que no estoy loco?-Me habría gustado darle la satisfacción de saber que estaba allí, pero podría ser una trampa, podría seguir buscándome una vez hubiese salido. Era demasiado peligroso para simplemente reírme un rato. Suspiró- Lo suponía.

Asomé la cabeza, se había quitado la camiseta y se estaba quitando los pantalones. Agradecí que no viera mi sonrojo y bajé la vista. Cuando entró al baño salí de mi escondite y traté de encontrar la puerta. Había cerrado antes de abrir el agua de la ducha, y seguramente la llave estuviera con él.

Sin saber qué hacer ni ganas de quedarme más tiempo dentro, comencé a aporrear la puerta. Emitiendo una maldición, él salió de la ducha y abrió la puerta del baño con un brusco movimiento. Llamé un par de veces más a la puerta antes de detenerme y apartarme de ésta. Me coloqué a su espalda, había llegado a meterse en la ducha y las gotas de agua se escurrían desde las puntas de sus cabellos hasta el suelo.

- ¿Qué ocurre?- Comentó con un quejido, abriendo la puerta de par en par. Al no ver nada, a nadie, apenas tardó en reaccionar y extender los brazos mientras cerraba la puerta, para así encerrarme en su cuarto. Pero el daño ya estaba hecho, y yo ya me había escurrido lo suficiente como para salir y quedarme pegada a la pared, agazapada, temiendo hacer algún ruido que me delatara.

Sonreí desde mi nueva posición al ver la puerta cerrarse, sin darme cuenta de que parte del vestido había quedado atrapado en la misma, y al intentar levantarme tropecé, caí y se rasgó el vestido.  El sonido del golpe volvió a alertar al capitán, que abrió la puerta, miró alrededor y tanteó el aire. Me aparté justo a tiempo y apenas rozó mi cabello. Sonrió.

- Bueno, al menos sé que no estoy loco- Comentó, cogiendo el trozo de tela que se había materializado a sus pies.- Has estado en mi cuarto, Clarya, y casi te atrapo.- Se detuvo muy cerca de mi rostro, aunque no lo supiera, miraba en otra dirección- Te atraparé.

Volvió a entrar en su cuarto. Me permití temblar y miré mi vestido roto. Con un suspiro, paseé hacia la cocina.

Él era Daimen, el capitán del Lhanda, una nave aérea que funcionaba por engranajes muy complejos y vapor de agua. Una nave que transportaba pasajeros, lujosa hasta el detalle, que, en aquel momento, transportaba entre ellos a una bruja.

Yo, Clarya Umbra, era esa bruja. Una hechicera cuyo mayor mérito era su habilidad para realizar un hechizo de invisibilidad y mantenerlo durante toda la mañana. No tenía ni idea de para qué me querían, ni por qué era tan importante, pero no pensaba averiguarlo dejándome capturar. Se lo estaba poniendo difícil, y lo haría más.

Seguramente muchos en mi situación ya habrían escapado. Pero yo no podía. No podía, por varias razones. La primera era que estábamos en pleno vuelo, y no era una bruja especializada en volar. Otra era que la tripulación entera vigilaba toda posible salida del barco para impedirme escapar. Había una tercera razón, la que yo consideraba más vinculante, que era el hecho de que mi mejor amiga se encontraba a merced de ese grupo de secuestradores y ladrones de vidas que apenas se merecían mi aprobación.

Pero… es tan divertido verles buscar un fantasma.

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora