Capítulo 30- La vista al cielo.

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Había perdido el conocimiento nada más llegar a la celda en la que nos habían dejado a Surina y a mi. Ella hacía tiempo que se había quedado sin fuerzas, y, cuando desperté, ella seguía desmayada. Me sentía algo incómoda, escuchaba todo como con una especie de eco a mi alrededor, y mi vista seguía borrosa. Al notarlo, cerré de nuevo lo ojos. Ni siquiera era capaz de moverme, tenía las extremidades entumecidas y la boca seca.

Y, para colmo, tenía ganas de llorar.

Una vez se me hubo pasado la sensación de mareo, logré ponerme de acuerdo con mis brazos y ponerme en pie. Surina seguía sin reaccionar, y me acerqué lentamente a ella solo par comprobar que seguía con vida.

Al ver que tenía pulso y respiraba, me apoyé contra la pared en la que estaba y me quedé ahí parada. Pude ver que habían dejado algo de comida y agua en la puerta, pero no supe si confiar en el secretario y beber algo.

Notaba el dolor de las ondas, y procuré que Surina no recibiera una sola, aunque me doliera más. El rostro de Surina se relajó, y acaricié con suavidad su mejilla.

En aquel instante, era lo único que tenía.

Mientras repetía una y otra vez el gesto, alternando entre su rostro y sus cabellos dorados, cubiertos de suciedad, me fui preguntando qué estarían haciéndoles al resto, si les habrían ejecutado o si Owen e Ida habrían hecho uso de sus influencias para protegerlos. Me pregunté si ellos también seguirían encerrados en el calabozo, o habrían vuelto a sus aposentos.

Surina poco a poco fue abriendo los ojos, intentó moverse, pero la detuve, sujetándola del hombro.

- Espera un poco, aún estarás aturdida.- Murmuré, sin dejar de acariciarla. Ella obedeció sumisa, mientras se miraba las manos distraída.

Al cabo de un minuto de silencio, se aclaró la garganta y habló.

- ¿Ha venido alguien?

- Aún nada…- Negué, bajando la cabeza.- El antídoto debería haber funcionado, lo prometo.

- Eso espero…- Surina se quedó pensativa, con los ojos entrecerrados y apoyándose en mi regazo. Se hizo de nuevo un silencio denso, cargado de malos pensamientos.- ¿Qué nos va a pasar si no?

Suspiré.

- Intentaré hacerle creer al secretario que tú estás limpia, y que utilicé mi magia sobre ti, por eso reaccionas al sensor.- Murmuré.- Tal vez cuele.

- No sé si querría vivir sin vosotros.- Dijo ella, y yo bajé la mirada.- Owen, Ida, Tao… se han rebelado contra el Gobernador, amenazando su vida. Si nosotras morimos, ellos también.

- No va a pasar nada.- Dije, tensa, apretando las manos.- Vamos a salir de esta, estoy segura de que el antídoto funcionaba.

Surina asintió, tragando saliva. Volvimos a quedarnos en silencio, era mejor mantener los malos pensamientos para nosotras y no decirlos en voz alta.

El tiempo pasaba sin noticias, ni buenas ni malas. Al cabo de unos minutos me acerqué a ofrecerle a Surina el agua y el pan mohoso que había en la puerta, y ella lo aceptó con manos temblorosas. El silencio volvió a envolvernos, mientras yo resistía latigazo tras latigazo de dolor con una cara de tranquilidad que me costaba mantener.

Escuchamos una puerta abrirse. Surina me cogió la mano con preocupación, apretando mi mano. Yo coloqué mi otra mano sobre la suya en gesto protector, con la esperanza intentando suplir al miedo que corría por mis venas.

La llave del calabozo se abrió. Alcé la vista, deseando que fuera Daimen el que viniera a darnos la noticia de la salvación.

Pero esa noticia aún no había llegado.

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora