Capítulo 25.- Costumbres de los magos.

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Había pasado unos días de relativa calma mientras esperábamos la llegada de nuevo equipo para el Lhanda. Además, Daimen no se atrevía a ser el capitán que hizo que el Gobernador se mareara en un dirigible, así que estuvimos esperando a que la tormenta amainara del todo antes de salir.

Me gustaba volver a pasar un poco de tiempo con todos, ya no solo con Daimen, puesto que ahora me era más fácil comunicarme con Tao sin miedo a que éste apareciera de repente y tener que irme corriendo, y de vez en cuando hasta pasaba el rato con Surina y Owen, sobre todo cuando Luke e Ida tenían algo que arreglar en algún conducto de ventilación, o que instalar algún nuevo dispositivo, o que darse una ducha larga.

Tao seguía diciéndome que el Gobernador se estaba tirando de los pelos en público por la elección de su hija, pero que en el fondo se sentía aliviado de que hubiera encontrado alguien que la quisiera y que compartiera su extraña pasión por tener una llave inglesa en una mano y gafas de aumento en la otra. Aquello me hizo sentir un extraño nudo en el estómago, puesto que parecía una persona buena y sensata en algunos casos… ¿Qué le había hecho odiar tanto a las brujas?

Y, de nuevo, volvía a sumirme en el profundo pozo de tristeza al darme cuenta que, por mucho que estuviera en el Lhanda junto al gobernador, intentando por todos los medios averiguar sus motivos, siempre me quedaría con las manos vacías, puesto que ni sus hijos habían logrado impedir aquella masacre. Solo me quedaba, para lograr ayudar a las brujas a escapar, el que Daimen empezara a publicitarse frente a cierto público que bien podría pagar los camarotes de clase baja. Pero para eso necesitaba también convencer a la tripulación de que la brujería no era necesariamente mala, y, viendo los problemas que causaba en la frontera, eso sería más complicado.

Empezaba a preguntarme si de verdad llegaría a algún lado con todo aquello, o acabaría viviendo en el Lhanda y encubriendo poco a poco a pequeños grupos de brujas hasta que por fin lográsemos que se salvaran todas.

- Clarya, vuelve dentro, vamos a despegar- Escuché a Daimen desde la ventana de su camarote.- Y ya sabes que seguramente será brusco.

- Está bien- Musité, dejando de apoyarme en la barandilla y entrando por la ventana de Daimen a su habitación.- No debería decirte dónde ando, es más divertido cuando no tienes ni idea.

- ¿Por qué?- Preguntó él, sorprendido, mientras me veía deshacer el hechizo para adecentarme el cabello revuelto.

- Porque así no me recriminas el que haga cosas peligrosas.- Comenté, revolviendo levemente su cabello mientras volvía un segundo a cerrar la ventana y correr las persianas.- ¿Qué tal se maneja Luke con los nuevos mecanismos?

- Parece que acepta bien el cambio. Ida sigue diciéndome que estarían mejor otros modelos. - Respondió Daimen.- Y que las tuberías parecen haber sido sometidas a cambios de presión muy bruscos y podrían partir. ¿Puedes hacer algo?

- Miraré en el grimorio a ver.- Le sonreí. Llamaron a la puerta y Daimen se apartó, mirándome de reojo mientras yo realizaba el hechizo de invisibilidad. Al ver que volvía a haber desaparecido, abrió la puerta.

- Capitán, ¿no deberíamos deshacernos de los sacos de tomillo? O volver a utilizarlos, pero empezamos a parecer traficantes de especias.- Comentó el cocinero, un tanto preocupado. Agachó la vista cuando continuó hablando- Y la pequeña bruja…

- Fulah, creo que aún no te he preguntado por el nuevo horno de cuatro fuegos que ando pensando instalar en las cocinas, ¿quieres venir conmigo a mirar modelos?- Preguntó Daimen. El corpulento cocinero sonrió, casi ilusionado, siguiendo el paso del capitán.

- Claro, y podemos aprovechar el que siguen subiendo pasajeros para dejar los sacos en el comedor social de la ciudad.- Sonrió el hombre, rodeando con su fuerte brazo a Daimen.

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora