Capítulo 20 Escape fallido

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Casi no tuve tiempo para pensar en lo que estaba haciendo. Daimen me había dado un ultimátum en toda regla, y yo no iba a quedarme de brazos cruzados esperando a que se decidiera a dar la orden a sus camaradas. Necesitaba un plan, pero para éste necesitaba tiempo. Así que tenía que ganarlo de algún modo.

Conocía un pasadizo que Daimen me había enseñado, estaba más hacia la popa del dirigible, y por él podría adentrarme de nuevo en la nave y pasar desapercibida el tiempo suficiente. Empujé al capitán que me había descubierto los secretos de la nave y corrí hacia el interior, empezando a entonar las únicas trece palabras del único hechizo que había logrado memorizar. El grimorio siempre contaba con palabras extrañas y era muy difícil para mí mantener en la memoria un hechizo durante demasiado tiempo. Sin embargo ese, al ser tan corto, se había hecho a mí con bastante facilidad.

Poco a poco comencé a perder el color y me volví una figura translúcida a los ojos de una tripulación entera que me miraba con asombro y miedo. Pero Daimen no parecía estar ahí. Me sorprendí y asusté, aunque no le di más importancia y volví al interior de la nave por aquel pequeño pasadizo.

Creí que ya estaría a salvo, y la verdad es que temía perder el control sobre la magia, por lo que deshice el hechizo y avancé hacia nuestra habitación, rezando porque Surina no tuviera ningún tipo de visita.

Sin embargo estaba cruzando el pasillo, justo frente a la puerta con el número de metal 57, cuando escuché el disparo de una pistola de plasma. Reaccioné rápidamente y me encogí, haciéndome a un lado. El disparo surcó el lugar donde antes habría estado mi cabeza, chocó con el número cinco, que quedó invertido, y se reflejó en la pared. Volví mi vista hacia atrás, tres empleados me perseguían. Con un grito de angustia, aporreé la puerta.

Por suerte, el sonido había devuelto a Surina a la realidad y me dejó entrar. Cerró detrás de mí y puso el pestillo.

- Tenemos poco tiempo – Murmuré, sintiendo cómo volvían a aporrear la puerta.- Abre una ventana y di que he escapado.

- ¿Les crees idiotas? Sabrán que estás aquí.

- No, tranquila. Hazlo. – Inicié de nuevo el hechizo, y Surina no necesitó cuestionarse nada. Al poco la ventana estaba abierta, se notaba la corriente, y a ojos de una persona normal, no había nadie a parte de Surina en aquella habitación.

Llevaban un rato aporreando la puerta cuando Surina abrió, totalmente sorprendida. Se había revuelto el cabello, arrugado la ropa, y tenía la mirada perdida. Fue una de las primeras veces en las que me percaté de lo bien que sabía actuar, y la verdad es que llegué a asustarme al ver su rostro contraído en aquella expresión que nunca había visto en ella.

Al otro lado de la puerta esperaba Daimen con otros dos compañeros. Tenía una expresión seria, casi molesta, pero la cambió al fijarse en cómo le miraba Surina. Se encorvó un poco hacia ella, cubriéndola con sus brazos en un gesto protector.

- ¿Qué ha pasado, Surina?- Preguntó.

- Cla-Clarya entró…- Comenzó a relatar ella, en un tono muy bajo. Se cubrió la cara con los rizos rubios y empezó a temblar.- Nunca la había visto así. Había escuchado a los hombres gritar lo de bruja, y até cabos.- Una lágrima se deslizó por su mejilla.- Intenté detenerla, Daimen. ¡No quiero, pero es la ley!- Sollozó, alzando la vista en ese momento, y desasiéndose del contacto con el capitán. Fue hacia la ventana, bajando los párpados y dejando que las lágrimas fluyeran.- Sin embargo ella… ella estaba fuera de sí, me inmovilizó y huyó por la ventana…

Me acerqué a la joven y acaricié su brazo. Había caído completamente en su historia, y hasta me sentía culpable. Ella estaba sintiéndose así de mal de verdad.

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora