Capítulo 21. Los hijos del gobernador

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Desde hacía un par de días, el gobernador había decidido que el Lhanda era el mejor dirigible para viajar y así acudir a sus reuniones políticas. Por supuesto, estaba segura de que eso se debía a la magia de Surina y sus encantos con el joven hijo del gobernador, pero no iba a quejarme.

Al parecer a mi hermano lo habían ascendido a la guardia personal del gobernador. Todos sus compañeros lo alabaron en su informe, y ahora estaba encargado de proteger tanto al gobernador como a sus hijos. Pero al menos ya no se daba golpes para fingir que no estaba, sino que me protegía y cuidaba. Era agradable ver que recuperaba a mi hermano de siempre, echaba muchísimo de menos sus abrazos.

Daimen tampoco podía quejarse, su nivel de ingresos había aumentado, no solo por la presencia del gobernador y todos sus empleados (que sí que pagaban su estancia), sino también porque el hecho de que el gobernador viajara en su nave le había proporcionado una publicidad de tal magnitud que hasta tenían fecha de reserva.

Aunque resultara sorprendente, incluso a mí me venía bien aquel cambio de aires. Nadie iba buscando una bruja invisible, los soldados nunca se entrometían en mi camino, y ya casi era como si hiciera el hechizo de invisibilidad por gusto. Bueno, evidentemente no, había muchos miembros de la tripulación que podrían reconocerme. Pero, como supuestamente estaba muerta, la única diferencia era el ser invisible (y tener que comer sobras).

Quien más estaba disfrutando era Surina. Desde que llegó su joven príncipe azul vivía en un mundo de fantasía, daban paseos, charlaba con otros miembros de la familia, comía en la mesa del gobernador… Estaba en su pequeña nube de felicidad, donde siempre había querido estar y donde parecía que estaba su lugar, entre nobles. Se desenvolvía con tanta soltura que me costaba recordar que tenía que remendarse los calcetines cuando era pequeña.

El primer día, cuando lo vio entrar, tuvo que hacer grandes esfuerzos para no correr a sus brazos. Por suerte estaba a su lado, y la sostuve lo suficiente para que recuperara su porte, se mirara a un espejo, y esperara a que Owen, el joven hijo del gobernador, se acercara a ella.

Nunca lo había visto, aunque sí que había oído hablar de los suspiros que robaba a todas las jóvenes que se cruzaban con él. Tenía el cabello rubio oscuro, con reflejos que recordaban al tono naranja, y le llegaba a la altura de medio cuello, un poco ondulado. Sus ojos, verdes, eran muy claros, y se iluminaron cuando se cruzó con los de Surina. Corrió hacia ella, y pude darme cuenta de lo alto que era, a Surina le sacaba media cabeza, y ella era más alta que yo. También era de constitución fuerte, con los brazos bien marcados, vistiendo un ropaje informal con un chaleco azul claro, lo que más destacaba de su vestimenta.

Desde aquel primer acercamiento, parecía que no se hubieran separado. Surina siempre estaba a su lado. Se levantaba temprano para arreglarse y me hacía ir con ella, porque necesitaba unos segundos nuestros para emocionarse, y para que no metiera mucho la pata. A veces resultaba difícil descifrar quién de los dos estaba más perdidamente pillado por el otro.

Sin embargo, estar en aquellas extrañas reuniones y charlas, era sin duda como estar en una jaula para mí. No entendía de lo que hablaban, porque, para mi gusto, no decían nada. Era una mezcla de chismes, historias de la corte que no tenían nada de sentido, y luego, la peor parte para mi gusto: política.

No entendía las cuestiones políticas de la época, era como si lo único que preocupara al gobernador fuera la guerra. No hablaba de las preocupaciones del pueblo, nunca mencionaron nada sobre la caza de brujas, y casi parecía un tema tabú. Surina mencionó que, cuando intentó preguntárselo a Owen, su rostro se ensombreció. Nunca dijo nada, pero recomendó a Surina que no mencionara nada frente al gobernador. Ahí quedó toda la información al respecto.

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora