Capítulo 17: Recuerdos del Pasado.

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Recuerdo a la perfección aquel día, era un día soleado de verano. La verdad es que estaba un poco cansada tras el entrenamiento de la tarde. Era nefasta memorizando los hechizos, casi ni siquiera recordaba el de invisibilidad, pero cuando lograba uno, mi maestra se pasaba toda la tarde haciéndome practicarlo.

Aquel día por fin había conseguido finalizar el hechizo de levitación, volví agotada a casa, después de haber mantenido durante horas una roca en suspensión. No es que la hubiera estado moviendo, no, en parte eso era más fácil, como si el impulso de tenerla en movimiento luego facilitara la cosa. Mi maestra me había obligado a dejar la roca suspendida a unos 2 metros sobre el suelo, y la había cubierto de un hilo con cascabeles. Si se movía, me hacía cosquillas y me exigía mantenerla ahí 10 minutos más.

Lo que había comenzado como un entrenamiento de una hora, había acabado como un día agotador, de 5 horas.

Volvía a casa machacada, en verdad no sabía como podía seguir moviéndome, llevando un pie delante del otro. Pero lo hacía satisfecha con mi trabajo. O bueno, eso esperaba, aunque no recordara el hechizo. Mi memoria, sin duda alguna, es nula a la hora de memorizar.

Justo cuando llegaba, el sol salía por las colinas, reflejándose en mi cara. Dejé que los rayos lumínicos me despejaran un poco y me dieran fuerzas, mientras buscaba en el bolsillo las llaves de casa.

Al mismo tiempo que yo llegaba a la puerta, ésta se abrió y dejó paso a mi hermano. Vestido de uniforme, repeinado y elegante, se dirigía a su trabajo. Era un soldado raso, apenas había comenzado en el ejército, pero me sentía orgullosa de él.

Y la verdad, muchos se preguntarían por qué, ya que los soldados se encargaban de buscar brujas, perseguirlas y entregarlas, para un fin que ni siquiera ellos sabían. Pero mi hermano era una persona que no me atraparía, y se enteraba antes de las nuevas normas. Tal vez mi historia, sin él en el ejército, sería muy diferente.

Me revolvió el pelo con cariño mientras yo le colocaba el cuello de las camisas, estaba hecho un desastre, por las prisas.

- Duerme algo- Me dijo.

- Y tú come algo- Le contesté yo, entrando en casa y buscando un sofá en el que tumbarme. No tenía fuerzas para subir las escaleras, ni siquiera sabía cómo había sido capaz de llegar hasta el sofá, pero me quedé ahí desfallecida, simplemente con los ojos cerrados, sin sentir nada, sin soñar nada.

Al cabo de un rato, mi madre, corriendo las cortinas del salón y dejando que los rayos de luz solares se posaran sobre mis ojos, logró despertarme. Intenté revolverme un rato, pero llevaba demasiados años despertándome como para no poder en ese momento.

- Ah, no, jovencita.- Dijo, utilizando una palanca para volcar el sofá en el que estaba. En mi casa se sabía demasiado sobre física.- Si trasnochas, luego lo sufres.

- Pero mamá, estaba entrenando.

- Me da igual, también tienes tareas que hacer, así que desayuna y ponte a ello.

 Suspiré y me dirigí con cansancio a la cocina, preparando el desayuno para mis padres, aparte de para mí misma. Cuando acabé mi padre se había despertado y caminaba medio dormido hacia el desayuno. Le di un beso en la mejilla, más despejada, antes de cederle el asiento. Después, me dispuse a hacer las tareas del hogar.

Si no fuera por la puerta que se abrió con un estruendoso golpe, mostrando a mi hermano jadeante, con miedo en su mirada.

Y entonces, se me encogió el corazón.

- Han aprobado la ley. A partir de ahora, hay una caza de brujas en toda Elaika.

Miré a mis padres no sin cierta incredulidad, desde luego, en Elaika se habían vuelto todos locos si pensaban que esa caza de brujas les haría algún bien. La mayoría de los reinos colindantes contaban con un amplio grupo de miembros mágicos, nadie apoyaría semejante locura.

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora