Capítulo 9: Hipotéticamente

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Miré a Surina, con los labios repentinamente resecos, ella estaba estática. Todos, en general, estábamos quietos, como piedras, apenas moviéndonos para respirar. Surina mantenía los ojos cerrados, aunque no mostraba rasgo alguno que delatara su miedo. Sólo no parpadeaba, y yo sabía lo que eso significaba.

Desvié la vista. Surina únicamente mantenía sus ojos cerrados como un método para contener las lágrimas.

Luke miraba a Daimen, esperando que a él se le ocurriera algo. Tenía los puños cerrados, era de los chicos a los cuales no se les podía detener. Lo que me sorprendía era que no hubiera golpeado ya al general Munch. Pero no, miraba a Daimen con súplica, pidiéndole una solución.

Y Daimen no tenía esa solución. Él le devolvía la mirada a Luke con disculpa en sus ojos grises, casi incapaz de sostener por mucho tiempo esa mirada. Tenía el rostro serio, y podía verle las mandíbulas apretadas.

Pero no había nada que pudiera salvarme de aquella situación. Suspiré y bajé la vista. Había estado cerca.

- Basta. No pienso permitir esto en mi barco- Soltó Daimen, avanzando hacia Surina y el general.

- Deténgase, capitán, o lo pagará muy caro- Amenazó el hombre, apretando a la chica contra él. El aludido, sin embargo, no hizo caso alguno, y siguió caminando.

- No eres tú quien manda en este barco, estamos en tierra de Nadie, y no pienso permitir que pongas en juego la vida de una civil. Suéltela. Es una orden.

Hubo unos segundos de pausa en el que las miradas de ambos hombres se enfrentaron. Yo no aguantaría mucho tiempo manteniendo ambos hechizos y quise poder acelerar las cosas, pero no pude. Finalmente, el general Munch bajó el arma y soltó a Surina, que corrió a abrazarse a Luke mientras éste salía del cuarto.

- Está bien, pero quiero a dos soldados a la puerta y uno en este cuarto a cada momento. Esa chica no saldrá de aquí, no recibirá comida y en algún momento romperá el hechizo.

Sonreí, ya había conseguido burlar el “no recibirá comida” que me impuso Daimen y, aunque éste fuera más estricto, me dije a mí misma que podría hacerlo.

- Está bien, pero la primera ronda la hago yo.- Dijo Daimen.- Y dejaré a uno de mis hombres a la puerta, si quiere, puede poner a otro soldado. Y no, estos términos no son negociables.

Munch estuvo tentado a golpear a Daimen. Se le veía en la cara, mandó irse a los dos soldados y salió el último de la sala, fulminando a Daimen con la mirada. Él simplemente le devolvía la mirada asesina, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

 Cuando nos quedamos los dos solos en el cuarto, Daimen se desabrochó la chaqueta y se tiró en la cama.

- Capullo es el insulto más suave que se me ocurre para él- Musitó, reí levemente y en voz baja.- Por cierto, que sepas que tengo la vista nublada y la percepción sensorial hecha un asco, pero te lo voy a poner dificilísimo. No pienso moverme.

Durante unos cuantos segundos no le creí, y continué manteniendo el hechizo de invisibilidad. Fue cuando sentí que comenzaba a dormirse cuando supe que hablaba en serio, y que Daimen no iba a delatarme, al menos no esa tarde. Sonreí levemente y fui a su sofá. Era muy cómodo, y me había acostumbrado a él.

- Gracias...- Musité, atreviéndome a romper el hechizo. Hizo una pausa, sin levantarse de la cama ni hacer movimiento alguno.

- Suponiendo que hipotéticamente me hayas dado las gracias, debería decirte que tengo que darte las gracias a ti por herirle la cara, las manos y, lo que es más importante, el orgullo.- Sonreí mientras me acomodaba y cerraba los ojos. Se incorporó y volví a abrirlos, pero se limitó a ir a cerrar la puerta con cerrojo. Oí revuelo al otro lado.- ¡Es por si escapa, no es que no confío en vosotros, es que es escurridiza como ella sola!

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora