Capítulo 3: Surina tenía Razón

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La noche tormentosa terminó sin que cogiera un resfriado por puro milagro y la acción del calor. Cuando desperté la ropa estaba seca y tenía hasta calor. Incluso escampó lo suficiente como para volver al resguardo del dirigible.

Entré por el comedor, donde habían dejado ya la puerta abierta. Algún alma caritativa o alguien que tuviera algo que hacer en la cubierta. Abrí lo suficiente para entrar yo y me quedé esperando que alguien apareciera.

Pero ni Surina ni Daimen aparecieron. Necesitaba al menos encontrar a la primera, así que fui corriendo por el pasillo del capitán hacia el cuarto de Surina. Habría continuado caminando, pero un estornudo me sobresaltó tanto a la altura de su dormitorio que tuve que detenerme y acercar el oído a la puerta.

- Ains… me habría venido mejor dejar que esa chica se tirase… qué dolor de cabeza- Se quejaba, intentando alcanzar la puerta. Sonreí. Así que el señorito se había puesto malo. La sonrisa se ensanchó mientras veía a Surina aparecer en un lado del pasillo, con una bandeja.

La chica llamó a la puerta y se quedó esperando. Con un toquecito le comuniqué que estaba allí y sonrió.

- Creí que te irías a mitad de la noche o algo- Comentó la rubia.- Vengo a dejarle algo de comida a este enfermito, si quieres luego podemos ir a dar una vuelta. Están tan ajetreados abriendo de nuevo los salones y planeando una nueva estrategia, que hasta me han encargado ser chica de los recados.

- Y tú que te dejas, ¿no?- Sonreí levemente, aceptando la invitación. Ella abrió la puerta y entró. Yo, aburrida, fui tras ella.

Daimen seguía intentando llegar a la puerta, pero parecía como los elementos radioactivos. Sólo avanzaba la mitad de la distancia cada pausa. Nunca llegaba. Surina dejó la bandeja en el suelo y se acercó a él, tirándole a la cama. Como espectadora de la situación, tengo que admitir que la escena podría haberse malinterpretado.

- ¿Surina?- Preguntó Daimen, presa de la fiebre y el más completo desconcierto. Ella sonrió y le miró.

- No me mires así, estoy encargada de dejarte la comida y cuidar de ti- Replicó la chica, volviendo a por la bandeja- Pero lo siento, mi traje de enfermera sexy estaba en el tinte.

Evité reírme mientras Daimen negaba y, creo, se sonrojaba más.

- Estoy bien...- Fue la respuesta del chico mientras trataba de incorporarse, sin éxito. Surina sonrió y negó.

- No, tú no te mueves de aquí. Y te tomas los medicamentos estos multicolor- Su sonrisa pasó a una más infantil mientras mostraba las pastillas de colores chillones.- ¡Mira, parece un arcoíris!

La inocencia de Surina pareció lo suficientemente contagiosa como para hacer que Daimen comiera sentado. Le observé con cierta lástima. Comía forzado, pues seguramente no tenía hambre, con el ceño fruncido y una horrible cara de esfuerzo cubierta por el sudor. La lástima me inundó y me cerró la boca del estómago mientras me acercaba y le veía beber agua como si no hubiera mañana. Estaba verdaderamente sediento.

Surina, cuando terminó de comer, se apartó un poco y le observó. Pasaron otros cuantos minutos mirándose a los ojos hasta que Daimen habló.

- ¿No te vas a ir?

- Estoy esperando a que te duermas- Respondió ésta. Daimen puso los ojos en blanco y se tumbó en la cama más cómodamente, cerrando los ojos. Estuvimos en silencio, observándole, hasta que quedó dormido. Sonreí levemente mientras pasaba una mano por su frente ardiente y le apartaba unos mechones castaños cobrizos de la frente.- Espero que no estés pensando nada pervertido, que te conozco.

- Me da pena- Repliqué, estaba así por mí. Por preocuparse por mí.

- Te quiere capturar... No entiendo cómo puede darte lástima por su situación. Si tú estuvieras enferma él no se molestaría. Aprovecharía la situación.- Fue la dura respuesta de Surina, que me hizo apartar lentamente la mano de su frente.

El Fantasma del LhandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora