Capitulo veintinueve

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Notas de una triste infancia 

El niño tocaba las teclas del piano con delicadeza y soltura. Aquel día estaba muy inspirado y los acordes fluían de su cuerpo mientras su mente las grababa a fuego en la memoria. Su desayuno aún reposaba sin tocar sobre una mesa cercana, pero aquel no era el momento para comer. Cuando la música lo reclamaba él tenía que acudir al instante.

Alguien entró en la habitación - notó que era Marduk - y se quedó a unos metros observándole en silencio. Sabía que su sirviente no le molestaría hasta que él dejase de acariciar las teclas del piano y eso hacía que se olvidara de su presencia y solo existiesen la música y él.

Sabía por que había ido Marduk a buscarlo. Pronto llegaría la hora de arreglarse para la fiesta que se celebraba en la mansión de su padre. Pero él no quería ir. Deseaba quedarse en su modesta casita tan lejos de la mansión del duque Abigor. Su padre no le tenía estima ninguna y sus hermanos mayores siempre lo atacaban. Si al menos su madre estuviese aún a su lado… Pero había muerto cuando él solo tenía seis meses de vida.

Aún la recordaba vagamente ya que su memoria no era igual que la qué tendría un bebé humano. Recordaba sus afables ojos grises y su corto cabello rubio que parecía hilo de oro. Las facciones de su cara eran hermosas y estaban llenas de bondad. A ella le tocaba todas las melodías de piano que sus dedos creaban como por arte de magia.

A ella y solo a ella.

Y nunca podría escucharlas.

Araziel finalizó la canción y retiró los dedos de las teclas. Marduk se acercó a él entonces con su desayuno en la mano. Obediente - aunque el demonio adulto no se lo había ordenado - se tomó el desayuno rápidamente.

- Ha sido una melodía espléndida - lo elogió Marduk -. ¿A sido para su madre?

El niño acabó de tragarse el trozo de leche frita que tenía en la boca.

- Siempre son para ella.

- A Asbeel le encantarían, estoy completamente seguro.

Araziel sonrió con tristeza. Marduk era el único que le hablaba de su madre. Su padre le había prohibido mencionarla y no era ningún secreto que la odiaba profundamente aunque él aún desconocía el motivo. Él sería incapaz de odiarla al igual que no odiaba a su padre. Por lo que le había contado el mayordomo, Asbeel fue en su día un ángel al servicio de los dioses pero que cayó al infierno.

- ¿Por qué cayó del cielo? - preguntó inocentemente. Aunque había ángeles caídos en el infierno no era algo demasiado común.

El mayordomo le acarició el largo cabello que caía por sus pequeños hombros y le hacían cosquillas en sus alas negras.

- Porque se enamoró de un demonio - le explicó con una media sonrisa triste.

- ¿De mi padre?

Cuando dijo aquello, los ojos de Marduk parecieron perder brillo y se le ensombreció la mirada no así su sonrisa que pareció entristecerse más.

- Por supuesto.

Y ahí quedó todo.

Marduk llevó al pequeño a su dormitorio y le ayudó a cambiarse de ropa: un traje chaqueta de terciopelo azul marino con una camisa blanca. Araziel escondió las alas y las colas hasta que su mayordomo le puso bien la ropa. Después los hizo aparecer y pasaron por las oberturas de las prendas al igual que dejó que sus dedos con forma humana se transformaran en pequeñas garras. No era muy cómodo tocar el piano con aquellas uñas tan largas y afiladas.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now