Capitulo veintiocho

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Antes de la fiesta

Nalasa, con los ojos cerrados, repasaba en su mente la letra de la canción de aquella noche. Aunque aún faltaba una hora para el comienzo del baile, ella ya se había vestido para la ocasión. Había escogido de su armario, un vestido blanco con una voluminosa falda azul con bordados en hilo dorado que representaban espigas de trigo. Era perfecto para honrar la estación del año.

Fuera se podía escuchar el trajín de los diablillos que finiquitaban los preparativos del festival. Ahora estaban acabando de trasportar los instrumentos del salón de música sobre un tarima improvisada.

La joven abrió los ojos y se miró en el espejo de su tocador. No hacía muchos días que se lo habían traído y no lograba acostumbrarse a todo lo que contenía: maquillaje, joyas y caros perfumes extranjeros. Ella nunca había tenido nada de todo aquello y Naamah tuvo que enseñarle para qué servía cada frasco y tarro. 

Nalasa se echó un poco de perfume tras las orejas y escogió una fina gargantilla que se ató en el cuello. Pasó los dedos por las pequeñas cuentas de oro blanco y se miró a los ojos fijamente. ¿Qué se proponía hacer aquella noche? ¿Encontraría el valor suficiente para cantar?

¿Cuál sería el destino que le esperaba después del baile?

Sus mejillas palidecieron y alargó su mano para coger un pequeño tarro con colorete. Se puso un poco y su aspecto mejoró no así su alma. Puede que su envoltorio estuviese bonito y resplandeciente, pero lo que había dentro de ella estaba completamente podrido. 

En aquel momento de debilidad necesitó a su madre. Necesitaba que sus brazos la acunaran y que le susurrara al oído que todo saldría bien como tantas veces ella había hecho con su hermana. Cuando los problemas se cernían sobre Casya, Nalasa la abrazaba y la consolaba intentando imitar a su madre. Ella siempre había consolado a su hermana y escondido sus temores para ser fuerte por las dos. Pero ahora necesitaba el cariño de su familia y estaba sola. 

No tenía familia. 

No tenía hogar.

Fuera, Jezebeth estaba tocando una canción comprobando que el piano estuviese en perfectas condiciones. Le hubiese gustado tanto que él le hubiese ayudado a perfeccionar sus habilidades al piano. Pero ya no podría ser.

El sonido de unos nudillos contra la madera de la puerta la sacó de su ensimismamiento y se levantó del tocador.

- Adelante.

Marduk entró con su impoluta vestimenta negra y blanca de mayordomo. Cerró la puerta tras de sí y se acercó a ella con su paso firme y seguro. La repasó con la mirada y mostró su aprobación.

- Estáis muy bella esta noche - la halagó.

Nalasa quiso dibujar una sonrisa pero los músculos de su cara no respondieron. Parecía como si los músculos estuviesen engarrotados. Así que solo le quedó darle las gracias al mayordomo.

- Es muy amable.

El demonio le tendió la mano derecha en forma de invitación.

- ¿Le apetece que nos sentemos un rato antes de que comience el festival?

Ella asintió y él señaló las dos butacas que había frente a la chimenea apagada. Los dos se sentaron y Nalasa clavó la mirada en sus manos que colocó sobre su regazo. Pasó la yema de los dedos por la tela azul de la falda de su vestido.

- Aún queda una hora para que comience el baile - comentó Marduk -. ¿Os importaría que os explicase algo mientras tanto?

Ella alzó la mirada y miró al mayordomo. Sus ojos rojos parecían negros bajo las sombras. La llama de una de las velas del candelabro más cercano titiló y pareció estar a punto de apagarse.

- ¿El qué? ¿Qué habéis venido a explicarme?

- Una historia. Una triste historia.

Desconcierto, asombro, estupefacción. Lo que el cuerpo de Nalasa comenzó a experimentar era mucho más que cualquier definición. ¿Una historia? ¿A qué venía el explicar cuentos ahora? El baile empezaría dentro de cincuenta minutos y lo que menos necesitaba era que le metiesen en la cabeza cualquier historia absurda. Además, Marduk nunca solía ponerse tan serio en su presencia y jamás habían hablado demasiado y mucho menos de temas que pudiesen ser comprometidos.

- ¿Para qué quiere explicarme una historia? - preguntó con desconfianza.

- ¿Para que cree usted que se cuentan las historias? - le replicó él. Ella guardó silencio prefiriendo escuchar su respuesta -. Las historias suelen explicarse para que otros saquen conclusiones y eviten situaciones semejantes. ¿Para qué son los cuentos infantiles sino para que los niños entiendan una serie de situaciones que, de otro modo, no comprenderían? No fiarse de desconocidos, ser valiente, tener esperanza, creer en uno mismo… Sentir amor. Las historias suelen dar información y ejemplo.

Ella asintió con la cabeza sin entender todavía el propósito del mayordomo con todo aquello.

- ¿Pero por qué ahora? - quiso saber -. ¿Por qué ahora y no otro día?

El demonio le mostró una sonrisa afilada.

- ¿No se siente capaz de escuchar un simple relato?

Ella vaciló antes de responder.

- No lo sé. Lo cierto es que estoy bastante confundida. - Y no mentía. Después de todo lo ocurrido el día anterior se sentía dentro de una profunda pesadilla de la cual no podía despertarse por mucho que chillara o pataleara.

- Ciertas historias es mejor escucharlas en los momentos menos propicios.

- ¿Qué quiere decir con eso? ¿De qué trata esta historia?  - Comenzó a temerse lo peor. Todo parecía demasiado calculado y teñido de un color demasiado oscuro.

- Esta historia relata la vida de alguien muy importante para los dos. Puede que con ella entienda muchas cosas señorita y pueda cambiar las cosas.

Nalasa se aferró a los brazos de su butaca tapizada en tonos pastel esperando a que él comenzase a hablar. ¿Qué cosas? ¿A qué cosas se refería? Un mal presentimiento le recorrió la columna vertebral cuando Marduk volvió a abrir la boca. Una triste historia había dicho. Y solo había una historia que pudiese unirlos a ellos dos.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now