Capitulo treinta y tres

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Notas de una historia de amor

¿Cómo definir un cortejo? ¿Cómo comprender los hilos de una historia de amor? El cortejo es la transición que lleva a las historias de amor. Primero se ahonda en uno mismo y en la persona a la que se ama y se la mima y seduce para conseguir llegar al éxtasis final: el romance y la plenitud.

Eso fue lo que hicieron Araziel y Laris respectivamente.

Cada vez que se veían - que solía ser cada dos días - hondonaban en el otro y se explicaban sus deseos, sus sueños, sus gustos y pasaban el tiempo juntos disfrutando de los días primaverales y del aroma de las flores. Muchas veces solo había silencio entre los dos, un cómodo y apacible silencio que les llevaba hasta el alma del otro forjando una confianza mutua y absoluta. Algunas tardes, cuando el tiempo era inestable o sus padres le invitaban a tomar el té en la casa, Araziel tocaba el piano y componía canciones para ella y le habría algo que no creyó tener: su corazón. Puede que físicamente, careciese de ese órgano vital que poseían los humanos pero los sentimientos que te proporcionaba el tener “corazón” él los poseía. 

Gracias a Larias había comenzado a sentir las hermosas emociones por las cuales valía la pena levantarse cada día y contemplar el cielo anaranjado del infierno. 

¿Cómo podían los demonios soportar el tedio de la vida solo con odio y maldad? ¿No se sentirían vacíos y viciados solo con eso dentro de ellos? Puede que por eso hubiese tanto odios, rencillas y rencores entre los suyos. Puede que si hubiese un poco de amor todo sería un poco más llevadero. Más sencillo.

Los días que no visitaba a Laris se los pasaba en el infierno interactuando con otros como él: con enamorados. Dejando a un lado a su fiel Marduk, algunos días visitaba a Naamah - la ex de Samael - y charlaban de trivialidades o se quedaban en silencio contemplando el paisaje. Poco a poco entre ellos comenzó a establecerse un vínculo al igual que con Jezebeth. Visitaba con mucha frecuencia al demonio cocinero más famoso de todo el infierno. Sus dulces y platos no tenían paragón y siempre iba a encargarle pasteles y otros dulces para regalarle a Laris. ¿Lo que más le gustaba de aquel demonio aparte de su arte para la repostería? Que no hacía preguntas.

A Jezebeth no le importaba para qué quería Araziel los dulces que le encargaba. Él solo se limitaba a prepararlos y a entregárselos cuando acudía a buscarlos en su lugar de trabajo un edificio cuadrado que siempre olía a vainilla. Y aquel día fue a buscar una tarta de manzanas con mermelada de albaricoque. 

- Buenos días - saludó a Jezebeth con la voz alegre. Estaba feliz porque iba a pasar el día entero con Laris en el lago de excursión. Aunque también acudiría su madre y su hermana menor eso no le importaba, todo lo contrario. Le parecía maravilloso que le hubiesen aceptado en aquella familia. Fue un sentimiento encontrado y totalmente nuevo para él. Estaba seguro que así sería si su madre aún continuase con vida.

- Buenos días señor - le respondió Jezebeth entregándole una caja blanca con motivos florarles y con un lazo azul alrededor.

- Como siempre vas al grano.

El demonio de ojos violeta sonrió y se puso un mechón de su cabello color ceniza tras la oreja.

- Es mi trabajo y sé que tienes prisa.

Araziel no escondió su enorme sonrisa y le pasó unas monedas a Jezebeth.

- Creo que estamos comenzando a entendernos muy bien ¿no crees?

- ¿Me estás diciendo que hemos estado intimando entre encargo y encargo?

Los dos estallaron en carcajadas y otro hilo invisible les unió a los dos sin poder imaginarlo aún. Araziel cogió la caja y se dispuso a marcharse pero antes le dijo:

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now