Capitulo treinta y ocho

19K 1.5K 53
                                    

La sombra de la muerte

Nalasa continuaba abrazada a Naamah sin apartar la mirada del nubarrón espeso y negro que se precipitaba sobre ellos. La diablesa, que había adoptado una postura y una apariencia irreconocible, le clavaba las uñas a trabes de la tela de su vestido blanco. Pero al mirar de soslayo vio que no eran manos lo que la sujetaba sino una especie de garra larga con uñas afiladas. 

La muchacha dejó de mirar la nube negra y observó a los otros tres demonios. Todos estaban igual. Su piel había cambiado de color tornándose oscura, los ojos carecían de pupilas y el color de su cabello también había cambiado ligeramente dándole un aspecto amenazante. De la base de sus espaldas aparecían sendas colas que acababan en forma de punta e incluso sus cuerpos parecían más musculosos y firmes.

Nalasa comprendió dos cosas: la primera es que aquella era su verdadera forma ( eran demonios y aquella era su verdadera apariencia) y la segunda es que algo malo iba a suceder.

Un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza y pensó en su hermana. Aquella figura gigantesca y horripilante parecía venir de Sanol. ¿Y si había ocurrido algo en el pueblo? El corazón le golpeaba con fuerza el pecho y un fuerte nudo comenzó a apretarle los pulmones y el estómago. Tenía que ir, decidió, tenía que ir a Sanol. Pillando a Naamah de improvisto, Nalasa se soltó de su agarre protector y se puso en pie para salir corriendo hacia el pueblo y hacía su hermana. La muchacha se preparó para echar a correr cuando hablaron dos voces a la vez.

- ¡Señor Araziel! - gritaron con tono alarmante. Sin duda fueron Kimi y Fava.

El susodicho se giró y vio sus intenciones escritas en los ojos. Sin pensarlo se acercó a ella volando para sujetarla pero, nuevamente, la atravesó sin dificultad. Queriendo aprovecharse de ello, Nalasa echó a correr pero otros brazos la sujetaron. Una melena antaño color ceniza y ahora plateada, se coló en su campo de visión y supo que eran los brazos del cocinero los que la aprisionaba sin esfuerzo.

Recuperando la compostura y escondiendo el dolor desgarrador y el miedo que atenazaba su corazón, Araziel se dirigió a la muchacha hecho una furia.

- ¿Es que te has vuelto loca? ¿Se puede saber que es lo que pretendías? - gritó enfurecido y algo histérico. Apretaba y cerraba los puños con fiereza y si pudiese no tendría reparos en zarandearla. Su voz no parecía de aquel mundo 

Nalasa tragó saliva sintiendo que su propio miedo estaba haciendo mella también en ella y que, si no se controlaba, ella también perdería los papeles.

- Tengo que ir a Sanol. Esa cosa viene de allí - dijo intentando que su voz sonase normal y no chillona. No le funcionó demasiado.

- De aquí no se va nadie. ¿Es que quieres morir? Esa cosa es muy poderosa y además… - no pudo acabar la frase. Un fuerte trueno los ensordeció a todos y las almas chillaron llenas de terror a la vez que los diablillos hacia extraños sonidos lastimeros. 

- ¡ARAZIEL! -. Su nombre sonó más ensordecedor que el trueno y se quedó completamente petrificada.

Una gota de sudor frío le recorrió la espalda.

Araziel no podía moverse. Le sudaba terriblemente todo el cuerpo mientras el horror lo inundaba y lo hacía preso de su poder. ¿Cómo olvidar esa profunda y asquerosa voz? Era él, estaba completamente seguro y sin embargo era completamente imposible. Una vocecilla de su interior le dijo que tenía que actuar, que lo más importante en aquel momento no era su asombro o su miedo; tenía que poner a salvo a los habitantes de su castillo.

Pero era incapaz de pensar y reaccionar. 

Vívidas imágenes se sucedieron en su cabeza y sintió que se ahogaba. Se miró las garras y les pareció verlas manchadas de sangre, de la sangre de su amada Laris. Miró  hacia adelante y la vio atada a una columna y con sus ojos sin sombra de ceguera que lo contemplaban lleno de odio. Su voz resonó en sus oídos.

- ¡No te me acerques monstruo! ¡Eres un monstruo, un demonio como los que han matado a mi familia!

- Laris yo… yo no quería mentirte. No quería que esto pasara. Yo… 

- ¡Cállate basura! Eres un mentiroso que ha venido a devorar mi alma. ¡Eres un asesino! ¡Te odio! ¡¡TE ODIO!!

- Araziel - le apremió una voz angustiada.

El demonio parpadeó con el rostro sudoroso y contempló la realidad. Marduk, frente a él, lo zarandeó con el rostro ceniciento.

- ¡Tenéis que recuperar la serenidad sino estaremos perdidos!

El demonio asintió y miró fijamente la figura de Naburus que estaba comenzando a encogerse no así todo su poder. Pero él era Araziel hijo del duque Abigor y el ángel caído Asbel. Él era el predilecto de Satanás y un candidato a  príncipe del infierno. ¡Era el señor de aquel castillo y la única oportunidad de todos ellos! Puede que no fuese tan poderoso como antaño pero al amor y el cariño que sentía por cada uno de ellos le daría fuerza.

Os pondré a salvo - se dijo -. No permitiré que ese loco os haga daño por mi culpa. Si alguien tiene que morir seré yo.

- Marduk llévate a las almas a la torre de plata y protégelas. No puede apoderarse de ellas.

- No pienso irme de su lado señor yo…

- ¡Es una orden! - gritó con fuerza y autoridad.

El mayordomo lo miró lleno de admiración y le dedicó una sonrisa.

- Tu madre estaría orgullosa de ti. Obedeceré - y se marchó hacia las almas. Estas se arremolinaron junto a Marduk y tomando forma de esferas luminosas, siguieron al mayordomo hacia la torre de plata. No se percató de que dos almas se quedaban atrás.

- Vosotros iros también - les dijo Araziel a los atemorizados diablillos - y llevaros a Nalasa.

Ella clavó su mirada castaña en él y se deshizo de los brazos protectores de Jezebeth. El cocinero tampoco tenía sobre ella ninguna resistencia.

- Yo no me voy  - declaró tajante. Araziel resopló mirando de soslayo la figura en forma demoníaca que estaba sobre sus cabezas.

- No discutas conmigo y obedece - dijo con serenidad.

Ella obstinada negó con la cabeza y se cruzó de brazos.

- No, me quedaré a luchar con vosotros.

¿Es que estaba loca? ¿Qué sabría ella de luchas demoníacas? ¿Era tan difícil de entender que la quería lejos de allí y a salvo? No podía permitir que resultase herida o muerta. Si a ella le ocurriese algo por su culpa jamás podría perdonárselo. Ya no sería capaz de volver a levantarse ni de vivir.

- Nalasa por favor - le suplicó.

- Necesito saber que es esa cosa y lo que a ocurrido en Sanol. No voy a dejarte solo - declaró con pasión en la voz.

- Y tanto que vas a dejarme solo. - Miró a los diablillos -. Lleváosla.

Estos asintieron agarrando a la muchacha por la falda. Pero no pudieron ir muy lejos.

- ¡DE AQUÍ NO SE MUEVE NADIE!

La figura demoníaca con alas y dos retorcidos cuernos apuntó con sus dedos al grupo y Araziel casi no fue consciente de cómo estos se alargaba con una rapidez sorprendente. Se escuchó un gorgojeo y el demonio abrió desorbitadamente los ojos. 

Los afilados dedos de Naburus habían atravesado el vientre de Nalasa.

La muchacha  contemplaba su propio cuerpo sin dar crédito a lo que estaba viendo. Su vestido blanco y azul se tornó rojo por segundos mientras sus manos temblorosas subían de sus costados a su vientre. Los afilados y letales dedos de la abyecta criatura salieron del cuerpo de la muchacha desgarrándola más y produciendo un sonido que ninguno de ellos sería capaz de olvidar jamás.

Nalasa con los ojos vidriosos y desenfocados intentó buscarle y Araziel sintió, por primera vez en su vida, como su corazón - un corazón que los demonios no poseían - latía sobre su garganta con una fuerza arrolladora. La muchacha comenzó a doblar la espalda hacia atrás y a caer mientras él, Araziel era incapaz de apartar la vista de ella.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now