Capitulo treinta y nueve

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Naburus

Un solo sonido.

Un sonido que perforó los oídos de Araziel haciendo que un grito se atascara en su garganta.

Sus diablillos con los ojos llenos de lágrimas se acercaron al cuerpo moribundo e inerte de Nalasa intentando protegerla. Una risa malvada y vil resonó en el aire. El demonio era incapaz de apartar la mirada del rostro de Nalasa que miraba a un punto fijo con el rostro blanco y lleno de sudor. De la comisura de sus labios manaba un hilo de sangre. 

Con la respiración entrecortada se acercó con dos grandes zancadas al cuerpo de su amada y se arrodilló a su lado. Los diablillos le miraron con los ojos brillantes y llenos de lágrimas mientras él intentaba tocarla nuevamente en vano.

Qué más da si no la puedo tocar - se dijo -. Lo único que quiero es salvarla.

Desesperado, Araziel extendió las manos sobre el vientre de ella y cerró los ojos para concentrar todo su poder. Buscó en su interior la magia de sanar sin encontrarla y abrió los ojos. Sintió que algo descendía de sus ojos y que se le humedecían las mejillas. Volvió a buscar dentro de él su poder curativo incapaz de darse por vencido y aceptar que ya no poseía aquel don.

 - Pero si esta mañana estaba rebosarte de fuerza - murmuró entre dientes para si mismo -. Vamos - se apremió - ¡cúrate! - Un sollozo salió de su boca mientras intentaba con sus manos hacer desaparecer aquellas grotescas hendiduras del vientre de Nalasa. Ni siquiera se le habían manchado las garras de sangre.

¿Dónde está Samael? - pensó con la mente turbia como un río lodoso. ¿Dónde estaba su mejor amigo cuando más lo necesitaba? Él tenía el poder de curar y estaba seguro que la salvaría si él se lo pedía. Pero Samael no estaba. Él lo había echado del castillo porque su amigo no quería que se autodestruyese a sí mismo y porque odiaba a Nalasa. Si, Samael odiaba al amor de su vida y por ello no la salvaría.

Solo él, Araziel,  podía hacerlo y aquel poder se escurría de sus dedos.

Fuera de sí, Araziel dejó escapar un alarido lastimero junto con más lágrimas. Era la segunda vez que lloraba en toda su vida. La segunda vez que sentía que se le desgarraba el corazón y lo llevaban a algún lugar que iba más allá del oscuro abismo.

- ¿Por qué no puedo curarla? - se preguntó a sí mismo -. Cúrate, ¡cúrate maldita sea!  

- Es inútil mi querido Araziel - dijo una voz jocosa  muy cerca de él-. Esa humana está más que muerta.

Naburus hizo acto en escena y contempló a su mayor enemigo con una sonrisa socarrona en sus labios. Araziel, aún de rodillas, contempló el extraño cuerpo de Naburus con la respiración embravecida como la de un toro acorralado. El cuerpo de su archienemigo era más horrendo que el de antaño. Su piel estaba cuarteada y de un color tremendamente oscuro como si estuviese ennegrecida por el sol. Sus ojos ya no eran azules sino blancos y no tenía ni cabello ni cejas. En vez de eso tenía dos cuernos en cada extremo de su cráneo. Sus garras eran  retorcidas y huesudas y sus dos alas no tenían plumas y se asemejaban a la de los murciélagos. Solo eran cartílago y membrana. Y para acabar en la base de su espalda solo había una cola muy gruesa y con la punta muy afilada.

- ¿Qué me dices de esto Araziel? - le preguntó Naburus -. ¿No te lo esperabas verdad? Y quien podría ¿cierto? Vamos confiésalo. Tú esperabas a tus dos patéticos diablillos y no a mí.

El interpelado se incorporó lentamente sin apartar la mirada de los blancos ojos del otro demonio. Ahora entendía porqué no habían regresado los dos diablillos hydrus. Él los había matado.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now