Capitulo veintidos

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El dolor que nos hace fuertes

Aún no sabía que fuerza poderosa fue la que la arrastró a seguir a la mujer demonio, pero allí estaba al lado de Naamah con Samael frente a ella. Araziel, con un aspecto deplorable, estaba tras el demonio de ojos perla y tras él Marduk y Jezebeth con los ojos muy dilatados y los músculos hinchados. La piel del rostro se les había llenado de vetas moradas y había oscurecido.

Samael dejó escapar una risotada macabra y puso lo brazos extendidos dejando a la vista su pecho desprotegido. Miró a Naamah entrecerrando los ojos.

- Vamos querida, entierra el puñal en mi pecho. Como puedes ver no estoy dispuesto a ofrecer demasiada resistencia.

La respiración de la diablesa se agitó de un modo casi imperceptible y aferró con más fuerza el mango de su puñal. Se le pusieron los nudillos blancos.

- Preferiría ahorrarme el mancharme con tu sangre viscosa - le replicó ella dignamente.

- Siempre te a encantado el sabor de mi sangre y todo lo referente a mí mismo. Así que no mientas y sé sincera contigo misma: no quieres hacerme daño, es más; jamás me atacarías aunque te arrancara la cabeza y destruyera todo lo que te importa.

Un gruñido animal y lleno de rabia reverberó en la lujosa y espaciosa habitación. La figura aterradora y aumentada de Jezebeth se precipitó contra Samael y lo empotró contra el suelo donde le propinó un fuerte puñetazo. La sangre brotó por la nariz rota del demonio mientras sus labios seguían dibujando una sonrisa lobuna. Jezebeth golpeó otra vez el rostro de Samael y cuando lo iba a golpear por tercera vez, Araziel le aferró de la muñeca con conmensurable esfuerzo.

- Es suficiente Jezebeth, no quiero derramamiento de sangre inútil entre mis amigos.

Naamah se acercó a Jezebeth y le agarró por el otro brazo con los ojos brillantes por algo más que la humillación.

- Déjalo Jezz no vale la pena.

El herido se levantó del suelo y se pasó una mano por la cara amoratada y sangrante. Cuando retiró la mano, su rostro volvía a ser el de antes a excepción de la sangre que le mancillaba la piel. Nalasa, estupefacta, se pegó contra la pared. Era increíble que se hubiese curado tan deprisa. ¿Qué tipo de poder oculto poseía aquel demonio?

- Eso - dijo Samael con voz burlona - déjalo Jezz porque no podrás conmigo. Tus puñetazos parecen los golpes de una niña babeante de tres años.

Los tres demonios miraron a su compatriota aguantándose las ganas de molerlo a golpes y para ver eso no hacía falta tener demasiada vista. Marduk apareció al lado de Nalasa y se colocó muy cerca de ella en actitud protectora.

Araziel soltó la muñeca del cocinero y se acercó un paso a Samael.

- Creo que es mejor que te marches de mi castillo por una temporada Samael. No toleraré más problemas.

El susodicho se limpió la sangre de su rostro con un pañuelo de seda del bolsillo de su chaleco.

- Así que te pones en mi contra - le recriminó el demonio. El señor del castillo asintió.

- Ellos son mi familia, los que han estado a mi lado en los momentos más insoportables de mi existencia.

- ¿Y yo que soy Araziel? - quiso saber tirando el pañuelo a un lado. Nalasa se acercó a la espalda de Marduk y aferró entre sus dedos la manga de la chaqueta del mayordomo. En el aire se respiraba demasiada tensión y estaba comenzando a marearse.

- Yo estuve a tu lado desde que éramos niños - prosiguió -. Siempre te liberaba de las ataduras y de los rencores de tu padre.

- Y siempre te estaré agradecido por ello, pero la amistad es algo más que sentirse en deuda.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now