Capitulo catorce

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La marca del demonio

- ¿Qué cuento estúpido es este? - la cara de Samael volvía a ser el rostro bello que mostraba en el mundo humano. La sorpresa que le habían causado sus palabras habían hecho que su ira se esfumara.

- No es ningún cuento - dijo el demonio pasando el brazo por los hombros temblorosos de la mortal. Por todos los infiernos, temblaba como la hoja de un chuchillo recién clavada en la madera después de un lanzamiento.

Aún no podía creer que su amigo hubiese intentado agredirla de aquella forma en su territorio. Aquella afrenta solía pagarse con sangre y muerte. Samael nunca podría llegar a imaginarse la suerte que tenía porque sus poderes fuesen mínimos y su autocontrol muy elevado. 

Le había costado horrores contener su forma demoníaca bajo control y solo derribar a su amigo con la poca fuerza que almacenaba en su interior. Si hubiese sido el antiguo Araziel, hijo mayor de los infiernos y adorado de Satanás, Samael hubiese muerto en el acto.

Araziel apretó con delicadeza el hombro de la joven y la pegó contra su pecho para intentar reconfortarla. Era incorregible y él lo sabía demasiado bien. ¿Por qué se empeñaba aún en tener trato con humanos? ¿Qué fuerza superior a él lo arrastraba siempre hacía la vorágine de sus pesares?

Sintió que el cuerpo de Nalasa experimentaba algo y que ella enterraba su cara húmeda contra su pecho. Si pudiese expresarle lo mal que se sentía por haber sido el culpable de su miedo y angustia. 

Maldito fuese Samael. 

Sabía que su amigo solo se preocupaba por su bienestar y también comprendía el que creyese que Nalasa estuviese  marcada por un demonio por el pequeño destello que desprendía su cuerpo. Pero aquella marca no era de posesión sino de una maldición por parte de algún humano que estuviese al servicio de alguno de sus hermanos del infierno.

Pero aquel no era el momento ni el lugar para hablar de aquello. Aún no.

Samael, totalmente en pie y con forma humana, miraba con su penetrante mirada helada a Araziel esperando a que él se explicase. Parecía haber recuperado la serenidad y las normas que marcaban la etiqueta y la educación. 

- Hablaremos más tarde - le informó secamente. A Samael no le gustaron sus palabras.

- ¿Es más importante ella que tu propia integridad?

El demonio asintió dedicándole a su amigo su mirada ardiente que asustaba incluso al más rastrero y maléfico demonio infernal. Incluso Satanás había ido con pies de plomo en su momento. Escuchó como Samael tragaba saliva y algo más - miedo - garganta abajo y hacía una reverencia con la cabeza.

- Te esperaré en la biblioteca - le dijo  dedicándole una última mirada a Nalasa que seguía aferrada a Araziel como un salvavidas. Y no era menos que eso.

- Iré dentro de una hora -acordó para que Samael se marchara algo mas apaciguado.

Su mejor amigo se retiró a grandes zancadas y cerró la puerta con un sonoro portazo. En sus brazos, la mortal dio un bote y alzó el rostro con las mejillas sonrosadas y los ojos rojos por el llanto. Él utilizó sus poderes para que una sillas se deslizase hacía su posición y se sentó a su lado.

-No te preocupes, se ha manchado y no volverá a hacerte nada.

Ella le observó con los ojos asustados de un cervatillo recién nacido y se le revolvieron las entrañas. Le afectaba sobremanera verla y sentirla tan desvalida. Le recordaba demasiado a tantos humanos que había conocido en el último siglo. 

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora