Capitulo treinta y siete

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La resurrección del gran Dios

La celebración estaba en todo su apogeo.

La cerveza y el vino ya hacía efecto en casi  todos los vecinos de Sanol y, al estar achispados, más gente bailaba  en la plaza del pueblo. Casya era una de las vecinas que bailaba con elegancia provocando que muchos hombres suspirasen por ella. La joven recién casada bailaba muy pegada a su marido que estaba medio borracho. Rale no era de los que bebían mucho y al hacerlo, pronto se le subía a la cabeza y se ponía extremadamente risueño, torpe y más cariñoso que de costumbre. 

El joven granjero, tomaba a su adorada esposa por la cintura y le susurraba al oído todo lo que su belleza despertaba en él y ella lo notaba perfectamente sin que él tuviese la necesidad de hablar.

Casya sabía perfectamente que su extremada belleza provocaba el deseo y la pasión de todos los jóvenes de Sanol ya estuviesen casados o solteros. Y eso le gustaba. Le proporcionaba un gran placer de superioridad y se sentía poderosa y codiciada. Solo con pedirlo, todos se arrastraban a sus pies y se peleaban para cumplir sus deseos. Había tenido una suerte tremenda en fijarse en Rale. Porque ella lo amaba realmente.

Pero eso no quitaba que le gustara que todos suspirasen por ella y le hiciesen proposiciones completamente indecentes.

No había ni un solo día en que no se le acercasen sus antiguos pretendientes con alhajas o flores acampándolo con palabras pasionales. Y entonces ella se sentía tan poderosa y ellos se veían tan vulnerables y poca cosa, que Casya los manejaba a su antojo. Les decía lo que ellos querían oír sin comprometerse y los encandilaba con algún casto beso en los labios para que ellos creyesen que ella seguía suspirando por ellos cuando era completamente falso.

Casya solo suspiraba por Rale pero a él también lo tenía comiendo de su mano. Lo cierto es que ella era una persona manipuladora y calculadora y no se avergonzaba de ello. Jamás sintió ni una pizca de pena al utilizar a su hermana para que ella cargase con toda la responsabilidad de llevar su antigua casa cuando tubo ocho años. Nalasa era una niña fea y sumisa con unos deseos de ayudar tan estúpidos que Casya se limitó a que su perdedora hermana se ocupara de todo. Ella, con su belleza, conmovía a los vecinos mientras que su hermana los enfuruñaba con sus ideales justicieros.

A su hermana menor jamás le había gustado la caridad. Solía decir que mientras tuviese un solo aliento de vida jamás aceptaría la ayuda de nadie y menos de las personas que solían hacerlo buscando algo a cambio. Pero Casya no era así y ella aceptaba todo lo que le daban, por eso ella había prosperado y Nalasa había acabado quien sabe donde con un justo y merecido castigo. Tal vez su incorregible hermana menor estuviese muerta. ¿Y que menos que merecerse la muerte? Casya nunca había aguantado a su hermana ¿pero qué remedio le había tocado que fingirlo para sobrevivir? Nalasa era demasiado buena con ella y Casya se aprovechaba de ello como siempre se había aprovechado de las buenas ocasiones.  

La canción acabó y todos los bailarines aplaudieron antes de que los músicos tocasen la siguiente pieza. La música sonó con alegría de los toscos instrumentos y Casya reconoció la canción con la cual había abierto el baile el día de su boda. No pudo evitar sonreír con algo de maldad. 

Le vino a la memoria la gran mentira que le soltó a su hermana mientras esta se probaba el sencillo vestido verde que usaría el día del enlace de Casya. Como buena hermana, Casya la agasajó diciéndole que aquel color favorecía sus bonitos ojos. “Estas tan preciosa Nalasa. El verde resalta muchísimo el color de tus ojos. Siempre he tenido envidia de tus ojos, en ellos reflejas el ardor de tu corazón. Es como mirar directamente a tu alma.”

¡Menuda sarta de mentiras! 

¿Ella envidia de la única peculiaridad de Nalasa? Jamás. 

Aunque en el fondo, si que era verdad que envidiaba el ardor que quemaba en el corazón de su hermana y que podía mostrar con una simple mirada. Pero jamás lo reconocería ante nadie ni ante ella misma ¿Qué importaba eso? Los hombres no se fijaban en una mirada, se fijaban en una cara y en un cuerpo.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora