Capitulo veinte

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Lo que se necesita para poder sobrevivir

Las estrellas y la luna menguante ya estaban instaladas en el cielo cuando Araziel aterrizó sobre el tejado de pizarra. El demonio hizo desparecer sus alas y se sentó sobre el tejado sin soltar a Nalasa que se quedó entre sus brazos y sentada sobre su regazo.

Se sentía tan bien estando recostada sobre su pecho que no quería separarse de él. Al menos no aquella noche cuando más le necesitaba. El corazón le latía fuertemente y  aunque el pecho de Araziel estaba inerte, el suyo parecía latir por los dos.

El demonio acarició su cabello despeinado y a Nalasa la invadió una tranquilidad abrumadora que consiguió que sus ojos dejasen de derramar lágrimas amargas.

Ninguno de los dos había abierto aún la boca, pero todavía no había llegado el momento de hablar. ¿Cómo atreverse a romper aquel silencio que les unía hasta límites insospechados? ¿Cuándo un silencio había dicho más que mil palabras? 

Una ráfaga de viento hizo que la joven tiritase y el cuerpo del demonio se tensó. Alejando sus poderosos brazos de ella, se quitó la chaqueta y se la pasó por los hombros. Ella se sonrojó y le sonrió con timidez. A pesar de que estaba sucia de hollín, Araziel no se alejaba de ella y le ofrecía su chaqueta. Era muy atento y eso hacía que el alma de la muchacha se llenase de un dulzor parecido a la miel. Toda ella se volvía como un terrón de azúcar entre sus brazos.

 - Muchas gracias - dijo ella rompiendo el silencio impuesto entre los dos. Había llegado el momento de hacerlo, ya no podía prolongarse más.

El demonio la miró con las facciones de su rostro serio y con sus ojos grises brillantes.

- ¿Por qué te has ido corriendo del castillo sin decirle nada a nadie? ¿Sabes lo preocupados que estaban todos cuando no te han encontrado por ninguna parte?  - la estaba regañando y ella aguantó su mirada sin apartarla ni un instante. Era cierto, había sido una insensata por haberse marchado tan precipitadamente. Pero Samael había sido tan cruel y era una cuestión vital que ella se cerciorase de que le estaba diciendo la verdad.

- Siento que os hayáis preocupado pero… es que…

- ¿Es que qué? - le urgió él.

Nalasa le miró algo perdida. ¿No sabía nada de su conversación con Samael? ¿Nadie la había visto mientras conversaban en el jardín? Un escalofrío le recorrió la espalda y, muy lejos, tras Araziel, distinguió una figura humana con alas. Samael les estaba observando en la distancia y sabía que la estaba fulminando con la mirada. ¿La querría amenazar en la lejanía o ponerla a prueba? Fuese lo que fuese haría lo que le dictase el corazón y la razón.

- Necesitaba comprobar una cosa - le respondió a Araziel apartando la mirada de sus profundidades grises.

- ¿El qué?

Parecía tan enfadado y desesperado que se le aceleró la respiración. Se aferró con más fuerza a la manga de la camisa de seda de él.

- Necesitaba comprobar si todo seguía igual - le explicó manteniendo parte de la verdad oculta.

- ¿En qué sentido?

Aunque le dolía tuvo que seguir mintiéndole en parte. No le diría nada sobre su conversación con Samael. Aquello era algo entre el demonio de ojos como perlas y ella. 

- No lo sé - mintió -. Quizás solo quería volver a ver mi casita.

Él asintió mientras le acariciaba la espalda bajo la chaqueta.

- Eso me imaginé y por eso salí a buscarte al pueblo. Pero estabas… - no terminó la frase esperando a que ella le explicase.

- Sobre los restos de mi casa. La han quemado para limpiar mi pecado hacía el gran Dios. - Su voz sonó tan vacía y carente de expresión que, por unos instantes, pareció que otra persona había hablado. Pero no, había sido ella.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now