Capitulo once

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Naamah y los diablillos

- Ufff... - suspiró alguien.

Nalasa, medio dormida, entreabrió los ojos y contempló que las cortinas de seda de su cama estaban sueltas y cubrían la cama dándole privacidad y conteniendo la filtración de la luz del sol. La muchacha gruñó por lo bajo al intentar ponerse derecha y una silueta a su izquierda descorrió la cortina.

- Hasta que por fin despiertas - dijo la misma voz del suspiro. Una voz de mujer.

Nalasa contempló a la hermosa mujer que la miraba con una ceja alzada y la cabellera rizada como el fuego enmarcándole el rostro ovalado. Sus grandes ojos dorados eran un gran detonante que le decían que aquella mujer no era un ser humano. La mujer desconocida ató las cortinas con unas cintas negras en los postes de madera.

- Eres como una marmota - le comentó haciendo un lazo apretado con las cintas - a pesar de lo mucho que te ruge el estómago no te has despertado.

La muchacha frunció el ceño y se sonrojó al sentir rugir sus tripas vacías. El agotamiento había sido mayor que su hambre y eso que llevaba casi un día sin comer. Miró hacía la vidriera que llevaba al balcón y vio que estaba comenzando a oscurecer. ¡Había dormido mucho!

- Yo si fuera tú tocaría la campanilla para ordenar algo de comer antes de las nueve. Esa hora es fatídica - le recomendó la mujer que a todas luces era un demonio.

La joven, reacia a obedecer a aquella desconocida con aires de grandeza, se la quedó mirando de refilón. No se fiaba ni un pelo. La desconocida, al parecer, se sintió aludida y le dedicó una sonrisa encantadora.

- Tranquila que no voy a comerte - le soltó como si le entraran arcadas nada más pensarlo -. No me van las chicas ni las almas ni nada de eso. Además si lo hiciese, Araziel me arrancaría la cabeza y me gusta mantenerla en su lugar.

La chica se levantó de la silla y fue a buscar algo que había doblado encima de la mesa. Extendió el exquisito camisón blanco con encajes en los puños y en el cuello ante sus narices y unos pantaloncitos blancos a juego.

- Supongo que te gustaría ponerte un camisón decente y quitarte esa capa.

Nalasa asintió con la cabeza sintiéndose algo más segura. En el fondo no parecía tan mala persona como dejaba ver su altivo carácter.

La mujer la ayudó a sentarse en la cama y con delicadeza le desató la capa y la dejó a un lado doblándola con expresión preocupada. ¿Por qué lo estaría?

- ¿Cómo te llamas? - le preguntó la muchacha. La mujer dejó estar la capa y se agachó frente a ella para ponerle los pantaloncitos, o lo que era lo mismo, la ropa interior.

- Naamha - respondió con una media sonrisa.

- Yo soy Nalasa.

Naamah le pasó las mangas del camisón por los brazos antes de pasárselo por la cabeza.

- ¿Eres Nalasa o te llamas así? - preguntó la mujer demonio incorporándose y atándole los botones del cuello del camisón.

La muchacha se quedó en blanco mientras miraba los radiantes ojos dorados de Naamah.

- Supongo que un poco de las dos cosas - respondió con cautela.

La mujer le dedicó una sonrisa conciliadora y se sentó a su lado mientras hacía sonar la campanilla de plata de la mesilla.

- Buena respuesta. Nunca somos completamente una sola cosa.

- ¿Y tú qué eres? - se atrevió a preguntar.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now