Epilogo

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Epílogo

La celda se le caía encima.

El calor que reinaba allí era asfixiante y sentía que se ahogaba en las cuatro paredes de piedra. Se levantó del camastro y pegó la espalda en la fría piedra para haber si así conseguía que se le quitase un poco el calor. Tenía la espalda chorreante de sudor.

Se quitó la camisa y la tiró a un lado antes de pegar la espalda en la superficie dura de la pared de piedra. Suspiró algo satisfecho al notar un poco de frescor.

No sabía cuanto tiempo llevaba allí encerrado aunque le parecía una eternidad por las duras condiciones de su cautiverio. Sabía que se merecía aquel castigo, pero hacía tanto que no vislumbraba el exterior y que no veía a nadie que, en ocasiones, se sentía enloquecer.

Un súbito sonido hizo que pegase un bote y se separase de la pared. ¿Era su imaginación o había escuchado como se abría una puerta cercana?

Samael se acercó a los barrotes de su celda e intentó ver algo en la oscuridad. Al cavo de unos angustiosos minutos, apareció un tenue brillo y el sonido de pisadas. El demonio comenzó a experimentar una extraña sensación dentro de él. Se pegó más a los barrotes lleno de ansiedad y no tardó mucho en aparecer el personaje que había ido a verle.

Una expresión de asombro ensombreció el semblante ceniciento y demacrado del demonio provocado por el encierro.

Una figura femenina ataviada con un vestido veraniego rojo y una sombrilla en la mano, lo miraba seriamente.

- Hola Samel - dijo.

Él se apartó de los barrotes y se alejó hacia la penumbra de su celda donde se sentó en un rincón derrotado y abatido. Todo pensó menos aquella visita.

- ¿No me dices nada? - preguntó ella con voz monocorde.

Él apretó los dientes y se abrazó las rodillas. Nalasa soltó un suspiro.

- He venido a verte sin decirle nada a Araziel. El señor Satanás lo está entreteniendo mientras yo me he escapado para verte.

- Ya lo has hecho, puedes irte - refunfuñó Samael entre dientes y sin mirarla a la cara. Se sentía incapaz de hacerlo.

Aunque ya sabía del milagro realizado por su mejor amigo de boca de Satanás, era incapaz de borrar de su retina el cuerpo muerto de Nalasa empapado de sangre.

- Siento que estés aquí, de verdad - dijo ella con una sinceridad pasmosa -. Lo cierto es que he venido para decirte que no te guardo rencor ni odio y que siente que tu amistad con mi marido haya acabado así por culpa mía.

Samael se abrazó más fuerte y se mordió el labio. Quería que aquella tortura de tenerla allí acabase de una vez por todas. Prefería la soledad y la asfixia de su celda que la visión de ella y el sonido de su voz.

- Antes de irme quisiera preguntarte una última cosa. Esta pregunta me carcome por dentro y te rogaría que me respondieses aunque no me mirases a los ojos al hablar. - hizo una breve pausa para tomar aire -. ¿Por qué? - sollozó la joven -. ¿Por qué me odias tanto?

Samael sintió que sus sentimientos y que su dolor se desbordaban dentro de su pecho como cuando se rompe un dique y el agua del río se desborda sin control.

- Porque me haces sentir un miserable. Porque provocas en mi el amor profundo que siento por alguien a la que jamás podré hacer feliz. Te odio porque no tienes miedo de amar.

Ella le dedicó una sonrisa llena de compasión y derramó una lágrima solitaria antes de marcharse. Ya no había nada más que decirse.

La luz se fue y todo volvió a sumirse en la más profunda oscuridad. Los pasos se alejaron y Samael volvió a estar solo. De lo más profundo de su garganta brotó un aullido de dolor.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now