Capítulo XXXIII: Cambios

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El Olimpo, presente

El sobrecogedor silencio inusual la cogió por sorpresa segundos después de ver desaparecer a Zoe, su amiga y señora. Había hecho de niñera otras veces, pero por algún extraño motivo, pese a ser sencillo cuidar de los dioses más pequeños, esos dos se le antojaban imposibles. Quizás se debiese a que Arsen y la pequeña Juno eran hijos de quien en su día fue una humana poco usual y un dios insufrible. O quizás estaba perdiendo facultades. Encontrarlos había resultado ser a lo que realmente se dedicaba cuando debía cuidar de ellos.

Así había sido ese día también. Y dado que no los había encontrado, decidió acudir a su madre, la cual acababa de llegar de un asunto con las Moiras. Quizás fuese inútil seguir intentando que esas condenadas soltaran la lengua, pero Zoe jamás se rendía. Jamás. Y fue precisamente esa tenacidad la que logró que llegaran las buenas noticias.

― ¡Irene! Gracias a los dioses que estás aquí, no encuentro a nadie más ―escuchó la voz de Apolo.

― ¿Qué ocurre? ―dijo, sobresaltada ante la súbita aparición del dios.

Entre todos con quienes había hablado, Apolo era el que más se había involucrado en la búsqueda. Después de la última guerra de dioses, decidió inmiscuirse más en el Olimpo. Irene quiso confiar en él, pese a tratarse del dios de la belleza. Y al parecer, gracias a él, algunos centauros y ninfas, habían ampliado la búsqueda para encontrar el punto en el que debían aparecer.

― Los han encontrado. Cerca de Grecia, en un pueblo costero.

Irene abrió los ojos de par en par.

― ¿Dónde están?

― Los han llevado al templo de Hestia. ―Irene frunció el ceño.

― ¿Están heridos? ¿Qué ha pasado? ¿Lo sabe Zoe? Zeus tendría que haber notado...

― Zeus no ha regresado aún. Y Zoe está todavía con los niños, han ido a ver a Hefesto por no sé qué tema de una espada robada o algo así.

Irene puso los ojos en blanco. Eso tenía que ser cosa de Arsen, no paraba de coger cosas de Hefesto, le fascinaba su creación.

― Y ellos están bien ―prosiguió Apolo―. Pero Tatiana se encuentra un poco débil y con algunas heridas leves. Hermes ha insistido en que debía descansar. No me han contado nada más. He creído más conveniente venir inmediatamente a informarte para que decidas cómo debemos proceder.

Irene sonrió, agradecida por la inesperada colaboración del dios. Cuando llegó la primera vez a Delfos para hablar con las Moiras, Apolo se había interesado en el tema. Puesto que había participado en la última guerra con los dioses, y estaba agradecido de que su señor Zeus no lo hubiese matado, de algún modo se sentía en deuda con él. Así que decidió que era oportuno ayudarla a ella en la búsqueda de la hermana de su nueva señora. Había cumplido también con el deseo de Zoe de no contarle nada a Zeus, pero los secretos de esos niveles tienen las patas cortas. Y la preocupación de Zoe se hizo tan evidente que Zeus lo supo incluso antes de que le contaran nada.

― Gracias, será mejor que vaya a informar a Zoe cuanto antes. Si Zeus regresa, dile...

― ¿Qué tienen que decirme?

Irene y Apolo se volvieron para ver al dios que acababa de aparecer en la sala principal de su propio templo. Zeus, con su porte intimidante, sus oscuros cabellos y dorados ojos, avanzó hacia la semidiosa y el dios que permanecían expectantes.

Vínculo (Part2 Hera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora