Capítulo XXIX: Una espada de doble filo

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Llegar al tártaro no era el verdadero reto. Zale lo sabía desde que decidió descender los infiernos para liberar al Titan y terminar así con su maldición. El verdadero enfrentamiento sería cuando llegara allí. No conocía los detalles, pero Zale sabía que Aviehel era un peón importante en el plan de Poseidón de encerrar a los Titanes. De hecho, no solo él, sino todos los principales dioses del Olimpo eran responsables del confinamiento de los doce Titanes. Así que sabía que, al llegar al tártaro, liberar a Océano no sería fácil. Habría alguien custodiándolo. Aunque debía reconocer que no esperaba que ese alguien fuera la oceanide que tanto odiaba.

― Puedo imaginar la razón por la que estás aquí. Celebro que, después de todos estos años, hayas decidido dejar de ser un cobarde ―dijo la irritante voz de esa mujer―. Igual que tu madre, siempre huyendo.

Zale apretó los puños, pero mantuvo el semblante impasible. Había costado años encerrar su furia en un lugar lejano de su memoria, y esa capacidad era necesaria en esos instantes. No podía enfrentar a Aviehel con ira. No servía de nada.

― Mi madre solo quería vivir tranquila. La envidia que le profesabas te ha convertido en una esclava. Esclava de Poseidón. Esclava de ti misma ―aseguró con tranquilidad―. Tu vida terminó hace siglos y ni siquiera te has dado cuenta.

Aviehel esbozó una sonrisa torcida.

― Es curioso que tú seas quien diga eso, cuando tu vida no empezó jamás. Es posible que tengas razón. Soy una esclava. Pero no lo he sido siempre. A diferencia de ti.

Zale correspondió su sonrisa, sacando un afilado cuchillo de un lugar escondido en el interior del pantalón, cerca de su tobillo.

― Sí. Y a diferencia de mí, hoy terminará mi encarcelamiento. Voy a liberar a Océano, Aviehel. Y te aseguro que no vas a impedírmelo. Así tenga que matarte para llegar a él.

Aviehel no borró su sonrisa mientras hacía aparecer unas uñas largas y afiladas. Sus colmillos se alargaron y sus ojos se oscurecieron. La oceanide que era mostraba su verdadera naturaleza.

― Eso aún está por ver, engendro.

La fuerza de una Oceanide siempre lo había asombrado. Eran mucho peores que las sirenas. Más violentas, y más agiles en tierra. A diferencia de ellas, las oceanides tenían piernas tanto en el agua como fuera de ella. Era por ese motivo por el que Zale tenía que poner toda su atención y conocimientos en la lucha para poder enfrentarse a ella.

De todas las armas que podría haberse llevado de la isla, ese cuchillo era el único que había atesorado. No importaba demasiado lo que utilizara para enfrentarse a su enemigo, al final, lo que realmente importaba, era su otra mitad. Aquella que había intentado ocultar toda su vida.

Debía poner en práctica lo que los sacerdotes le habían enseñado. Lo que su padre le había mostrado que podía llegar a hacer. Su madre había sido una sirena, una muy fuerte, y él había heredado su tenacidad. Debía honrarla como se merecía.

Como había ensayado infinidad de veces ante la lucha con alguna harpía rencorosa, Zale hizo aparecer sus afilados dientes en múltiples agujas. Sus ojos se oscurecieron igual que lo hicieron los de su enemiga, e igual que ella, también sus garras. Una de las diferencias entre oceanides y sirenas, quizás estaba en la ponzoñosa superficie de las uñas y los dientes. Debía evitar como fuese que Aviehel lo rozara con ellas.

Hizo girar el cuchillo en su mano, preparándose para lanzarlo a la menor oportunidad. Aviehel avanzó un paso, pero no se lanzó impulsiva hacia él. Esperó a que Zale efectuara el primer movimiento.

Vínculo (Part2 Hera)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin