Capítulo XXVII: Mi propio infierno

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En todos los siglos de su existencia, Ares, dios de la guerra y traidor por excelencia, había sido testigo de lo imposible. Había visto cosas que podían sobrepasar la imaginación, cosas que eran difíciles de comprender. Aun así, la que tenía delante, las superaba a todas.

Comprender un mundo etéreo como el infierno, un mundo más allá de lo físico, le había parecido fácil. Ser desterrado a ninguna parte, donde pudo descubrir el secreto mejor guardado, la fuente donde nacía el Aión, le daba la ventaja de comprender lo incomprensible. Pensaba, totalmente convencido, que no existía nada en el mundo que pudiera suponer un problema.

Excepto una cosa, al parecer. Aquello contra lo que había estado luchando toda su existencia: Él mismo.

Una copia exacta, con el porte que le caracterizaba en tiempos de guerra, se preparaba para luchar. Una lucha que tenía que ganar como fuese.

Apretó los puños, consiguiendo encontrar en su interior al dios que sabía que era. Su armadura seguía sobre su cuerpo, dándole el porte que tenía. Abrió la mano, y con solo pensar en ella, su espada apareció. La misma que su reflejo sostenía también.

― No creas que por llevar mi cara podrás vencerme.

La sonrisa en el rostro de su reflejo se ensanchó ante la promesa. Alzó la misma espada, preparado para atacar. Y al mismo tiempo que Ares, su doble avanzó para empezar la batalla.

El acero chocó con fuerza entre espadas idénticas. Ambas con la misma fuerza y tenacidad de la que el dios de la guerra siempre había alardeado. Era su espada, y estaba siendo probada con su gemela. No. Mucho más que su gemela, supo Ares al escuchar su sonido. Se trataba de exactamente la misma espada. Ni un solo error, ni un defecto, ni una variante.

Blandió el arma, dándose impulso y alejándose, logrando un movimiento idéntico al de su reflejo. Ares apretó con fuerza la empuñadura, sintiéndose enfurecer por segundos. La sonrisa en su oponente persistía, a diferencia de la de él. Quizás la única diferencia entre ambos.

Apoyando su peso en una pierna flexionada, detuvo un embiste que había esperado. La técnica era tan conocida que supo que cualquier cosa que pensara, su reflejo la pensaría también. Si decidía ser imprevisible, su oponente detenía sus aleatorios ataques. Como si supiera exactamente lo que haría. Del mismo modo, Ares podía predecir los ataques de su clon. Haciendo de la lucha un baile infinito de movimientos idénticos.

Eran inútiles las estocadas bajas, y absurdos los golpes sin espada. Cada paso que daba, su reflejo le seguía. No solo era su misma imagen, el modo de pensar era exacto al suyo. Ni siquiera había diferencia en segundos. Si los espejos tuvieran profundidad, en ellos estaría su oponente.

Ares se detuvo, clavando su espada en la tierra. Vio su reflejo detenerse también, siguiendo sus pasos sin segundos de diferencia. La frustración hizo rechinar sus dientes. No importaba lo que hiciese, ese maldito espejo calcaba sus pasos y sus pensamientos.

― ¿No tienes nada mejor que hacer? ―preguntó lleno de frustración.

― ¿Tienes prisa?

Sí. Sin duda esa respuesta habría sido la que él mismo habría dado. Una contestación retadora. Unas palabras fruto de su orgullo.

Su réplica avanzó de nuevo, prediciendo su frustración. Él también se había abalanzado, dispuesto a volver a presentar batalla. Si su copia era exacta a la suya, ambos eran dioses incapaces de perder. E incapaces de cansarse jamás.

Vínculo (Part2 Hera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora