Capítulo XIII: Caronte

1.5K 127 45
                                    






― Creo que no exageraría en absoluto si dijera que es la primera vez en todos los siglos desde su creación, que se ha mareado una sirena en el mar.

                Oculto en un lúgubre entrante de las rocas escabrosas de la isla, se hallaba un navío lo suficientemente grande como para navegar por mar abierto. Lleno de provisiones para alimentar a toda una tripulación durante meses, provisto de abrigo y bebida. Preparado para zarpar en cualquier momento si se da la ocasión. Y después de los últimos acontecimientos, Zale había decidido que esa era perfecta.

                Tatiana no había protestado. Resignada a seguir al muchacho en busca de algún modo de regresar, o de la razón por la que debía quedarse. Él parecía ser la clave. Lo que debía proteger, según la voz de la sirena. Ahora que había tenido algún tiempo para pensar, la recordaba a la perfección. Y sabía exactamente por qué estaba en su interior. Se había aferrado a ella para salvarse. No sabía de qué, ni de quién. Y tampoco sabía con qué fin la necesitaba. Pero estaba allí por Pisínoe. Por ella era una sirena. O al menos tenía algo de sirena. Por desgracia, en lo que a la navegación se refería, nada había cambiado.

                ― En mi defensa diré ―murmuró intentando contener una nausea―, que me gusta el mar, no este barco. Y cuando estás en el agua formas parte del vaivén de la marea. En cambio aquí, te sacude como un muñeco hasta que sacas las tripas.

                Zale se acercó a ella, tendiéndole un vaso de madera que contenía un líquido oscuro.

                ― Bebé, te sentará bien. No has bebido ni comido nada desde hace horas. Y no quiero saber qué pasará cuando tengas hambre ―gruñó.

                Tatiana cogió el vaso con manos temblorosas y olió el contenido. No sirvió de nada. El olor a sal inundaba sus fosas nasales, enmascarando el olor que ese dichoso recipiente contuviera.

                ― ¿Qué es esto? ―preguntó arrugando la nariz.

                ― Vino.

                ― ¿No hay agua? ―preguntó dudosa.

                ― Solo el alcohol consigue que la bebida se conserve. Así que no, no tenemos agua más que la que nos rodea.

                Ante el tono mordaz, Tatiana decidió probar el vino. La verdad es que tenía sed. Mejor eso que nada. Aunque las náuseas no ayudaban a que el vino entrara mejor. Y cuando lo probó quedó garantizado de que ni siquiera estando completamente bien habría podido ingerir esa cosa.

                ― ¡Por dios! ¿Qué diablos es esto? ―gritó.

                ― Tus juramentos son de lo más insólitos, Seirén. Si no te gusta, no te lo tomes ―gruñó de nuevo.

                Definitivamente eso intentaba ser vino, pero no lo conseguía ni mucho menos. El sabor se asemejaba más a vinagre que a vino. Dejando el vaso a un lado, Tatiana se apoyó contra la madera de cubierta, observando al ahora capitán del barco, junto al timón.

                ― ¿Por qué insistes en llamarme Seirén? Mi nombre es Tatiana.

                ― No me gusta tu nombre ―gruñó. Tatiana abrió los ojos de par en par. Estupendo. El chico, sin duda, era la persona más agradable del mundo entero.

                ― Al menos ya no me llama "chica rara"... ―se dijo.

                Tatiana estuvo segura de que lo había escuchado. Su rostro se contrajo durante unos instantes, dispuesto a decir algo. Por el contrario, apretó los labios hasta formar una línea fina y siguió mirando el horizonte. Tatiana suspiró frustrada.

Vínculo (Part2 Hera)Where stories live. Discover now